Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

Este jueves se presenta en Madrid su libro «El peregrino de Loyola»

Pablo Cervera explica el camino de santidad de San Ignacio: «Austero, sin alharacas ni ñoñerías»

San Ignacio (Andreas Muñoz) entrega su espada a la Virgen de Montserrat, en una escena de Loyola (2017), de Paolo Dy.
San Ignacio (Andreas Muñoz) entrega su espada a la Virgen de Montserrat, en una escena de Loyola (2017), de Paolo Dy.

Carmelo López-Arias / ReL

Además de los Ejercicios espirituales, que millones de personas a lo largo de casi cinco siglos han meditado y practicado, San Ignacio de Loyola (14911556) escribió una Autobiografía, un texto mucho menos leído. Si alguien podía extraer de él todo el alimento para el alma que contienen sus epígrafes es el sacerdote Pablo Cervera Barranco, doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana y enamorado de su vida y espiritualidad no menos que si fuese jesuita. Ha plasmado ese conocimiento en El peregrino de Loyola (BAC), una perfecta introducción al santo que dosifica la constante narración de hechos notables que expone San Ignacio y los interpreta y contextualiza, obteniendo de ellos valiosas lecciones espirituales.
 

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El libro se presenta este jueves 30 en Madrid, a las ocho de la tarde, en la parroquia de Nuestra Señora del Buen Suceso (Tutor, 32), con intervención del escritor Juan Manuel de Prada y del padre José García de Castro Valdés, S.I., de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Comillas. Y del autor, claro.



-¿Estamos ante su libro más personal?
-He llegado a decir que este libro lo empecé a escribir a los 14 años. A esa edad hice mis primeros Ejercicios Espirituales ignacianos y el Señor me cautivó a través del santo de Loyola. Desde entonces he tratado de profundizar en su espiritualidad para seguir forjando mi «edificio» espiritual: lecturas, cursos, investigaciones… pero sobre todo realización y vivencia de los Ejercicios (anuales de ocho días y dos veces el mes completo), que encierran una síntesis muy clara del Evangelio, con una potencialidades inmensas para la oración, la evangelización, la vida cristiana…

-Es, entonces, una obra de decantamiento...
-No tengo miedo  a decir  (me apoyo en otros, claro está) que el que vive (no basta hacerlos…) los Ejercicios llega a la santidad. Haber escrito este libro es, quizá, uno de los hitos más deseados de mi vida. No tanto por el prurito de ser autor cuanto por dar a conocer y compartir con todos lo que yo he ido aprendiendo del Peregrino.

-Y que, en esencia, sería...
-Que San Ignacio y su espiritualidad son algo profundamente vivo que forja en un camino de humanidad y santidad austero, sin alharacas ni ñoñerías. Miles son los santos y beatos forjados en esta escuela…
 
-¿Por eso su empeño en hacer más conocida esta obra?
-Hace años publiqué por primera vez (Monte Carmelo, 2005) la Autobiografía traducida al castellano de hoy. Me gusta el purismo de la lengua castellana del siglo de oro pero, en este caso, para mí era más importante hacer accesible y comprensible el texto que dictó San Ignacio.

-¿Qué impulsó a San Ignacio a completar ese dictado?
-La Autobiografía, lejos de ser una mera crónica histórica de la vida de San Ignacio, es la narración que le piden sus primeros compañeros para que cuente «cómo le fue llevando  Dios». De ahí que San Ignacio, al paso de tantas décadas de lo vivido, tenga una lectura «espiritual» (con los ojos del Espíritu) de cómo Dios ha ido actuando con él.

-De hecho, usted entrevera ambas cosas, hechos y espiritualidad...
-La óptica que he adoptado principalmente en el comentario (sin menoscabo de datos históricos, etc.) es la del discernimiento espiritual (de ahí el subtítulo del libro: La Autobiografía de San Ignacio, escuela de discernimiento espiritual). El santo es maestro en ello y lee su vida discerniendo el pasado y haciendo ver así cómo Dios le ha ido llevando. De ahí que la lectura tenga tanto impacto en el lector: lo que relata el santo puede ser encarnado y vivido a su modo por cada uno de los lectores. Ese era el fin que los jesuitas perseguían pidiéndole que narrase su vida: San Ignacio era un ejemplo vivo para todos ellos en su vocación, no de iñiguistas, sino de seguidores de Cristo.  Por eso la lectura de la Autobiografía no es sólo para jesuitas. Es más, sólo al final aparece la fundación de la Compañía y entonces el texto se interrumpe. 

-¿Qué aporta El peregrino de Loyola a la bibliografía ignaciana?
-Sin ánimo de exhaustividad he tratado de conectar la Autobiografía con otros textos de San Ignacio (tomados sobre todo del libro de los Ejercicios y de la Constituciones) para hacer ver con mayor amplitud la trabazón del universo espiritual de la Autobiografía.

-¿Tanto atrae San Ignacio?
-La personalidad humana de Ignacio es fascinante. Pero si a eso le añadimos la labor de la gracia en él, entonces el atractivo está asegurado.

-Sin embargo, no a todos gusta...
-Es verdad que no en todos provoca la misma admiración. Unos lo creen muy seco, muy militar, muy adusto, individualista… Cuando se adentra uno en su vida y espíritu entonces queda catapultado hacia Cristo, Rey Eterno. Ignacio es instrumento, no fin. Es claro que el estudio de sus Constituciones, por ejemplo, cautiva por el profundo grado de conocimiento antropológico del  hombre como  individuo y en una sociedad. Hoy florecen los estudios sobre el liderazgo de San Ignacio, y su modo de obrar y gobernar son estudiados en las mejores universidades del  mundo. El hándicap de esos estudios es que no captan plenamente que su obra (la Compañía de Jesús) es una realidad del Espíritu y éste es difícilmente controlable.
 
-Volvamos al discernimiento, porque usted lo caracteriza varias veces a lo largo del libro como el gran legado de San Ignacio. ¿Por qué?
-Efectivamente, he querido poner de relieve desde el comentario algo que es hoy muy urgente y necesario. Las épocas de cambio, de incertidumbres, etc. necesitan mirada limpia y cierta para que las decisiones sean correctas. Salvando las distancias y con muchos elementos diferentes, vivimos una época en la que, como en tiempos de San Ignacio, hace falta valorar con la fe y razón los acontecimientos para que no nos desviemos, desalentemos… para que la vida cristiana viva hondamente el camino teologal de fe, esperanza  y caridad.

-¿Cómo se forma uno para ese discernimiento?
-Quede claro que el discernimiento no es una valoración subjetiva. San Ignacio recoge en el libro de los Ejercicios varias series de reglas que objetivan el valor de la aplicación de las mismas a las diversas circunstancias. Él, desde Loyola, aprendió a distinguir esos movimientos del Espíritu en su alma y con el tiempo los articuló para enseñanza nuestra.
 
-¿Le costó a él descubrir estas reglas?
-La vida de Ignacio nos muestra que no todo fue fácil desde el principio. La conversión es un primer paso que después se va forjando y fraguando, no siempre con los anhelos o ilusiones del comienzo. La cruz, la pobreza, la caridad, el impulso evangelizador (ayudar al prójimo, dice Ignacio), nos descubren que son las vías de un tren seguro hacia Dios.

-¿Qué pertrechos aporta San Ignacio al católico de hoy?
-Hoy nuestro peligro es perder lo nuclear. Como decía Jean Guitton, hay que volver a lo esencial. En eso creo que San Ignacio es maestro: vuelvo a repetir que los Ejercicios son una síntesis articulada del Evangelio para el hombre de todos los tiempos. Por esa razón, hacen Ejercicios jóvenes y mayores, obispos y sacerdotes, religiosas de vida activa y monjas contemplativas… son un verdadero carisma para toda la Iglesia, y sancionado y aprobado por la Iglesia con centenares de bendiciones.
 
-¿Qué matices definen a la espiritualidad ignaciana respecto a otras?
-La espiritualidad ignaciana ha sido llamada la «mística del servicio». A diferencia de Santa Teresa o San Juan de la Cruz, San Ignacio no promueve ni enseña una mística de la unión.

-Pero sí una mística, ¿no?
-Hay una frase al final de los Ejercicios, que encontramos en la «Contemplación para alcanzar amor», que resume muy bien lo que quiero decir: «Ver a Dios en todas las cosas y a todas las coas en Dios». El padre Jerónimo Nadal, Vicario General de San Ignacio, acuñó la expresión «contemplativos en la acción» que recoge la enseñanza anterior. Toda la realidad criatural («vio Dios que era bueno», dice el libro del Génesis), una vez que el corazón del hombre ha sido purificado y conformado con Jesucristo, sirve para acercarnos a Dios y unirnos con Él. San Ignacio derramaba lágrimas de consolación con la mera contemplación del cielo estrellado en las noches de Roma. Los pobres, las personas con las que trataba... todo era ocasión para unirse con Dios en esa que hemos llamado «mística del servicio de Cristo». La mística del seguimiento de Cristo es lo propio del padre y maestro Ignacio.

-El célebre "principio y fundamento"...
-Sí, «el hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor». El servicio del que hablan estas frases iniciales del libro de los Ejercicios es vivir agradando a quien se ama. Hemos sido creados «para caminar en su presencia en el amor» (Ef 1,4): vivir en la presencia amando, agradando a Dios, en esa familiaridad que es la salvación del alma, que no es «huir de la quema».
 
-San Ignacio quería hacer el camino «solo y a pie», pero fundó una «compañía». ¿Es una contradicción?
-Sólo y a pie es el título de una de las mejores biografías de San Ignacio, escrita por su paisano Ignacio Tellechea Idígoras. El título recoge una frase precisamente de la Autobiografía. San Ignacio había partido solo desde Loyola, Manresa, Barcelona y Jerusalén. El marco de la frase citada hace ver que su soledad tiene ahora un carácter diverso al de los años anteriores: atrás quedan unos que le esperan y a los cuales dirá qué modo pueden encontrar para ir a París a estudiar. Emprendió el camino desde Barcelona a París, solo y a pie (pero ya con otros a las espaldas, aunque luego no fuera ese el germen de la futura Compañía de Jesús), para llegar el 2 febrero de 1528 a la ciudad del Sena.

-¿Qué le hizo cambiar para abandonar esa soledad?
-Cuando deja París  a finales de marzo o inicios de abril de 1535, ya no va solo y a pie. Se separa de sus compañeros pero, a diferencia de lo que hizo en Salamanca, esta vez no va a pie, sino a caballo. Sus compañeros le habían comprado un caballo y se lo habían impuesto. De este modo parte con una tranquilidad, respecto del grupo, que no tuvo en Salamanca. Las razones son evidentes: el voto de Montmartre, la decisión de cara a la peregrinación a Jerusalén y la cita que se han dado para encontrarse en Venecia a comienzos del año 1537. Todo ello son lazos de unión firmes que le hacían sentirse menos solo en su camino. Otro tema es que a veces exista la apariencia de individualismo en la acción de los jesuitas.

-¿Es tan amplio su margen personal de acción?
-Cada uno tiene  una misión, pero hay una gran conciencia de que pertenecen  a un cuerpo (apostólico). Por eso, no se puede hablar de individualismo, sino de un corporativismo marcado por la misión en la obediencia personal de cada uno. La comunidad jesuítica (más allá de vivir juntos o no) tiene su clave en las palabras de San Pablo: «Tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,5). Así se explica que San Francisco Javier, en su «soledad», llevara a todos sus compañeros en el corazón y besara sus firmas, que llevaba colgadas al cuello.
 
-La palabra «jesuitismo» suele asociarse a connotaciones negativas...
-Escuché una vez  que en un diccionario francés se encontraba esta definición: Le jesuitisme c’est le même que l’hipocrysie [El jesuitismo es lo mismo que la hipocresía]. En el diccionario francés Le Littré (1880) en la definición figurada de jesuita dice: C'est un jésuite, c'est un hypocrite dont il faut se défier [Jesuita es un hipócrita del que hay que desconfiar]. Más de lo mismo.

-¿Por qué esa mala prensa?
-Históricamente la Compañía de Jesús ha suscitado grandes amores y grandes odios. No en vano  fue la masonería la que azuzó a la Santa Sede y al Reino de España para que fuera suprimida. Es decir, la acción e intereses de la Compañía (sus santos, sus mártires, su acción social y educativa, su fidelidad a la Sede de Pedro, su irradiación apostólica, la vida de Cristo desparramada por todas partes) chocaban frontalmente con el Orden Mundial de la época.

-Y ese es el «jesuitismo» bueno...
-La fidelidad al carisma marca en sí misma la mejor forma de rebatir los ataques. Además, el jesuita, o el que vive los Ejercicios, está dispuesto a ser vejado y burlado por Cristo, sin dar motivo para ello. Eso hace que, como oí decir una vez a un querido jesuita, ese tipo de personas sean «tanques» ante lo que pueda venir encima. Otra situación muy distinta es cuando la Compañía, o cualquier cristiano, nos aguamos, dejamos de ser sal. Entonces ya nadie se ocupa de nosotros…

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