El deseo de reconocimiento

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La Iglesia nos invita a revisar nuestra actitud ante la necesidad de ser reconocidos. Cuando nos adentramos en la vida del Señor, descubrimos como entendió el esta necesidad, que todos tenemos, pero que necesitamos vivir de una manera adecuada, como hijos de Dios.
Jesús, pasó 30 años de su vida, como uno más entre los de su pueblo, familiares y entorno más conocido. El Señor es el Hijo de Dios, pero no tuvo la necesidad, durante la mayor de su vida, de hacerlo público, ni de recibir honores que otros le hubieran podido dar. No sabemos nada de su vida durante esos años porque los evangelios no han querido darla a conocer. Él crecía e iba madurando como Hijo, pero no necesito sentirse reconocido, porque para él lo único importante era vivir de lo que era.
Jesús realizó un oficio sencillo. Era carpintero. Él aprendió de San José a trabajar, y con ello poder tener una vida digna. Para Jesús lo importante es su ser Hijo de Dios, y tener como Padre a Dios, que sabía que todo lo que necesitaba, se lo daba. Para el Señor, lo relevante, no era lo que hacía durante esos años, porque ha quedado oculto para nosotros.
Jesús vivió con María y José una vida de familia, en la que como hombre aprendía las tradiciones de su pueblo. Participaba como uno más de las celebraciones. Y sobre todo no tenemos constancia de lo que hizo, y ha quedado velado para todos. Jesús vivía como lo que era no por lo que hacía.
Cuando se reveló su vida pública, sabemos qué hacía grandes signos. Pero muchas veces él pedía que no se contaran, hasta que no se desvelara su identidad como Mesías, muriendo en la cruz. Él vivió para dar testimonio del Padre, no para recibir la gloria de los suyos que le terminaron entregando a la muerte. Jesús en su vida terrena vivió como uno entre tantos. Hacía grandes milagros. Pero sobre todo experimentó la soledad de un pueblo que no le comprendió, la angustia ante la muerte, la traición de los amigos, y el rechazo de los dirigentes de un pueblo, que le trataron como blasfemo.
Jesús vivió para servir a los demás, no para recibir honores o aplausos por el pueblo, que solo le buscaba para saciar sus necesidades más básicas. El Hijo de Dios, se humilló, para hacer el servicio ante los suyos de un esclavo. Se abajó a limpiar a los leprosos. Vivía entre los pecadores, y los publicanos, Por todo ello se hacía impuro a los ojos de los fariseos y los maestros de la ley.
Él vivió para hacer al hombre libre, de cargas innecesarias. Y nos mostró que lo importante en la vida es el amor, el perdón y la misericordia. Nos enseñó un mensaje que ha sido escándalo para muchos. El Hijo de Dios, el Santo, el Cordero de Dios, murió en una cruz, como un condenado, entre pecadores. Él que no tenía pecado sufrió el martirio como un blasfemo.
Jesús vivió así su existencia, para que tú y yo en la nuestra, podamos vivir de la misma manera, porque solo eso nos hará ser hombres libres que se llaman hijos de Dios.
Nosotros en la vida buscamos el reconocimiento, y es bueno, pero en su justa medida. Muchas veces queremos que nuestra vida salga en los titulares de la parroquia etc. Queremos recibir aplausos por lo que hacemos, y para nosotros es más importante lo que nos puedan pedir, que vivir como hijos. Y muchas veces según lo que nos pidan decimos que si o que no, porque consideramos que hay servicios de primera o de segunda categoría.
Es bueno reconocer lo que somos y tenemos, para darlo y vivir de la caridad hacía los demás. Abajarnos al otro, que es pecador como yo. Vivir sin hacer acepción de personas. Y no elegir a quien invito a esto o lo otro, sino como Jesús, acoger al otro, ante el cual somos pecadores, y muchas veces no queremos estar a su lado, porque creemos que nos va a contaminar algo, o nos va a hacer impuros.
Muchas veces elegimos los servicios según nuestro propio interés, sin vivir una vida que está continuamente siendo reclamada para la entrega.
Muchas veces queremos que nuestra vida salga a la luz, y en muchas ocasiones se manifiesta oculta, para que solo sea Dios, el que nos dé el verdadero reconocimiento. Incluso llegamos al juicio del otro, según lo que a nosotros nos parece, el mejor criterio para la entrega.
Si miráramos más a Jesús, pues nuestra vida cambiaría mucho. Seriamos más libres. Nos importaría muy poco lo que piensa el otro de nuestro servicio. Viviríamos de lo que somos. La caridad se cuidaría en los pequeños detalles. Y tendríamos una existencia que se prepara para la vida eterna.
Por ello, hoy te invito a que mires a Jesús, que murió en una cruz despreciado por todos, para que descubras en tu vida, que es lo único importante. Somos hijos de Dios. Pero, todos. Tengamos una existencia, que reconociendo, lo que somos y nuestro pecado, nos haga presentarnos ante los demás, desde la caridad que vivió el Señor, y poniendo nuestra mirada en el Padre, que lo ve todo.
¡Animo, con Jesús, es posible! Y lo pido para ti y para mí.
Belén Sotos Rodríguez