La entrega de la vida, por los sacerdotes

Vela-tea
Estos días estamos viviendo y conociendo noticias que a todos nos han desconcertado, conmovido de modo especial, y nos han roto el corazón. Por eso, me siento en la necesidad de escribir sobre el sacerdocio. No tanto a nivel teológico, sino desde una dimensión más existencial, desde la entrega de la vida por los sacerdotes, y lo que eso ha supuesto en mi vida.
Creo que de la vocación sacerdotal se ha escrito mucho en toda la historia de la Iglesia. Pero si quiero destacar que los sacerdotes, son para el Señor, esa niña de sus ojos, a los que ama con locura y por los que ha entregado su vida. Son el centro del corazón sacerdotal de Cristo. Por ello, les regaló sus mejores dones, y también les reveló los sentimientos de su corazón, como podemos leer en los evangelios.
¡Qué gran regalo es ser en la Iglesia sacerdote!, ¡qué inmenso don! Ese regalo supone una respuesta. El fiat de cada sacerdote al Señor es posible por su gracia y por la entrega de un corazón sacerdotal reservado solo para Jesús y para ponerse al servicio de todos. Su corazón es un corazón indiviso, que vive solo para Cristo. Un corazón universal, que se entrega por todos, y cada uno. Pero solo tiene puesta su mirada en Dios, sin exclusividad hacia una persona en concreto. Es una maravilla ser sacerdote, pero yo me pregunto si en la Iglesia y entre los católicos somos capaces de cuidar y custodiar este corazón sacerdotal, que se entrega por amor hacia cada uno de nosotros.
Hablamos mucho de la debilidad y de la fragilidad de los sacerdotes. Es una realidad. También ellos experimentan el cansancio, la lucha de la existencia. Pero, es necesario que tengamos claro que tras esa fragilidad, hay un corazón que quiere entregarse. Esto, ellos, muchas veces, lo viven en el silencio de sus vidas. Por ello, necesitan nuestra ayuda.
A veces sentimos el dolor por los sacerdotes que dejan su ministerio. También por los que sufren cualquier tipo de persecución. Por los enfermos. Por los que se sienten solos. Pero también es necesario dar gracias a Dios, por todos los sacerdotes que son fieles en medio de las pruebas, por los que desgastan su vida en beneficio de todos. Cuanto bien recibimos de ellos. Cuanta escucha de su parte. Cuando acudes a ellos, para cada uno, eres un hijo amado de Dios, que necesita ser cuidado. Pero, me interrogo si también para nosotros los sacerdotes son hijos amados de Dios. En muchas ocasiones reciben nuestras críticas y juicios. Les perseguimos por las Iglesias. Queremos tener la eucaristía a la hora que nos viene mejor. A veces nos respetamos su descanso. Y en repetidas ocasiones cuando los vemos rezar en la parroquia. Algo que me gustaría ver con más frecuencia. Les vamos a preguntar de todo, sin respetar ese momento. Todos hemos hecho todo esto en alguna ocasión. Entonces, ¿qué podemos hacer por los sacerdotes?
Pues podemos hacer varias cosas. Por lo menos preguntarles alguna vez, que tal están. Ofrecerles nuestro servicio y ayuda. Tomarnos un café con ellos, que también necesita un ocio sano. Darles nuestro estímulo y ayuda. Pero, sobre todo rezar y entregarnos por ellos. Desde aquí quiero ofrecer mi experiencia de vida.
Durante 7 años tuve una fuerte vivencia de lo que es ser sacerdote. A los 23 años les entregué mi vida. Eso no consiste solo en rezar un rosario, o tener un espacio de oración por ellos. Sino que toda la vida, desde que me levantaba, el calor que pasaba, el dolor y lo que podía sufrir estaba entregado por su santidad. Cuando vives así, nunca te preguntas si los sacerdotes hacen bien o flaquean. Si son débiles o fuertes. Muchas veces ni siquiera los conoces personalmente, porque la entrega es universal. Cuando entregas la vida, los juicios desaparecen. Aunque sabes que en su vida de entrega sacerdotal, hay cosas que pueden mejorar. Pero la entrega de la vida, es por su santidad. Para que en medio de todo lo que viven se dejen llenar del amor de Dios, que es el único que puede cambiarles la vida. Para que en su oración personal sientan ese impulso del Espíritu para poner toda su carga al Señor, y se vean consolados y amados, y así puedan seguir con esa vida derramada que el corazón de Cristo les reclama.
Después de esta vivencia fuerte de oración y entrega, la oración no ha disminuido, y la vida ofrecida ahí sigue estando. Como virgen consagrada comparto dos cosas con los sacerdotes. He sido consagrada por un Obispo, y vivo la diocesaneidad, como ellos. Ellos hacen presente a Cristo Sacerdote y Cabeza, y yo represento a la Iglesia como Esposa de Cristo. Todos somos débiles, los sacerdotes y nosotras, pero siempre tenemos en el corazón el deseo de entrega al Señor, con un corazón indiviso que no conoce ni límites, ni fronteras. La vida, en la pequeñez, se sigue ofreciendo por los sacerdotes, como esa porción elegida por el Señor, para ser suyos. A veces sufres por los sacerdotes que dejan su ministerio, o tienen fuertes dificultades para vivir su vida sacerdotal. También te cuesta cuando algunos les falta formación. Pero todo eso te lleva a entregarte más y tener más caridad, por ellos y por la Iglesia.
Pro eis et pro ecclesiam.
Belén Sotos Rodríguez