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Así quedaría el planeta de El Principito si dejara crecer los baobabs

Así quedaría el planeta de El Principito si dejara crecer los baobabs

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Estos días de verano he hecho algo estupendo: releer El Principito. ¿Lo has leído? Te lo recomiendo. Y quiero contarte una de tantas cosas de este libro que se puede aplicar a la vida espiritual. Hay muchas otras más. Hoy quiero hablarte de los baobabs.

Si has leído la historia sabrás que El Principito es muy pequeño y viene de un planeta muy pequeño también. Y allí crecen arbustos muy pequeños. Pero también creen baobabs, que son árboles muy grandes que, si no se arrancan a tiempo, crecen tanto que terminan por ahogarlo y destruirlo todo. Por eso es necesario aprender a distinguirlos desde que nacen porque tanto los arbustos como los baobabs vienen de pequeñas semillas y parecen igual de buenos e inofensivos. Y en cuanto nacen los baobabs hay que arrancarlos. Hacerlo es fácil, dice El Principito, pero “es una cuestión de disciplina, cuando uno termina de asearse cada mañana hay que asear el planeta”.

La vida espiritual también hay baobabs, ¿a qué si? Plantas que empiezan siendo pequeñas pero que si no se arrancan terminan ahogándote el alma. Tampoco aparecen de golpe, vienen como semillas pequeñas. No hacen ruido, no parecen peligrosas. Así van germinando pequeños pecados y vicios, que se hacen enormes. El problema no es que aparezcan, de eso no hay que asustarse, no pasa nada. De hecho su aparición puede indicar que hay algo que está haciendo daño al alma y hay que sanar. El problema es dejar que echen raíces y crezcan. Eso pequeño termina ocupando todo el corazón. Y cuando queremos reaccionar ya es tarde.

Igual que hacía El Principito, también en la vida espiritual hay que quitar los baobabs cuando son pequeños, en cuanto se toma conciencia de que están. Cortar con lo que daña cuando aún es semilla no esperar a que nos invada. Parece difícil pero irlo revisando cada día hace que se convierta en hábito y se convierta en algo fácil.

¿Cuáles son tus baobabs del alma? Eso lo has de revisar tú con sinceridad. Quizás una envidia consentida que alimentas, tal vez un resentimiento que riegas, a lo mejor una pereza que dejas crecer. Tal vez un uso desordenado de las pantallas, una mala relación con la bebida que crees que controlas, un ponerse a tiro con el “nopor”. 

No creas que es cuestión de pura voluntad. Hay que poner la fuerza en buscar las cosas de Dios. Su gracia no nos deja solos en esta tarea. La oración, la lectura de la Palabra, la Eucaristía, la confesión… son la “jardinería espiritual” que limpia el terreno del alma haciendo germinar las buenas semillas y quitando las malas. Y hay otra cosa clave: la vigilancia. El mal siempre empieza disimulando. Si el corazón se duerme, los baobabs crecen sin que nos demos cuenta. Recuerda lo que dice Jesús: “Velad y orad” (Mt 26,41). La vigilancia nos enseña con la práctica a estar atentos y aprender a distinguir los baobabs de los buenos arbustos desde que nacen.

Arrancar un baobab duele. Porque está mezclado con nuestra tierra buena, porque ya lo hemos regado y nos hemos acostumbrado a vivir con él. Pero dejarlo duele mucho más porque termina asfixiando todo lo bueno y controlando nuestra vida. El desprendimiento, aunque doloroso, es el único camino hacia la libertad interior.

Tanto el mal que nos atrapa como la santidad empiezan en lo pequeño. El alma cuidada es como el planeta de El Principito: pequeña pero sencilla, luminosa y llena de vida. Sin raíces invasoras. En ella el amor puede florecer y crecer sin obstáculos. Que el Señor nos dé un corazón vigilante y limpio de baobabs. 

La paz.

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