Conozca la entrañable historia de la toledana Virgen de Alfileritos
Entre las muchas historias que encierran los muros de la que fuera imperial capital que cada vez conozco mejor gracias a la hospitalidad con que nos acogen en ella los muchos amigos que en ella tenemos, me parece destacable la historia de esta singular advocación mariana que es la Virgen de Alfileritos, con más de cinco siglos ya de antigüedad.
La imagen la encuentran Vds. en la céntrica calle Alfileritos. En ella, un pequeño altarcito que ha poco que ha cambiado su emplazamiento a unos metros de donde siempre estuvo, en el que tras unas rejas y una pequeña ventana, se adivina la imagen preciosa de una Virgen Dolorosa traspasada como todas por los siete puñales de sus siete dolores.
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Pues bien, quiere la tradición popular que ante ella se arrodillara todas las noches una joven toledana, Dña. Soledad de Vargas, de noble familia, enamorada de Don García de Ocaña, con el que se prometiera ante Nuestra Señora la Virgen del Sagrario. Así las cosas, Don García, curtido que se había ya en las campañas de Flandes, partía con el extremeño Pedro de Valdivia para las Indias con la intención de volver pronto para cumplir con su compromiso. Tras no pocos días, y no pocas semanas, y no pocos meses de larga, paciente y leal espera, Doña Sol empezó a temerse que tal vez Don García no volvería nunca, y se resolvió a pedir con toda devoción a la pequeña imagen existente a la salida de su casa que su amado retornara un día. Así, noche tras noche salía para rezarle un rosario entero, autorizando al ama que la acompañaba, Doña Mencía, a pincharle con un alfiler cuando presa del sueño cayera dormida sin haber completado el largo rezo. Luego, introducía el alfiler por entre los barrotes de la reja, dejándolo como ofrenda a la Dolorosa Virgen. Quiere la piadosa tradición que finalmente, después de muchas noches, después de muchos pinchazos y después de muchos alfileritos depositados a los pies de la Dolorosa toledana, volviera por fin Don García y cumpliera con su promesa de desposar a la enamorada Sol sin necesidad de que se lo requiriera el Cristo de la Vega (otra de las preciosas tradiciones toledanas de la que también hablaremos un día).
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