De los muchos perritos como Tommy que en la historia han sido
Vds conocen bien la historia de Tommy, un precioso pastor alemán que en este caso no es alemán sino italiano, de doce años de edad, un poco viejito en términos caninos, que asiste diariamente a misa en San Donaci, en el sur de Italia, a la espera de que su dueña, fallecida, regrese un día. Se lo contó hace bien poquito este mismo periódico. Tommy era un perro vagabundo hasta que un día encontró un hogar. Pero su anciana dueña un día se fue. Se murió dejando sólo a Tommy. Ocurrió hace ya dos meses y desde entonces, Tommy asiste todos los santos días, nunca mejor dicho, a los distintos oficios que se producen en la iglesia, que sea una misa, que sea un bautizo, que sea una boda… Particularmente emotivos los entierros, pues parece que al ver un féretro, Tommy se abalanza y lo acompaña, como si esperara que de la misma manera que la vio por última vez dentro de uno de ellos, de otro distinto vuelva a salir por su pie su afortunada dueña, afortunada digo por tener un amigo como Tommy.
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Monumento a Hachiko Pero la de Tommy no es la única historia de fidelidad a prueba de bombas protagonizada por un perro. La más conocida tal vez sea la de Hachiko, un perro japonés de raza akita. En 1924, Eisaburo Ueno, profesor de la Universidad de Tokio, compró el perrito para regalárselo a su hija. Hachiko fue enviado en una caja cerrada desde Akita hasta Shibuya en un largo y penoso viaje de dos días encerrado en un furgón de carga. Cuando los sirvientes del profesor recogieron el paquete y lo abrieron, creyeron que el perro estaba muerto, pero al llegar a la casa, el profesor le ofreció un vaso de leche y el perrito revivió. El perro lo despedía todos los días, y cuando Eisaburo volvía, en la estación del tren se hallaba invariablemente Hachiko esperándolo. El 21 de mayo de 1925 Eisaburo sufrió una hemorragia cerebral mientras daba clases y murió. Hachiko, como de costumbre, corrió a la estación a recibir a su amo, y al no verlo llegar, no abandonó jamás aquella terminal, quedándose a vivir en ella los siguientes nueve años de su vida. Los viajeros lo alimentaban y lo cuidaban, y se hizo tan popular, que en abril de 1934, en presencia del propio Hachiko, le fue erigida una estatua en la estación. Un buen día Hachiko dejó de esperar puntualmente a su amo: no lo hizo sin morirse, cosa que ocurrió el 8 de marzo de 1935. Su cuerpo fue disecado y guardado en el Museo de Ciencias Naturales. En 1944, en plena Guerra Mundial, la estatua de Hachiko, que era de bronce, se fundió para fabricar armas. Pero en agosto de 1947, se le erigió una nueva que aún existe. Muy parecida es la historia del compatriota de Tommy, Fido, de Borgo San Lorenzo, en Italia, que en la década de los 30 y los 40 también acompañaba a su dueño Luigi a la estación de ferrocarril, y también lo recibía, hasta que un día, por razones que excedían la capacidad de comprensión de Fido, éste no volvió. Luigi había sido reclutado para acudir al frente ruso en 1943. Desgraciadamente, Luigi no volvió jamás, uno más de los muchos mártires que se cobro la Segunda Guerra Mundial. Fido en cambio, no dejó de acudir a la estación hasta los inicios de los años 50 en que viejo, y con una grave artritis, fue hallado sepultado bajo la nieve. En memoria de Fido se erigió una estatua con su imagen al lado de la estación de ferrocarril que Fido visitó diariamente durante más de 20 años.
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