Aquilino Cayuela: «Los cristianos debemos salir del adormilamiento buenista y defender nuestras creencias»

Aquilino Cayuela analiza las causas que han llevado a la sociedad a esta crisis de identidad.
Aquilino Cayuela es analista político internacional, además de catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad Abat Oliba CEU, lo que le permite tener una visión clara y muy amplia de la situación actual. La sensación de corrupción generalizada que hay entre la sociedad y las raíces que provocan esta situación es analizada por Cayuela en esta interesante entrevista con Javier Lozano en la revista Misión, publicación católica y familiar de suscripción gratuita, y que por su interés ofrecemos a continuación:
¿Cómo definiría el presente?
Vivimos en tiempos de penumbra. Un tiempo en el que tenemos gran dificultad de percibir cualquier orden moral. Hoy esta concepción de las realidades y del bien están completamente nubladas.
Hay una sensación generalizada de corrupción. ¿A qué se debe?
El problema de fondo es el decaimiento moral y racional que vivimos. Hoy se cree que sólo es verdadero aquello que te causa emoción. Hay un alejamiento de lo que es objetivamente real y también una desconfianza de nuestra capacidad racional de percibir la verdad y el bien. Este decaimiento hace que vivamos tiempos de gran malestar.
¿Existe una crisis de la verdad?
Por supuesto. Y esto explica lo que pasa hoy. Hay tres bases fundamentales: el bien, la verdad y la belleza. Las tres están íntimamente unidas. Cuando en una época se pierde el horizonte de la verdad se nubla todo, también el bien y la concepción de la belleza. Esto lleva a un oscurecimiento de la razón. Por eso, un político te puede decir una cosa por la mañana y la contraria por la tarde.
¿Cómo podemos confrontar a quienes piensan que la verdad es instrumental?
Hay que hablar claro porque el poder de lo real se termina imponiendo. El mejor argumento es mantenerte en la verdad con firmeza. Luego, hay que denunciar las ideologías actuales y poner en evidencia su ridiculez.
¿Hay relación entre la crisis de la verdad y el individualismo dominante?
Claro, porque el individualismo comporta un predominio de la subjetividad, que además está íntimamente asociada al relativismo, con una sensación de que sólo yo y mis estados de ánimo son lo verdadero, lo bueno o lo correcto. La gente ha perdido el sentido de lo que está bien y lo que está mal. Pero no sólo en un sentido ético, sino también estético. Porque la verdad, como las virtudes, tienen belleza. En cambio, la deshonestidad, la grosería o la desvergüenza son feas en sí mismas. Las personas deben tener una sensibilidad no sólo ética, sino también estética, que ha decaído muchísimo en este tiempo.
¿Tenemos la conciencia adormecida?
Sin duda. Ha habido cambios muy veloces en cuanto a nuestra propia percepción y esto afecta a la conciencia. Por ejemplo, depender tanto de pantallas y redes sociales deforma esa percepción. Últimamente, tenemos una conciencia muy desentrenada. No sólo hay que hacer ejercicio en el cuerpo, sino también en nuestro espíritu, que nutre a la conciencia.
¿Qué papel debe tener la memoria?
La memoria es un remedio contra el mal. Hay que hacer memoria de las verdades y de las realidades históricas, algo que además es enormemente enemigo del ideólogo, que quiere una memoria selectiva y sesgada. Curiosamente, hoy vivimos en una cultura en la que la propia educación ha renunciado a memorizar y a hacer memoria de las cosas.
¿Ha muerto el bien común?
Si nos fijamos en los debates de los políticos, el bien común interesa poco o nada, cuando justamente la primera misión del buen gobierno debe consistir en buscar el bien común. La ideología, precisamente, afecta a la pérdida del sentido del bien común. A mediados de los años noventa pensamos que las ideologías habían muerto. Las ideologías, sin embargo, han vuelto y son enemigas del bien común porque idolatran una idea y la superponen a las personas.
¿Cómo han calado en la sociedad?
A través del sistema ético-político liberal. El liberalismo tiene una despreocupación antropológica; uno de sus rasgos típicos es la atomización, una sociedad que se concibe por el individualismo. Los gobiernos se han ido convirtiendo en dispensadores de derechos, como si fueran un supermercado. Y si sumas elementos ideológicos a una sociedad individualista, al final se genera una gran polarización.
¿Qué provoca esto?
Un vacío social. La sociedad liberal fragmenta al hombre de tal manera que ese vacío lo están llenando con las ideologías. Hoy nos pueden decir en la cara mentiras y aceptamos comportamientos absolutamente deshonestos y groseros. Lo vemos con la imposición de la ideología de género, algo que es estúpido, pero te pueden penalizar legalmente por criticarlo. Hemos llegado a un punto de absurdo y de imposición ideológica con tintes totalitarios.
¿Existe un bien moral objetivo y universal?
Sí, y además es perceptible. Somos capaces de conocer la verdad. Y también hay bien y somos capaces de realizarlo. El bien va unido a la verdad. Si hay verdad, hay bien, hay bondad. Pero llevamos mucho tiempo viviendo en una atmósfera turbia que nos lleva a pensar que no somos capaces de conocer el bien ni de realizarlo.
¿Qué aporta el cristianismo a esta crisis?
El cristianismo aporta un horizonte amplísimo. Habla de una trascendencia, de un horizonte sobrenatural, de un Dios bueno y creador, fundamento de las cosas. El cristianismo ha generado una civilización que ha hecho que Occidente haya tenido un desarrollo extraordinario, muy por encima de cualquier otra cultura.
¿Cómo afecta la descristianización?
El proceso viene de largo. Cuando una civilización va perdiendo su alma aparecen cosas como el wokismo, que coge ideas y comportamientos cristianos y los vacía de su esencia, dejando un buenismo y una moralina como residuo. Lo vemos con conceptos como el de víctima o perdón, que esta cultura woke ha deformado por completo.
Usted es teólogo y en la Biblia ya encontramos un manual contra la corrupción.
Así es. En la Biblia la corrupción es un término que está íntimamente unido al de escándalo, porque un mal comportamiento lleva a otros a caer. Y también a la idolatría. Cuando los profetas alertan al pueblo de que se están corrompiendo, lo asocian al culto a los baales. Pero también se habla de la promesa, opuesta a la corrupción y presente en toda la Escritura. Dios hace una promesa y la cumple. El hombre bíblico tiene claro que hay que cumplir los pactos y así aparece el término alianza. La corrupción es exactamente lo contrario: no tiene en cuenta las alianzas ni cumple las promesas.
Y Jesucristo es el incorruptible.
El cristianismo invita al hombre a que no se corrompa en ningún aspecto, porque sigue a Jesucristo, que no conoce la corrupción. De hecho, tenemos la expectativa de superar la propia corrupción natural. Jesucristo lleva al hombre a una regeneración, a una posibilidad moral y vital de salir de esta corrupción. Ese paso es muy importante, porque tanto Jesús como la comunidad cristiana originaria muestran un modo de vivir que no se deja corromper por los paganos ni por las imposiciones del Imperio.
¿Qué podemos hacer?
Tenemos que vivir cristianamente, porque eso en sí mismo tiene una luz. Luego en el ámbito de la enseñanza y de la cultura, transmitir la verdad, la bondad y la belleza del cristianismo. Y por supuesto, tener firmeza al defender nuestras creencias, porque a veces desde el bando cristiano se ha caído en un buenismo y en una especie de religión ilustrada. Estamos llamados a salir de ese adormilamiento buenista.