Viernes, 19 de abril de 2024

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Visión de los pastores en el prado

por Estamos en Sus Manos

El ángel me llevó, tras la colina, a un prado por el que deambulaban varios grupos de clérigos, sacerdotes, obispos y cardenales. 

- Ven, mira.

Comencé a observarlos y vi que había entre ellos diferencias notables. Unos tenían la boca cosida, y estaban tristes.

- ¿Que les pasa a esos pastores?

- Son los perros mudos - me dijo el ángel -. Callan ante el mal que se cierne sobre sus ovejas, no las avisan al venir el lobo, no las guían a los buenos pastos ni las reúnen cuando se desperdigan. Están tristes porque se han vuelto irrelevantes.

Vi otros que miraban la suelo, sin levantar la cabeza, también tristes.

- Estos han olvidado mirar al horizonte, han olvidado que el mundo está en manos de Dios, han dejado su vida espiritual y están tentados por la desesperación. Han olvidado el poder y la misericordia de Dios.

Vi a otros que charlaban entre risotadas y chistes, en un círculo. Sus conversaciones eran vanas y superficiales. El ángel se puso serio.

- Estos han decaído de la vida sobrenatural y pasan sus días superficialmente sin preocuparse de las ovejas. No cuidan su lengua y escandalizan a muchos. Se han vuelto mundanos. Por su causa muchas ovejas quedan sin escuchar la Palabra. Ya no son modelos del rebaño. 

Yo me entristecí, porque me vi entre aquellos clérigos, y me propuse enmendarme.

Vi otros que se alababan unos a otros, y se dedicaban grandes elogios, pero se miraban con envidia y rivalidad.

- Estos son los que buscan poder, honor y gloria mundanos. Han perdido de vista la corona que les aguarda en el día de su visita, y se conforman con agasajos mundanos. En realidad se destrozan mutuamente, se critican, y se jactan cuando uno cae. Murmuran, y se apoyan unos a otros por puro interés. Su dios es el vientre.

El ángel y yo comenzamos a sentir náuseas y ganas de vomitar, así que nos fuimos.

Vi a otro grupo. No llevaban traje talar, sino ropas del mundo. Tenían en sus manos biblias con páginas arrancadas, y que además estaban del revés. Sonreían, pero su sonrisa estaba vacía. Estaba todos de espaldas al sol que se ponía en el horizonte.

El ángel se puso serio y triste.

- Estos son los que se han mundanidado. Tratan de agradar al mundo y para ello mutilan las escrituras y las tuercen y fuerzan para apoyar sus ideas como si fueran palabra de Dios. Extravían a muchos y causan un profundo dolor al Corazón de Dios Aceptan lo que acepta el mundo. Han dejado de mirar al horizonte, han dado la espalda al Sol de justicia y viven en la sombra de la mentira. Se apoyan unos a otros en su ceguera, y son guías ciegos de ciegos. Han eclipsado la verdad. Por su causa la Iglesia pierde parte de su resplandor. Su ceguera les impide ver que están equivocados, y cuando otros pastores los amonestan, les dan la espalda y se encierran aún más en sus tinieblas. El daño que hacen es inmenso. Necesitan que se ore mucho por ellos.

Continuamos caminando, y vi a otros que llevaban la sotana pero como un disfraz que cubría otra vestimenta. Hablaban elocuentemente de Dios, pero tenían otro rostro detrás de la cabeza con el que hablaban entre ellos en la oscuridad y en lo secreto.

- Estos son los que se han infiltrado en las filas de los pastores - dijo el ángel muy triste -. Sirven a Lucifer en sus sociedades secretas y buscan el triunfo de los planes del Maligno. Viven en el total engaño, conspiran y mienten. Buscan el poder para confundir. En la sombra conspiran unos con otros y con sus mal llamados hermanos. Tienen planes sobre los planes de Dios. Son pocos pero hacen mucho daño. Tratan de cercar la Iglesia y de alcanzar la cúpula de San Pedro. Se les concederá una última penitencia antes de morir.

Vi a otro grupo de clérigos que tenían las manos atadas a los pies, y apenas podían moverse. Intentaban liberarse, pero no podían. No abrían la boca. 

- Estos son los que están atados por vicios, pequeños o grandes, como la lujuria, la bebida, o el dinero. Quieren volar, pero no pueden, porque no piden ayuda. Con solo que abran sus labios a sus hermanos, estos acudirán a desatarlos. 

Vi otro grupo de curas obesos sentado en cómodos butacones. Paladeaban una suculenta merienda al atardecer. Pero su comida se llenaba de gusanos.

- Estos son los que se han acomodado. Viven su ministerio como si fueran funcionarios. Nunca salen de su comodidad y buscan solo la molicie y el disfrute. No se mueven para buscar las ovejas descarriadas. Sus placeres se volverán contra ellos y nunca les saciarán.

Yo estaba muy triste al ver el estado de los clérigos, y sentía vergüenza porque yo mismo estaba entre algunos de ellos. Bajé la cabeza y comencé a llorar mientras continuábamos caminando por la pradera, hacia el horizonte. Entonces el ángel puso su mano sobre mi hombro.

- Mira.

Alcé la cabeza y vi un grupo incontable de clérigos cuya sotana resplandecía con fulgores de plata. Unos tenían labios de oro de los que salía una potente espada, mientras que de los labios de otros salían rayos blancos y rojos.

Otros llevaban una faja de un blanco que deslumbraba. Otros espantaban a unas fieras horribles que trataban de atacar a las ovejas. Otros miraban al sol con el rostro refulgente, otros parecían una hostia consagrada que ardía en un altar.

Eran una muchedumbre inmensa, y sin embargo yo no la había visto antes, porque mientras los demás grupos eran ruidosos y llamativos, este, siendo como era incontable, estaba sumergido en un silencio contemplativo. Una inmensa alegría irradiaba de sus rostros.

El ángel resplandeció a su vista y se postró ante ellos. Yo miré, y vi que en su corazón tenían una Sagrada Forma sangrante. Al caer en la cuenta, yo también me postré. 

- ¿Qué prodigio es este? - pregunté.

- Estos son los pastores según el Corazón de Jesús. Predicanl a verdad con fuerza y dulzura, enseñan la palabra, se enfrentan a los peligros, guardan su castidad, protegen a sus ovejas, oran, trabajan, llevan a Jesús en el corazón y su alimento es la Eucaristía. Son el amor del Corazón de Jesús. Son la alegría del Dios tres veces santo. Son la inmensa mayoría de los pastores. Pasan desapercibidos y no hacen ruido, como los demás, pero la eficacia de su vida ofrecida es inconmensurable. Arrastran todas las almas al cielo. La labor de uno de ellos hace tanto bien como mal hace la labor de cien de los que viste.

Yo me alegré mucho al ver a estos. Vi que también de ellos salía una luz que tocaba a los que habían quedado atrás, y algunos de ellos, abandonando sus ataduras y vicios, se unían a su grupo y comenzaban a resplandecer como ellos. Caminaban hacia el horizonte.

Yo lloré de alegría, y el ángel conmigo. 

- La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero - me dijo el ángel -. Cuenta está visión a tu pueblo para que no pierdan la esperanza. Pues el bien es infinitamente mayor que el mal.

Entonces el sol pareció acercarse, y he aquí que en él apareció nuestra Señora, que extendía como un manto de luz hacia todos los sacerdotes, sin excluir ninguno. Ella los miraba, alegre y triste a la vez. Y dijo:

- Yo soy el puerto seguro. Con solo que me miren a mí, sanarán.

De pronto se diluyó la visión y me encontré solo, en la capilla. Y entoné un Te Deum al Señor por sus maravillas, y comencé a orar por todos aquellos pastores. 

 

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