Jueves, 25 de abril de 2024

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Docencia, ejemplaridad y excelencia

Docencia, ejemplaridad y excelencia

por Familia, Educación y Cultura

Docentes con propósito

Qué docentes preponderan hoy en la escuela. La respuesta rápida nos indica que depende de cada escuela. Y muchas escuelas no tienen modelos prefijados de ningún tipo para sus docentes: “Sal ahí y da la clase. Y sobre todo que los chicos trabajen y no te busques líos: que los padres estén contentos y tranquilos”. En ocasiones las consignas para los docentes son puro pragmatismo ramplón.  Algunas escuelas, consecuentemente, se ciñen a transmitir mecánicamente algunos contenidos curriculares, y, en la línea de la última moda pedagógica, también se emplean a fondo en promover unas competencias a veces ininteligibles y otras veces verdades de Perogrullo.

¿Son profesores que enseñan y edifican a sus alumnos como nos piden los clásicos? Isócrates, orador, político y educador ateniense (436 a. C. - ibíd. 338 a. C), nos dice que la primera providencia en una escuela es que cada maestro sea esencialmente bueno y a partir de ahí sus enseñanzas serán más relevantes. Sin embargo, este principio tan cabal choca con la inercia de muchos maestros y profesores, tanto en escuelas públicas como en las concertadas o privadas, que optan por el camino más trillado. Y si se les pregunta si son buenos personalmente responden con la socorrida educación en valores. Estos maestros al uso responderán que desde el enfoque competencial defienden algunos valores finalistas como el pacifismo, la solidaridad, el desarrollo sostenible, la inclusión de la diversidad. Sin embargo, estos valores tan etéreos tienen poca capacidad de convertirse en valores instrumentales, encarnados, de verdadero esfuerzo y compromiso ético tal como plantea Javier Elzo (1942).

"Hay que señalar que en muchos de los jóvenes de hoy existe un hiato, una falla, entre los valores finalistas y los valores instrumentales: los jóvenes de hoy apuestan e invierten afectiva y racionalmente en los valores finalistas (pacifismo, tolerancia, ecología, exigencia de lealtad...), a la par que presentan, sin embargo, grandes fallas en los valores instrumentales sin los cuales todo lo anterior corre el gran riesgo de quedarse en un discurso bonito. Son los déficits que presentan en valores como son el esfuerzo, la autorresponsabilidad, el compromiso, la participación, la abnegación, la aceptación del límite, el trabajo bien hecho... La escasa articulación entre valores finalistas y valores instrumentales está poniendo al descubierto la continua contradicción -amén de la dificultad- de muchos jóvenes para mantener un discurso y una práctica con una determinada coherencia y continuidad temporal allí donde se precisa un esfuerzo cuya utilidad no sea inmediatamente percibida. Aquí también la educación en derechos, sin el correlato de los deberes y responsabilidades, ha hecho estragos"

¿Entonces, cómo enseñamos las materias sabiamente y transmitimos valores encarnados (virtudes)? En esta dirección se responde que encontraremos escuelas y docentes que se centran en el cuidado atento de los más desfavorecidos entre los cuales se hayan los estudiantes con necesidades educativas especiales (TDAH, TEA, síndrome de Asperger, etc.) presentes en el aula ordinaria y que exigen de sus compañeros verdadera colaboración. El acogimiento de estos alumnos es una fuente de valores. Sí, es cierto, pero a veces agotan a los maestros que se olvidan de los alumnos sin déficits. A parte de la inclusión y la atención a la diversidad y una legión de valores finalistas, ¿qué más valores, aprendizajes, contenidos, principios, fortalezas de carácter se enseñan en las escuelas más comunes? Y que nadie confunda con valores la defensa del identitarismo de género que hoy abunda en la escuela a partir de pedagogías muy variopintas. No son valores, son ideología.

Docentes ejemplares

Esta pedagogía de la inclusión y de la atención a la diversidad cuenta con algunos puntos positivos, pero a veces es difusa (de cartel en el pasillo con una paloma de la paz sobre un arco iris de grandes dimensiones) y con fines poco medibles y poca concreción. A veces, un brindis al sol. Es una pedagogía que consideramos a menudo bienintencionada, pero en ocasiones partidista y discutible. Y poco aplicable al día a día.

Entonces, en este mundo escolar desencantado: ¿Dónde queda la vocación a la docencia que tiene un perfil ético concreto y viable? ¿Un perfil vocacional para transmitir conocimientos perdurables que también son lecciones de vida? Y lo digo porque en este mundo escolar desencantado la docencia es vista en ocasiones con cinismo: “Buen horario, buenas vacaciones, pero niños muy pesados”.  “Hay que cumplir y mañana será otro día”. En resumidas cuentas, la escuela está tan burocratizada que se ha caído en una desidia donde no cabe dejarse la piel para educar integralmente a los estudiantes.

El filósofo y jurista Javier Gomá (1965) señala que todos somos modelos de ejemplaridad para todos. Una ejemplaridad que: o nos invita a ser más civilizados o,  quizá, por el contrario (con toda la escala de grises que haga falta) nos conduce hacia cierta barbarie. Y los maestros pasan muchas horas en el aula y la ejemplaridad que estos ejercen no es, lógicamente, un tema baladí: es un tema radicalmente central. Gomá añade en su glosa de la ejemplaridad el siguiente imperativo moral y que a la vez puede ser plenamente escolar: “Que tu ejemplo sea eficaz, fecundo y civilizado”. Todo un programa para una escuela, para un docente. Un modelo con hilo conductor y una finalidad evidentes. Se podría decir: “Que tu ejemplo, en tu docencia, sea eficaz, fecundo y civilizado”.  Enseña y edifica. Instruye y entusiasma. Sé un buen maestro en todos los detalles: impartiendo la clase y contagiando tu bondad y tu saber. ¿Es posible?

Una educación excelente

¿Se puede plantear en una escuela un modelo personal de conducta positivamente ejemplar para sus maestros y profesores? ¿Un modelo que habla de docentes buenos que son capaces de movilizar a sus estudiantes a través del despliegue de una vibrante enseñanza de los contenidos y desde su modo atractivo de ser (tenacidad, coherencia, pasión, etc.)? Este tipo de maestro y profesor es hoy urgentemente necesario para el ahora mismo de la escuela, pero también para toda la vida profesional, amical, familiar del discente.

Demos un paso más, ¿los directores, las maestras, los profesores, el claustro de la escuela se pueden plantear hoy el ofrecimiento de un modelo de conducta y docencia ligados a le excelencia? Definamos este término: entendemos por docente excelente aquel que ofrece clases significativas, dinámicas, que invitan a estar atento, a participar y que, en definitiva, conducen a un aprendizaje intenso que se convierte en unas clases que no te puedes perder (Race, 93). Este concepto se entiende mejor si nos preguntamos a nosotros mismos, si preguntamos a nuestros amigos, quiénes fueron aquellos maestros de los que no te puedes olvidar, que dejaron huella en ti. ¿Y por qué dejaron huella?  La dejaron porque plantaron unas semillas que se convirtieron en un verdadero ardor por saber más de tantos temas tan atractivos, tal como señala Javier Gomá.  Estos docentes nos dieron un mapa para lograr un aprendizaje que abre puertas, razonamientos, altura de miras y proyectos nobles para el estudiante ahora mismo y en el futuro para una vida bella y buena.  Encarnaron una docencia que elevaba el espíritu y movía a proyectos apasionados. Sin embargo, este lenguaje se hace extraño ante unas escuelas donde la falta de empuje y la falta la autoridad –ponderada, ganada, de prestigio- son tan comunes. La escuela entonces ¿se ha convertido en un mundo rutinario y apagado? Pura reproducción de la vulgaridad de maestros y profesoras sin aliento. Maestros y profesoras con pocas lecturas y poca ambición.

Puede que algunas escuelas caminen a la defensiva: apagando fuegos, entreteniendo al personal e innovando frenéticamente para volver siempre al mismo lugar. Motivando estrambóticamente a los alumnos para que no se aburran. ¡Qué desencanto!

Porque el silencio en el aula es un tema tabú

¿Tan difícil es plantearse en la escuela este modelo de conducta-docencia ejemplar, unificado y pautado por la laboriosidad en la preparación de las clases y en su impartición?; ¿un modelo que genera un clima fértil, sosegado que a su vez está dirigido por el ejercicio ponderado de la autoridad y la voluntad de liderazgo contagiosa del maestro o profesora? Solo un tema más, entre otros posibles, ligado a este maestro ejemplar en estas aulas transformadoras: el mantenimiento del silencio. Un silencio, hoy tan necesario, que subraya  la voz del maestro. Y luego también la del alumno emplazado a intervenir. Un silencio en el aula que va a ser la clave para facilitar que todos estén atentos. Este silencio atento en el aula es un gran tema en una educación ejemplar. Es el aceite que lubrica la excelencia en la educación. Es necesario un silencio y una atención que favorezcan el aprendizaje para todos, pero especialmente vital para los menos dotados que deben estar más concentrados para entender ese lenguaje elevado cuando el lenguaje de la escuela no coincide con el de casa. Lenguaje (Cocking & Mestre, 1988) que a su vez les va a abrir las puertas en la comprensión lectora, en la expresión escrita, en la exposición oral de sus reflexiones. Un silencio ante la voz del alumno también.  Atentísimamente escuchado por sus compañeros. Ante la voz del estudiante que refleja que ha aprendido la lección, o que lee en voz alta, o que responde a las preguntas de los maestros y profesoras.

Pero estos temas no se pueden tocar pues los docentes consideran que es un asunto tan espinoso y tan difícil de lograr que mejor dejarlo de lado y convivir con un desorden ordenado en aulas impredecibles. François-Xavier Bellamy nos señalará que parece que no nos conmuevan la legión de estudiantes desheredados que está dejando la escuela de las últimas décadas, sobre todo los desheredados procedentes de los estratos más humildes. Nos explicamos: estudiantes huérfanos de conocimiento que se quedarán sin recibir la herencia cultural de siglos a veces por pura negligencia y otras por pura ideología pedagógica que desprecia la transmisión y el conocimiento en sí mismo. A muchos estudiantes en las escuelas se les están cerrando las puertas del saber: algunos estudiantes podrán remediarlo gracias a su alto estatus socio-cultural-familiar. Otros alumnos, procedentes de las capas más humildes de la sociedad, serán desheredados de por vida.

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