Martes, 19 de marzo de 2024

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Los novelistas también tienen su "Gordo"

por Lolo, periodista santo

LOS NOVELISTAS TAMBIÉN TIENEN SU “GORDO”

Manuel Lozano Garrido
Revista “LINARES”, nº 78; diciembre 1957

No es justo hacer al niño patrimonio de la ilusión cuando nada se ha escrito sobre la soberanía de esta reina maravillosa. Los novelistas, esos hombres que con su mundo de fantasía a cuestas se aniñan en la creación literaria, estaban pidiendo también ser alineados en la fiesta de Reyes, la conmemoración por antonomasia de la ilusión. En consecuencia, desde hace trece años, los tres Magos venerables vienen tomando sobre sus espaldas la noble tarea de allanarles ese lento, duro y espinoso camino que lleva a la consagración literaria. Por eso, ahora hay ya escritores que en la noche crucial de Epifanía encuentran en sus grandes zapatos el eco sonoro de un nombre con el que iniciar la briosa carrera de la fama. Apenas con su poco más de una docena de adjudicaciones, el “Nadal” es, hoy por hoy, la más antigua lotería de las letras, que goza, asimismo, de un ascendiente no superado por los restantes premios, aunque sí lo haya sido en su cuantía.

COMO NACIÓ

«La palabra que da nombre al premio no guarda ninguna relación con el hecho señero del nacimiento de Cristo»

La palabra que da nombre al premio no guarda ninguna relación con el hecho señero del nacimiento de Cristo. Nadal es el apellido de un joven escritor catalán desaparecido en las circunstancias más prometedoras. Apenas con sus treinta años, Eugenio Nadal, como redactor-jefe de la revista “Destino”, había acusado ciertas características que presagiaban una consagración a corto plazo. El hecho de que apenas si cristalizó una obra –el libro “Ciudades de España”-, hizo pensar a varios compañeros –el director Agustí, Vergés, Masoliver y Teixidor- en dar continuidad a su misión, facilitando el paso de otros escritores que vivieran análogas situaciones de gestación, juventud y valía. Esta parquedad de fines y la escasa cifra del premio -5.000 pesetas- declaraban un deseo de ausencia de espectacularidad que los hechos se encargarían de obviar en la primera ocasión.

VOTACIÓN Y FIESTA

El mismo año en que falleció Nadal se publicaba la convocatoria de constitución, que fue resuelta en el café Suizo, de la Ciudad Condal, por los cuatro patrocinadores, a los que se sumó el también periodista Vázquez Zamora.

El sistema de votación consiste en una lectura previa que reduce al mínimo el grueso de participantes. Ya en el primer escrutinio, los siete jurados –ampliados así en 1949 con la inclusión de Néstor Luján y el “Nadal” Sebastián J. Arbó- limitan a otros siete los finalistas, de los que, a su vez en sucesivos recuentos, se va apartando el último clasificado, hasta llegar al triunfador único. En cada elección todos los miembros emiten tantos votos menos uno como títulos sigan batallando, con lo que queda siempre uno en desventaja, que es el que se elimina.

La costumbre de enmarcar el fallo en una fiesta social nació de la decisión primitiva del jurado de reunirse en el saloncillo del Suizo, para deliberar en el curso de una cena, a cuyos postres su sumaban algunos amigos y comentaristas. La prensa, la radio y algunos visitantes en traje de gala de las fiestas del Liceo, perfilaron las características del añadido social que hoy tiene.

UNA MUJER Y LA FAMA

«Había una explicación para este asombro. Aunque con brillantez, la mujer ha escalado siempre en número reducido las altas esferas de las letras españolas»

Veintiséis eran los novelistas que contendieron por la relativa fama y las escasas pesetas del primer “Nadal”. Cuando al fin se publicó el resultado, abundaron las sorpresas, al ver a una chica que no llegaba a los veinte años encabezando el recuento definitivo. Había una explicación para este asombro. Aunque con brillantez, la mujer ha escalado siempre en número reducido las altas esferas de las letras españolas.

Los nombres de Pardo Bazán, Fernán Caballero, Concha Espina y Blanca de los Ríos no constituyen sino una minoría que se pierde en la constelación de varones triunfantes, “Nada”, con sus hoscas criaturas, su duro ambiente y su vacío espiritual, aireaba una briosa manera de relatar y el trazo firme de unos personajes en los que se acusaba ya la actual maestría de su autora. Carmen Laforet levantó así una polvareda publicitaria, cuya verdad el tiempo se ha encargado de demostrar. El resultado fue de crédito personal y para el premio, que se situaba así en un rango de primera línea.

Al año siguiente el cetro de Carmen Laforet pasó a otro novel, José F. de Tapia, a quien heredaron dos hombres sobre los que hoy se asienta buena parte de la novelística actual: Gironella y Delibes. El resto de triunfadores lo forman: Sebastián J. Arbó (1948), Suárez Carreño (1949), Elena Quiroga (1950), Luis Romero (1951), Dolores Medío (1952), Luisa Forrellad (1953), Francisco J. Alcántara (1954), R. Sánchez Ferlosio (1955) y J. L. Martín Descalzo (1956).

ALGUNOS DATOS

Para el revuelo que han armado los triunfos femeninos, sólo fueron premiadas cuatro mujeres. En cambio, son nueve los varones que vencieron. Finalistas hay una mujer y trece hombres. El año de mayor afluencia fue el de 1955, que vió coronarse a “El Jarama”, sobre 241 títulos. Para ella es también el record de votos, con un claro 7-0, ostentando, en cambio, “Nada” el de ediciones con catorce, ritmo del que no desmerece “La frontera de Dios”.

PRO Y CONTRAS

Se ha tachado al “Nadal” de no haber dado aún una obra definitiva. Si cierta, la imputación no es justa, pues va contra toda lógica pretender la plenitud en un principiante. En cambio, sí entra en sus fines, y el “Nadal” lo cumple, lanzar un plantel de nombres desconocidos que, por añadidura, están renovando los valores de nuestra novela. Así citemos a Laforet, Gironella, Delibes (los tres confirmados por el Nacional de Literatura), Tomás Salvador, Elena Quiroga, Luis Romero, Goytisolo, Núñez Alonso y figuras tan prometedoras como Martín Descalzo, Sánchez Ferlosio, Truloch y tantos como los que ya habrá que contar.

Lo que sí es admisible es que en el “Nadal” ha pesado a veces una cierta preocupación técnica y estilística, con perjuicio del fondo, así como no quedar exento a la hora del fallo de un deseo de sensacionalismo o afán de acomodarse a corrientes imperantes. En cuanto al punto de vista de la ausencia de una espiritualidad constructiva, “La frontera de Dios” ha venido a borrar este matiz negativo que ya iba minando su brillante historia.

Este artículo también fue publicado en la revista Signo nº 990, 17 de enero de 1959,
con motivo de la XV edición del Premio Nadal.
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