Viernes, 19 de abril de 2024

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¿Descendía Jesús del Rey David? Resumen y colofón de la cuestión

por En cuerpo y alma

 
            Cuando comencé el estudio que he presentado a Vds. sobre la condición davídica de Jesús, el Evangelio se me aparecía como un cuerpo en el que todo invitaba a pensar que Jesús pertenecía efectivamente a la familia de David, no sé hasta qué punto el heredero más cualificado de todos los derechos dinásticos del añorado rey, pero sí, con toda claridad, un componente más o menos destacado de la dinastía davídica, condición sobre la cual, reposaba buena parte de la legitimidad de su reclamación mesiánica. Y es que efectivamente, contemplado como un todo, Mateo venía a impregnar la entera fuente con un tinte que lo impregnaba todo, imprimiendo al Evangelio en su conjunto un carácter davídico indiscutible.
 
            El devenir lógico del análisis me llevó sin embargo, de manera casi imperceptible, prácticamente inexorable, a descomponer el Evangelio en sus partes más evidentes, es decir, en función de lo escrito por cada uno de sus cuatro y diferentes autores, llevándome las sorpresas que he tenido ocasión de explicarles en los capítulos que he dedicado a cada uno de los evangelistas por lo que a la condición davídica de Jesús de Nazaret se refiere. Capítulos que me permito poner a su disposición fácilmente pinchando a continuación si desea conocer la opinión de Mateo, a continuación si desea conocer la opinión de Marcos, a continuación si desea conocer la opinión de Lucas, y a continuación si desea conocer la opinión de Juan.
 
            Dicho todo lo cual, corresponde hoy, a modo de colofón, resumir la impresión que dicho análisis me ha causado en cada caso. Y así, si el de Mateo se me presenta como un evangelio clarísimamente davídico, en el que todo el ministerio de Jesús o buena parte de él reposaba y reposa sobre la condición davídica de su protagonista, en mi opinión Marcos trata la cuestión con cierta desidia aunque sin obviarla, como si le ocupara pero no le preocupara; Juan se mostraba muy escéptico sobre el tema, ignorando y hasta “rechazando”, diríamos, toda pretensión davídica en el ministerio de Jesús; y quizás se me presentó como la más extraña y polivalente la posición de Lucas, en cuyo Evangelio de la Infancia, es decir los dos primeros capítulos de su Evangelio, se nos presentaba el autor como el más davídico entre los davídicos, si bien amputado su libro de la parte que le dedica a la infancia de su protagonista, parecería tan escéptico sobre el tema como el propio Juan.
 
            ¿Cabe dar alguna explicación a semejante divergencia en el enfoque? A mí se me antoja simplemente producto y consecuencia de la condición humana de sus autores y desde luego, un argumento más a favor de la veracidad y autenticidad histórica de esos cuatro libros maravillosos que son los evangelios, donde la franqueza, la sinceridad y hasta la ingenuidad, si me lo permiten Vds., de sus redactores, se nos asoman a cada trazo de su escritura, confirmándose como lo que indiscutiblemente son por más que muchos se afanen en discutirlo neciamente: una fuente histórica de primera magnitud, en la que los enfoques, las preferencias, las fortalezas y las debilidades del historiador que es en este caso, cada uno de los evangelistas, se nos aparecen con toda la fuerza y la potencia con la que se presenta en cualquier fuente histórica, y con dos grandes ventajas: la multiplicidad y variedad del testimonio, y una pretensión de objetividad innegable que se echa de menos en muchas otras fuentes que a ningún historiador imparcial, desprovisto de fobias previas y prejuicios, se le ocurre cuestionar. ¿Qué habrían dicho esos mismos historiadores si los cuatro evangelios hubieran sido idénticos y no registraran entre sí divergencia alguna? ¿Se habrían privado de evocar la sombra de la impostura y de la conspiración?
 
            Más allá de ello, o precisamente por ello, podría invocarse un argumento que sirviera para explicar el enfoque tan diferente que hacen los dos evangelistas más extremos por lo que a la condición davídica de Jesús se refiere: Mateo y Juan. Y así, mientras el primero, Mateo, escribe un evangelio muy temprano, muy poco posterior al llamado Concilio de Jerusalén del año 47 que tan descriptivamente nos refiere Lucas en los Hechos de los Apóstoles, y por ello “muy judío” y muy apegado todavía a una realidad judía sin la cual no se puede entender el fenómeno cristiano, realidad en la cual toda pretensión de mesianismo pasa por la condición davídica de quien la realiza, el segundo, Juan, en cambio, escribe el último de los evangelios, entre 30 y 40 años posterior, medio siglo posterior al Concilio de Jerusalén, y en él, el fenómeno cristiano constituye ya una realidad palpable y consolidada, que no sólo es independiente del tronco judío del que indudablemente procede y hasta superior en dimensiones y extensión, sino que trabaja denodadamente por que así parezca y así sea aceptado por todos. Un fenómeno en el que el mesianismo de Jesús para nada necesita anclar sus raíces en “mitológicas” tradiciones judaicas, sino que es perfectamente independiente de ellas.

            Si tuviera que emitir mi opinión, la mayor cercanía geográfico-temporal con los hechos que relata me hace confiar más en la versión mateiana que en la joanesca. Y ello aún aclarando que la aducida no es la razón más importante para que lo haga así, pues soy de los que cree que el Evangelio de Juan es el más ajustado desde el punto de vista histórico frente a cualquier otro, Lucas incluído. La razón más importante para que en este caso concreto prefiera confiar en Mateo que en Juan es la de que el personaje histórico de Jesús se me hace más verosímil, más viable, más históricamente aceptable, contemplado como un componente más de la familia davídica que sin que recaiga en él dicha condición familiar, cuando no dinástica.

 
 
            ©L.A.
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