Martes, 16 de abril de 2024

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Nada hay más feminista que la Navidad

por La Columna del #CoronelPakez

Una mujer elevada a la categoría de madre de todo un Dios. ¿Puede haber algo más grande para una mujer? Fijémonos, a la Chesterton, en los elementos de la afirmación: ser mujer es lo más grande que se puede ser porque ha sido especialmente divinizada; de otro modo, ¿por qué Dios iba a elegir a una mujer como madre, pudiendo hacerlo con cualquiera de sus criaturas? Es una consecuencia lógica que haya situado a la Virgen María como Reina del Cielo y de la tierra. Dios, pues, decide nacer de una mujer -no de un simio-. Decide nacer, sí. Luego, ser madre es, también, lo más grande que puede ser un ser humano. (He conocido algunas CEO's de enormes compañías: no creo que, en el lecho de muerte, lo primero que recuerden sea la cuenta de resultados o el EBITDA).

Ser mujer y ser madre. Dar vida. No, no hay nada más grande. Ser la Reina de Cielo y tierra. ¿No sería esta la mayor y la mejor reivindicación de cualquier feminismo bienintencionado?

El feminismo, y es una pena, no es nunca bienintencionado. Nunca. Porque niega la condición de criatura del ser humano. Porque niega la condición de mujer de la mujer, reduciéndola a mera hembra. Porque afirma la autonomía del ser humano frente a Dios a quien, por una falta infinita de humildad, osa negar y entierra en el cementerio de los mitos. El orgullo innombrable de Adán y Eva, ese "mito" que permite explicar con tanta solidez racional la guerra de Ucrania y las hambrunas que provoca Occidente con sus manejos climáticos. Algo va muy mal en el mundo desde el principio y el hombre mira hacia el lado del absurdo y del azar, ese que tanto gusta a los intelectuales de moda desde los sofistas griegos: vean qué viejos decrépitos son los intelectuales de moda desde 1789, tan decrépitos como prepotentes, sin duda alguna.

El feminismo no ofrece a la mujer más condición que la de productora y consumidora. Ensucia de manera monstruosa la relación afectiva y sexual de la mujer. Y, peor aún si ello es posible, roba la inocencia y la libertad de los hijos. Roba, por supuesto, la vida de hijos e hijas, a las que asesina en el vientre materno antes de nacer, porque, al parecer, una niña no nacida no es mujer. El feminismo, como toda ideología, degrada al ser humano a una miserable condición de materia muerta -polvo o barro, ya lo dice la Biblia, minerales y metales en aleatoria y casual combinación que, oh misterio, un día llegan a producir azarosamente "Las Meninas" o "el Quijote"-. 

El feminismo ha penetrado sin respeto en el templo de la vida, lo ha destruido y sale de él seguido de un séquito innumerable de jóvenes que se suicidan. Jóvenes a los que han sumergido en la duda trans y a los que han robado toda esperanza, toda dignidad y todo valor. ¡Cómo os habéis dejado engañar, jóvenes! ¿El ejemplo de una sociedad degenerada? Muy probablemente. Sois hijos de Dios desde toda la Eternidad, ese es vuestro ser, vuestro valor eterno, vuestra altísima dignidad. No sois fruto del absurdo ni del capricho, ni del destino oscuro que os ofrecen desde los gobiernos del mundo a base de romperos por dentro y por fuera, y no ofreceros sino esos placeres de los que os quejáis cada mañana de resaca...

Mientras, en Belén de Judea, nace el Hijo de Dios. Judío en lo humano, por cierto, y tan perseguido y odiado como los niños abortados. Nace de mujer, de la más grande de todas las mujeres. De la más pequeña de todas las mujeres. Porque la humildad es la base de la grandeza, de la libertad, de la esperanza, del amor. No temáis feministas: se os espera; dejad que una mujer os cuide y os guíe. Abandonad vuestros dogmas enajenados y dejaos llevar por la Virgen María y no por vuestro odio irracional -infrahumano- y vuestro orgullo -diabólico-. Hay esperanza, feministas: venid a recibir el perdón y la bendición del buen Dios. Amén.

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