Martes, 16 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Don Diego Ventaja, fortaleza ejemplar

por Victor in vínculis

Por Monseñor Rosendo Álvarez Gastón
 

La beatificación de un obispo, por el testimonio patente de su vida y de su muerte, es un acontecimiento excepcional para la Iglesia en España y para toda la Iglesia católica. Ello nos invita a reflexionar, ya que constituye una llamada e invitación para pastores y fieles todos, en este momento en que toda la comunidad está empeñada en un esfuerzo de renovación, para impulsar una nueva evangelización y fortalecer la vida cristiana.

Nos lo recordó el Sínodo Extraordinario de 1985: “En circunstancias dificilísimas a lo largo de toda la historia de la Iglesia, los santos y santas fueron siempre fuente y origen de renovación” (II, A, 4). Para añadir: “Hoy necesitamos fuertemente pedir a Dios con asiduidad santos”. A los que hay, a los que ya tenemos, hemos de mostrarlos, darlos a conocer, para que el pueblo de Dios los contemple y admire, y sirvan de ejemplo con su testimonio.
 
Obispo santo

En nuestro caso, Diego Ventaja Milán es obispo, es mártir, es profesor, pedagogo, educador y predicador, pero, ante todo, es santo. Los santos son testigos elocuentes de la acción sobrenatural de Dios en la vida del hombre. La santidad tiene su fundamento en la vocación bautismal, en la gracia santificante recibida, en la participación de la vida divina, en la vivencia de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma y nuestra relación a través de las virtudes teologales, para ser en todo conformes con la imagen de Jesucristo, de acuerdo con la predestinación del Padre.

La santidad consiste en vivir unido a Dios, hacer su voluntad en todo, amándole sobre todas las cosas, con todo el corazón, y al prójimo como a uno mismo. Si queremos que haya en la Iglesia vocaciones consagradas, apóstoles comprometidos, matrimonios cristianos, jóvenes enamorados de la virginidad y el celibato por el reino de los cielos, este es el mensaje que hemos de transmitir en nuestra predicación, en nuestras catequesis y con nuestras propias vidas.

La universal vocación a la santidad en la Iglesia, que se manifiesta sin cesar en los frutos de gracia que produce en los fieles la acción del Espíritu Santo, es un don, una puerta abierta al gozo supremo y a felicidad incomparable, un camino de plena realización, que nos lleva a exclamar con San Pablo: “Bendito sea Dios y Padre de nuestro señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad” (Ef. 1, 3-5).

Diego Ventaja Milán es un obispo santo. Apenas un año de ministerio episcopal en Almería. Nombrado obispo por el papa Pío XI el 4 de mayo de 1935. Consagrado en la catedral de Granada el 29 de junio por el arzobispo D. Agustín Parrado García, con la participación del obispo de Guadix-Baza, D. Manuel Medina Olmos –compañero de ministerio, de martirio y de beatificación- y el obispo de Tuy, D. Antonio García y García. El día 16 de julio hizo su entrada en la Santa y Apostólica Iglesia Catedral de Almería. Poco más de un año después, el 28 de agosto de 1936, tras cuarenta días de doloroso vía crucis vivido con ejemplar humildad y fortaleza, fue encontrado digno de la palma del martirio por la fe en Jesucristo, por fidelidad a su ministerio y por su condición de obispo.
 

 
Obispo y mártir

La fuerza de la fe, la energía del Evangelio, la presencia del Espíritu Santo y el ejemplo de Jesús, que ofreció el sacrificio de su vida por todos, han promovido y hecho posible esta fecundidad en la Iglesia.

Los obispos de Almería y Guadix y sus compañeros han sido mártires por el motivo más esencial, antiguo y permanente: por la profesión de fe, por la fidelidad a Jesucristo, por el cumplimiento de la vocación cristiana y de la misión encomendada, animados por la esperanza de la salvación y de la vida eterna, movidos por la caridad, el amor a Dios y a los hermanos hasta entregar la propia vida.

Nuestros mártires han ejercitado la paciencia en las tribulaciones, el perdón ante los insultos, la humildad hasta el extremo de las más grandes humillaciones, el dolor moral de los desprecios y el dolor físico de los tratos vejatorios. Y todo, con el perdón en los labios, con la bendición en las manos y visible amor en sus corazones. En el caso del obispo Diego Ventaja podemos añadir que con una mirada penetrante, difícil de olvidar, que fue una llamada al arrepentimiento de sus verdugos.

Estos mártires, como los que lo han sido en los veinte siglos de la vida de la Iglesia, han dado un claro testimonio de fe en Jesucristo y de adhesión a su Iglesia, de valentía y firmeza a toda prueba, y de perseverancia en la persecución hasta el final. Testimonio, también, de compasión hacia el fanatismo destructor, la ignorancia, los odios desatados y los pobres verdugos, empujados por ideologías e intereses que solo llevan a la muerte.

La Iglesia de Almería, apostólica por su primer obispo San Indalecio, contempla con inmensa alegría la singular grandeza que mueve a sus mártires al frente de los cuales está su obispo Diego Ventaja Milán que, en reconocimiento de la supremacía de Cristo ofrecieron heroicamente sus vidas, regando esta tierra reseca con su sangre, expresando así que, si Dios lo es todo y todo lo hemos recibido de Él, es justo entregarse totalmente a Él, único absoluto, fuente inagotable de vida y de paz.

Durante las duras pruebas que Dios permitió que experimentara la Iglesia en España, hace ya algunas décadas, mártires como Diego Ventaja Milán, supieron permanecer fieles al Señor, a sus comunidades eclesiales y a la larga tradición católica de nuestro pueblo. En el caso de nuestro obispo, su entrega al Señor y a la Iglesia fue tan firme que, aun teniendo la posibilidad de ocultarse y ausentarse, decidió, a ejemplo del buen pastor, permanecer entre los suyos para ejercer el cuidado pastoral para el que había sido elegido. En ningún momento abrigó sentimientos que enfrentaran a hermanos contra hermanos. Así entregó su vida poniéndose al frente de más de un centenar de sacerdotes y algunos religiosos y seglares, que con él ofrecieron el sacrificio supremo del martirio.
 
Una vocación temprana

Nacido en Ohanes, pueblo de las Alpujarras almerienses, el 24 de junio de 1880, pronto se traslada a Granada con sus padres, humildes servidores y profundamente cristianos. En septiembre de 1890 comienza sus estudios en el colegio-seminario del Sacromonte. Cumplidos los 14 años y terminado el cuarto curso de Latín y Humanidades, el año 1894 es enviado a Roma, al nuevo Colegio Español, para afrontar todos los estudios eclesiásticos en la Universidad Gregoriana.

El 20 de diciembre de 1902 es ordenado sacerdote, y vuelve de Roma con sus tres doctorados. Hasta su nombramiento de obispo, vive treinta y tres años de fecundo ministerio sacerdotal, en torno al Sacromonte de Granada, y en las escuelas del ave María. Gran catequeta y pedagogo, profesor en el colegio-seminario, predicador incansable, destaca en él su profunda espiritualidad, su desprendimiento, su humildad y su celo sacerdotal. Tras poco más de un año de ministerio episcopal, cumplió su carrera y llegó a la meta, apenas cumplidos los cincuenta y seis años.

Nuestra Iglesia, nuestras comunidades hambrientas, tan necesitadas de vocaciones consagradas, desean santos al frente de las parroquias, la diócesis y movimientos. Santos catequistas, santos pedagogos, santos animadores, profesores y educadores santos, santos religiosos y religiosas, santos sacerdotes y obispos. Obispos santos que prediquen la palabra de Dios, celebren los sagrados misterios y sirvan en la caridad a los hermanos, y así, en esa línea, sacerdotes y agentes todos de pastoral. Santos que hablen de Dios y lleven a Dios, que comuniquen alegría esperanza, que den preferencia en sus actividades a los pobres y necesitados. Que no olviden que el precepto primero es el amor hasta el extremo.

No es fácil ser obispo hoy. Nunca lo ha sido. Todos conocen nuestras limitaciones y, sin embargo, todas las comunidades quieren obispos extraordinarios en todo. Contando con estas limitaciones, si nos apoyamos en Dios, si nos refugiamos en el Espíritu, y apoyamos en la fuerza del Evangelio, si vivimos el seguimiento de Jesús, nuestro ministerio será fecundo. Ser obispo es vivir el martirio, la inmolación de cada día y la entrega permanente. Nuestros obispos mártires lo vivieron todo de una vez, uniéndose al sacrificio supremo de Cristo, que es el que salva.

“Lo único que para mí habéis de pedir, dice San Ignacio de Antioquia, obispo y mártir, a los cristianos de Roma, es que tenga fortaleza interior y exterior, para que no solo hable, sino que esté también interiormente decidido a portarme como cristiano. Lo que necesita el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma. Si logro el martirio, entonces será libre con Jesucristo y resucitaré libre con Él. Ahora, en medio de mis cadenas, es cuando aprendo a no desear nada. Ahora es cuando aprendo a ser discípulo”. Hermosa lección de un obispo mártir.
 
El presente artículo apareció publicado en la obra NO TENGÁIS MIEDO: TESTIGOS ANTE EL TERCER MILENIO de Francisco Javier Rodríguez Gómez y Jorge López Teulón (Zamora 1996).

Monseñor Rosendo Álvarez fue Obispo de Almería de 1989 a 2002. Falleció el 3 de febrero de 2014.
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