Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

La seguridad de un futuro Papa

Exclusiva del diario vaticano: reveladora entrevista al cardenal Wojtyla cuando todo se tambaleaba

En 1972 los sacerdotes colgaban los hábitos a miles en todo el mundo, y un Sínodo crucial se llenó de interrogantes.

C.L./ReL

El cardenal Karol Wojtyla.
El cardenal Karol Wojtyla.
Aunque la entrevista con el arzobispo de Cracovia que publica este sábado L´Osservatore Romano se la hizo Joaquín Alonso Pacheco para Palabra en el número 86 de octubre de 1972, lo que avanza «en exclusiva» es su rescate del olvido, por esa misma revista, dentro de un próximo especial dedicado a la figura de Juan Pablo II con ocasión de su beatificación el 1 de mayo.

Y es que este 2 de abril se cumplen seis años del fallecimiento del predecesor de Benedicto XVI, y el diario de la Santa Sede le consagra diversos artículos, aunque ninguno tan relevante como éste.

Las declaraciones del cardenal Karol Wojtyla a Pacheco versan sobre el sacerdocio, en plena «crisis de identidad» tras el Concilio Vaticano II que estaba costando a la Iglesia una sangría de secularizaciones (regulares o irregulares), motivando en 1971 la convocatoria de un Sínodo donde se plantearon todos los interrogantes que animaban entonces el debate teológico, al tiempo que se beatificaba al hoy San Maximiliano Kolbe, modelo de sacerdote entregado a Dios y al prójimo hasta dar su vida por los demás, como hizo en Auschwitz.

Ante ese clima en el que temblaba y parecía tambalearse la base de la estructura jerárquica de la Iglesia, es reveladora la seguridad que evidencia en sus respuestas el futuro Juan Pablo II, anticipo de la que mostraría después en este tema en sus 28 años de pontificado.

Describe la situación en Polonia, donde en medio de las dificultades, «todos los fieles buscan conducir su vida en sintonía con la especial intención de Dios contenida en el Bautismo, pero la vocación sacerdotal se comprende precisamente en su especificidad», por lo cual el sostén de los laicos a los seminarios era amplio y generoso.

«Los fieles ven en el sacerdote al sustituto y al seguidor de Cristo, que sabe soportar con paciencia cualquier sacrificio personal por la salvación de las almas que le han sido confiadas», afirmaba el cardenal Wojtyla, quien sacaba una conclusión muy clara: «Insistiendo sobre estas cualidades de la existencia sacerdotal [a las que añadía "el celo apostólico" y "el incansable espíritu de sacrificio por el prójimo, en el espíritu de Cristo"] se puede superar cualquier "crisis de identidad"... Los fieles no necesitan funcionarios o dirigentes administrativos, sino guías espirituales y educadores».

Interrogado por la cuestión, entonces de moda, de si los sacerdotes debían tener otras ocupaciones (era la época de los «curas obreros»), el futuro Juan Pablo II recuerda que «el sacerdocio ministerial, como fruto de la particular llamada de Cristo, es un don de Dios en la Iglesia y para la Iglesia; y este don, una vez aceptado por el hombre en la Iglesia, es irrevocable... El autor del don, quien ha instituido el sacerdocio, es Dios mismo».

Y no deben cambiar estos criterios con el argumento de que la escasez de sacerdotes podría paliarse atrayendo personas que sólo se dedicasen a tiempo parcial (argumento utilizado también contra el celibato sacerdotal): «No se pueden resolver las dificultades que surgen de la cantidad renunciando a la calidad», olvidando que «sólo "el dueño de la mies" puede multiplicar este don y a los hombres sólo compete recibirlo con las disposiciones que exige».

Karol Wojtyla no encontraba en Polonia el mismo pulular que en otros países de doctrinas nacidas «como forma de contestación a la metodología teológica tradicional», en alusión a la teología de la «muerte de Dios», la teología de la liberación, etc.: «En el choque con la ideología marxista y con el ateísmo programado y difundido por la propaganda, la Iglesia no ha perdido su propia identidad».

Seis años después de esta entrevista, el interlocutor de Alonso Pacheco era elegido Papa, y las convicciones y certezas aquí manifestadas dejaron de ser patrimonio exclusivo de sus compatriotas, para pasar a formar parte del alimento espiritual de miles de millones de católicos.
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