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«Para que el mundo conozca a Cristo, debe seguir habiendo cristianos en la tierra donde Él nació»

Dramático Te Deum Laudamus del párroco de Taybeh, único pueblo íntegramente cristiano de Cisjordania

Bashar Fawdaleh es el actual párroco de este pueblo cristiano.

Bashar Fawdaleh es el actual párroco de este pueblo cristiano.archivo

Helena Faccia
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La tierra natal de Cristo está marcada por muros, divisiones y miedo, como nuestras vidas. Pero creemos que Él está aquí y no nos abandona, afirma Bashar Fawdaleh, el párroco latino de Taybeh, una ciudad 30 km al norte de Jerusalén y al este de Ramala, la última población cristiana de Cisjordania.

Él aporta su Te Deum laudamus [Te alabamos, Señor], una sección tradicional en cada número de diciembre de la revista Tempi:

Ahora que el año llega a su fin, pienso en nuestra vida en Cisjordania con el corazón lleno de preguntas y, quizás sorprendentemente, de esperanza. La situación es difícil y a menudo desalentadora. Cada día llegan noticias de nuevos ataques por parte de los colonos, nuevos puestos de control, nuevas barreras militares que aíslan un poblado de otro. Nunca es fácil desplazarse. Lo que antes era un viaje de diez minutos en coche ahora puede llevar horas, con los soldados controlando quién puede pasar y quien no. La tierra natal de Cristo, la tierra donde aún resuena su mensaje de paz, está hoy marcada por muros, divisiones y miedo.

Casas vacías

En este contexto, puede parecer extraño hablar de esperanza. Sin embargo, para nosotros, los cristianos que permanecemos en Tierra Santa, la esperanza no es una idea, es nuestro pan de cada día. Sin ella, no podríamos quedarnos.

Nuestra comunidad de Taybeh, el único pueblo íntegramente cristiano que queda en Cisjordania, se enfrenta a las mismas presiones que sufren todos los palestinos: dificultades económicas, falta de libertad de movimiento e incertidumbre sobre el futuro. Pero también nos enfrentamos a algo más doloroso: la constante emigración de nuestra gente. Las familias se van al extranjero en busca de seguridad, dignidad y oportunidades. Cada partida es como una pequeña herida en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia local. Las casas vacías nos recuerdan que la fe por sí sola no llena una mesa vacía, pero es la fe la que nos mantiene en pie.

A pesar de todos estos retos, la vida sigue. Las campanas de la iglesia de Taybeh suenan cada mañana. No solo anuncian la hora de la oración, sino también la tenacidad de un pueblo que se niega a desaparecer. Los niños siguen yendo a la escuela, los ancianos siguen sentándose en la puerta de sus casas para saludar a los vecinos y los domingos seguimos reuniéndonos para celebrar la Eucaristía, el acto máximo de agradecimiento. En ese momento se nos recuerda que formamos parte de una historia mucho más grande que nuestro dolor.

La esperanza se ha hecho hombre aquí

Para nosotros, la esperanza no es optimismo. El optimismo puede desvanecerse cuando vemos las noticias o nos enfrentamos al enésimo control de carretera. La esperanza es algo más profundo: es la convicción de que Dios no ha abandonado esta tierra ni a su pueblo. Incluso en nuestro sufrimiento, creemos que Él está aquí, que camina con nosotros por estas polvorientas carreteras como lo hizo en su día en Galilea y Jerusalén.

Miro a nuestros jóvenes y rezo para que no pierdan esta esperanza. Sueñan con estudiar en el extranjero, con construirse una vida mejor. Algunos se irán, pero rezo para que muchos de ellos encuentren el valor de quedarse y dar testimonio de la fe en el lugar donde esta nació. Para que el mundo conozca a Cristo, debe seguir habiendo cristianos en la tierra donde Él nació.

Este año, mientras damos gracias en el Te Deum, doy gracias a Dios por el don de la perseverancia. Le doy gracias por las familias que permanecen fieles a sus raíces a pesar del miedo, por los sacerdotes y religiosos que sirven incansablemente, por todos los amigos en el mundo que rezan por nosotros y nos apoyan. Su solidaridad es una luz que nos recuerda que no somos olvidados.

Nuestra esperanza no está en la política ni en el poder, sino en Dios, que se hizo hombre en Belén, a pocos kilómetros de nuestro pueblo. Si Él vino una vez a nuestra oscuridad, puede volver a venir. Por eso velamos, rezando, trabajando y creyendo que la paz no seguirá siendo un sueño, sino que algún día se convertirá en nuestra realidad cotidiana.

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