Miércoles, 24 de abril de 2024

Religión en Libertad

Santas Marana y Cira de Berea, eremitas.

Hermanas de sangre y de celda.

Ramón Rabre

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Santas Marana y Cira en reclusión.
Santas Marana y Cira en reclusión.

Santas Marana y Cira de Berea, hermanas y reclusas. 3 de agosto y 28 de febrero (Iglesia Oriental)

Estas hermanas, que algunas tradiciones ponen como gemelas, nacieron en el siglo IV, en Berea, Siria, en una familia cristiana rica. Fueron educadas por sus padres en aras de alcanzar buenos matrimonios. Pero como Dios tiene otros planes que resultan cuando las almas son dóciles a su voluntad, cuando alcanzaron la juventud, cambiaron galas y futuro por la soledad, la penitencia y la oración, dedicándose exclusivamente a Dios. 

Aunque había monasterios famosos por su virtud y posición, ambas eligieron la vida monástica más extraña que conocemos: la reclusión total y de por vida, o emparedamiento. Este tiene varias formas, aunque la más común era una pequeña celda que se sellaba con ladrillos o piedras, lo que fuera, una vez dentro la reclusa. Sólo se les dejaba una pequeña ventana por donde respiraban, se comunicaban con el exterior y recibían los alimentos que personas piadosas les entregaran. Las celdas adyacentes a alguna iglesia, tenían, además, una ventana a la misma, por la cual la reclusa (nombrémoslas en femenino, pues el 99,9 % fueron mujeres) seguía los oficios, e incluso alguna predicaba al pueblo. Pero no estaban ociosas, algunas tejían o elaboraban cestos, o cosían, para ganarse las limosnas. Unas son totalmente desconocidas y solo quedan leyendas dudosas, otras fueron oráculos de sabiduría, consejo. Otras tuvieron éxtasis, visiones o revelaron profecías. 

En occidente las hubo asociadas a órdenes monásticas consolidadas, como los benedictinos o agustinos. Algunas de estas, reclusas fueron Santa Ida de Toggenburg (3 de noviembre), Santa Awa de Melk (7 de febrero), Santa Veridiana de Castel Fiorentino (1 de febrero), Santa Oria de San Millán (11 de marzo), Beata Isabella de Lincoln (1 de noviembre), Santa Catalina de Pallanza, agustina (6 de abril), Santa Helmtrudis de Neuenheerse (31 de mayo y 22 de octubre) o Santa Judit de Sponheim, benedictina (22 de enero y 22 de diciembre), y no podemos dejar a Santa Wiborada de San Gall, benedictina (2 de mayo), mártir, que es la primera mujer canonizada con un proceso formal por la Iglesia.

Y volvamos a nuestras Marana y Cira. Pues decididas a la reclusión, se dirigieron a las afueras de la ciudad, junto a un camino, donde comenzaron a edificar una celda de barro en derredor suyo. Al llegar a la altura que ya no eran vistas, la dejaron así, tal cual, sin techo. Abrieron una ventana pequeñita, desde la cual predicaban a los caminantes sobre la conversión, la penitencia, la futilidad del mundo y la grandeza de los bienes celestiales. Con ellas habían llevado a dos esclavas, que construyeron una casita anexa, y las proveían de alimentos cuando era preciso y era el único contacto directo que tenían con el exterior. La única excepción a tan riguroso retiro la hacían en Pentecostés, cuando salían de su celda (por el "no techo" suponemos) y predicaban, aconsejaban y ayudaban a las mujeres, solo mujeres podían acercarse, que se llegaban a su celda. Y aún así, era medio retiro, pues vestían gruesos velos de tela áspera, como las túnicas, que iban desde la cabeza hasta la cintura, por delante y detrás, de modo que sólo las manos les eran visibles. Los tres primeros años de retiro sólo comían un día, cada cuarenta días.

Llevaban cadenas pesadísimas que les colgaban del cuello, que hicieron que durante años Cira no pudiera levantarse del suelo, y dicha cadena quedó empotrada en la tierra. Así estuvo hasta que  el obispo Teodoreto de Cyrrhus, único hombre que se les pudo acercar, le mandó las quitase del cuello, pero luego que se fue, Cira se las volvió a poner. Este obispo es quien escribió sus vidas y ejemplos en su "Historia Religiosa".

En una ocasión recibieron una inspiración del cielo y peregrinaron, con sus ropas y cadenas, a Jerusalén. El viaje duró tres semanas, durante las cuales ni comieron ni bebieron. También visitaron el santuario de Santa Tecla (23 de septiembre) en Iconio. Así vivieron 42 años, ayunando constantemente, orando y hablando al pueblo de Dios. Ni el frío, el calor, la lluvia, las movieron de sus penitencias. Finalmente, fallecieron (a la vez, lo quiere la leyenda) en 450.

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