Miércoles, 24 de abril de 2024

Religión en Libertad

San José de Cupertino. El santo volador.

Duro de cabeza, suave de corazón. El cuerpo en el aire, pero los pies en la tierra.

Ramón Rabre

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San José de Cupertino. "Vero volto".
San José de Cupertino. "Vero volto".

San José de Cupertino, presbítero OFM.Conv. 18 de septiembre.

El pobre inútil.
Nació el 17 de junio de 1603, en un establo, mientras sus padres Felice y Franceschina, se escondían de los acreedores que les buscaban. Fue el menor de seis hermanos. Entre el hambre, las enfermedades (padeció sarna de pequeño) y la poca atención de la madre, José creció con deficiencias intelectuales y físicas. Un poco tonto, vamos. Donde no tenía deficiencias era en la fe, la piedad y la alegría. Siempre sonreía, a pesar de las burlas y el desprecio de sus convecinos. Ni siquiera le quisieron los franciscanos, los capuchinos le aceptaron por misericordia, para despedirle antes del año por torpe, olvidadizo y poco dado a los oficios. De vuelta al mundo, se colocó en casa de un pariente, que le echó por inútil. Su madre al verle aparecer de nuevo en casa, se deshizo de él, mandándoselo a su tío Donato, franciscano conventual, para que le emplearan como recadero al menos. Y llegó a Santa María della Grottella, que estaba en plena construcción. A esta imagen le tuvo mucha devoción el santo, pues consideraba ella había permitido le aceptasen en el convento, luego de suplicarle toda una noche con lágrimas.

El santuario.
El primer punto de devoción fue una pequeña gruta, en la que en 1453 se halló un icono oriental de Nuestra Señora. Siempre se ha creído que aquella gruta debió ser un sitio de retiro de los monjes basilianos que del siglo VIII al XI habitaron en un monasterio de las cercanías, huyendo de los iconoclastas. Debieron poner allí a Nuestra Señora, dejándola al marcharse. El pastor que la halló, mientras buscaba un ternero perdido, puso junto a ella dos luces y llamó al clero. El obispo mandó construir una pequeña capilla, donde pronto se desarrolló el culto mariano principal de la región. En 1579 se construyó el actual santuario y en 1618 los frailes conventuales comienzan la edificación del convento. En 1884 el santuario y el convento fue expropiado y expoliado (esta es la razón por la cual no existe la cruz elevada por el santo). En 1890 la iglesia fue cerrada al culto para ser reabierta en 1932, por los frailes, que acudían a celebrar las festividades religiosas, aunque sin habitar en el convento. En 1949 el convento y el santuario en ruinas fueron subastados por su dueño. Lo compraron los frailes por medio de un seglar, para que no se supiera su intención de regresar. A pesar que la venta fue legal, les pusieron muchas trabas y solo en 1954 pudieron retomar posesión del convento, impulsando la devoción a la Santísima Virgen y a San José de Cupertino. Allí se veneran la celda del santo, sobre el altar mayor, la celda “de la sangre” y la capilla de Santa Bárbara, cercana al monasterio, que data del siglo VI y donde el santo se retiraba a orar y hacer penitencia.

José, religioso y sacerdote.
Pues admitido el santo como sirviente, los frailes le tomaron estima porque aunque era lento y despistado, era muy piadoso, humilde y siempre tenía buen trato para con todos. Y tanto aprecio le tomaron, que en 1625 le admitieron como religioso lego. Torpe era, pero suerte tenía un montón, pues cuando le propusieron estudiar para ser ordenado sacerdote, lo hizo por obediencia, aunque sabía que no iba a aprobar ni un examen. Sólo podía hablar con cierta soltura y explicar la frase evangélica “Bendito el fruto de tu vientre” ¡y fue la que le pidieron explicara, abriendo el sacerdote examinador, el Evangelio por una página al azar. El examen final, para aceptarle o no a la ordenación, era realizado por el obispo en persona. Y este, luego de examinar a varios candidatos estaba cansado y dijo “¿Para qué examinar a todos los que quedan, si se ve están muy bien preparados?” Y se salvó Cupertino de ser examinado. El 18 de marzo de 1628 fue ordenado y ya que la predicación se le daba fatal, optó por salvar almas mediante la oración y la penitencia. Y fue un campeón en esta: Ayunaba siempre, jamás comió carne ni bebió licor alguno. Se flagelaba casi diariamente, y con tal fervor, que la sangre salpicaba las paredes y el techo del minúsculo rincón donde lo hacía, llamado actualmente la “capilla de la sangre”. A pesar de ser sacerdote continuó trabajando como un lego más, ocupándose de las tareas más duras sin protestar ni pedir alivio.

El santo volador.
Pero por lo que ha pasado a la fama José de Cupertino es por su profunda vida mística y unión con Dios. Sus éxtasis (unión profundísima del alma con lo sobrenatural) comenzaron el 4 de octubre de 1630, fiesta de San Francisco, y eran tan frecuentes y elevados, que le prohibieron celebrar misa en público, o asistir a cualquier otra devoción, por el asombro que causaba en los fieles. La sola mención de Dios, o un misterio de la fe, lo transportaba y le hacía perder los sentidos. Y la cosa fue a más cuando comenzó a elevarse por los aires. Más de 70 éxtasis y elevaciones están perfectamente registrados por los religiosos u otras personas que fueron testigos. Como buen místico era humilde y obediente, al punto que bastaba la palabra del superior para que volviese de los éxtasis, a los que él llamaba “mareos” y retomara sus oficios.

Hay tres casos que merecen relatarse, pues han pasado a la iconografía del santo: el primero es el de la cruz pesadísima que iba destinada a situarse junto al santuario de la Virgen, situado en lo alto de un monte. Ni diez obreros podían con ella, ante lo cual, el santo hizo una breve oración, tomó la cruz y elevándose por el aire, la depositó tranquilamente en el sitio elegido. El segundo, ocurrió frente al embajador de España y su mujer. Estos dos personajes quisieron conocerle, pues dudaban de lo que se contaba del fraile “volador”. José salió de la clausura y al entrar a la iglesia, miró la imagen de Nuestra Señora e inmediatamente entró en éxtasis y se elevó hasta la imagen, quedando su rostro a unos centímetros del de la Virgen. Luego de unos instantes de profunda oración, descendió al suelo. Y avergonzado, el humilde santito. Y el último caso, hay que traerlo a colación pues ocurrió ante el mismo papa Urbano VIII, al que le llegaron acusaciones de falsedad, hechicería y falacias de los frailes y de José de Cupertino. Hablando con el papa, sin defenderse, quedó absorto y comenzó a elevarse. El duque de Hannover, fue testigo del hecho y al ver aquello, abandonó la herejía protestante y se convirtió. Años después también convertiría al príncipe luterano John Frederick mientras celebraba la misa.

Aunque era inocente de las acusaciones de estafador, y así lo declaró el Santo Oficio luego de tres años de investigaciones, los superiores le enviaron a varios conventos lejanos (Asís, Fossombrone, y finalmente Ossimo en 1656) para alejarle de las multitudes y poner paz en Cupertino, pero daba igual, la gente ávida de portentos y milagros (más que del Evangelio), le seguían adónde iba. También padeció las noches oscuras de la fe, donde la sequedad espiritual es grande y Dios parece haberse escondido. Es un estado espiritual del alma en la que aunque no se perciben los consuelos de Dios, la fe actúa y es lo que sostiene al alma. Tal vez por ello siempre aconsejaba a todos: "Orad, no cansaros nunca de orar. Dios no es sordo ni el cielo es de bronce. Todo el que pide, recibe".

Otros dones místicos.
También destacó José por su poder con los demonios, a los que conminaba en el nombre de Cristo. Llegó a liberar a varios posesos que le llevaban a su convento. Aunque no se sentía con fuerza para esto, lo hacía por obediencia a sus superiores. Era un buen confesor, tenía don de conciencias y sin que le dijeran nada, podía saber lo que pesaba a las almas. Y si le ocultaban un pecado, igualmente lo sabía, haciendo que el pecador lo reconociese. Igualmente tuvo el don de la bilocación, que se hizo evidente cuando pudo estar junto a su madre moribunda, mientras estaba en su celda de Asís. Y más de una vez se le vio multiplicar panes, miel. Más de un enfermo y moribundo salió de su presencia totalmente curado. A veces con solo besar su crucifijo, sin que el santo hablase o hiciese algo especial. Y con respecto a la profecía, conocidas son aquellas en las que anunció las muertes de Urbano VIII e Inocencio X.

Al cielo definitivamente.
El 15 de agosto de 1663 se le permitió decir misa en público, por ser día de la Asunción. Y fue su última misa, pues luego del éxtasis que vivió, cayó enfermo. Su estómago se negaba a recibir alimento alguno, arrojándolos al instante. Solamente podía recibir la comunión, que se le dio como viático el 8 de septiembre. Murió el 18 de septiembre siguiente, con solo 60 años. Fue enterrado el día 20, en la capilla de la Inmaculada, a la izquierda del altar mayor. Las peregrinaciones y los portentos no demoraron en aparecer, siendo un flujo constante de devoción. En En 1688 se inició el proceso apostólico de canonización, que será aprobado en 1690. En 1735 fue declarado “Venerable”, fue beatificado el 24 de febrero de 1753, por Benedicto XIV y canonizado el 16 de julio de 1767 por Clemente XIII. En 1767, el ministro General de los Conventuales, Domenico Andrea Rossi manda publicar su “Vida y Milagros”.

Su cuerpo incorrupto se venera en Ossimo. Es abogado de los aviadores, del Ejército del Aire italiano y de los astronautas. También es patrono de los estudiantes con dificultades.

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