Martes, 19 de marzo de 2024

Religión en Libertad

El padre Tadeo pasó de ser el niño lleno de llagas a celebrar la misa con sus vecinos

Huérfano por la pandemia de SIDA, enfermo y desahuciado, se curó y volvió al pueblo como sacerdote

Huérfano por la pandemia de SIDA, enfermo y desahuciado, se curó y volvió al pueblo como sacerdote
El padre Tadeo fue ordenado diácono en Pamplona y sacerdote en Uganda, donde desarrolla una importante labor

ReL

La epidemia entro en Uganda desde el Congo en los años 80, se desarrolló en el sur a orillas del lago Victoria. El mundo conoció la enfermedad en 1981 cuando aparecieron en Estados Unidos, vía Tahití, los primeros contagiados de una infección que aun no tenía nombre y que desde entonces se convirtió en una pandemia mundial, con más de 40 millones de muertes. Sí, la enfermedad se llamo SIDA y se llevó a toda una generación de ugandeses, dejando huérfanos a más de un millón de niños.

Uno de ellos acabaría siendo el pequeño Tadeo, que además también estaba enfermo. Su padre, Juan, era un hombre importante y rico. Estaba casado con Ana y tenía muchas propiedades en el pueblo de Nkenge, en el distrito de Kyotera. Aunque el  padre había sido criado católico eligió seguir las tradiciones de su tierra y tuvo otras tres mujeres más, con las que además de a Tadeo tuvo otros 16 hijos.

Sus padres murieron y él estaba enfermo

Sin embargo, ni ser rico ni poderoso servían contra el SIDA y tanto Juan como Ana, que estaba embarazada en ese momento del futuro sacerdote, enfermaron. Para todos ellos había un único destino, no existía medicamento conocido ni dinero que lo comprara. Tan solo quedaba esperar la muerte.

En aquel momento, las víctimas del SIDA eran aisladas por la comunidad, también se alejaban los amigos e incluso la familia. Los niños con VIH no eran aceptados en las actividades comunitarias por el miedo al contagio. La gente temía acercarse a los infectados ya que se pensaba que podía contraerse por contacto físico como dar la mano, abrazar, besar o compartir utensilios con un infectado.

Ana, que vivía en soledad en una de las estancias de la casa daba a luz a un niño al que llamo Tadeo. Juan había fallecido unos meses antes y ella moriría poco después del alumbramiento. El niño quedaría en manos de su hermana mayor Lucia, pero no había muchas esperanzas para él, posiblemente estaba infectado, porque estaba muy enfermo y estaba lleno de llagas.

Desahuciado para todos

Para Tadeo ni siquiera existía la posibilidad de diagnostico o atención medica, ya que los recursos del dispensario estaban destinados para atender a los que podían sobrevivir y en el pueblo se contaban historias de los niños huérfanos que se dejaban morir porque nadie se hacía cargo de ellos. 

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Así pasaron los primeros cinco años. Cuando Lucia necesitó continuar con su vida, ya que no estaba preparada para lidiar con este niño enfermo y lleno de llagas, pidió ayuda a su tía María, que accedió llevándose a Tadeo.

La vocación del joven Tadeo

María cuidó con esmero al pequeño, poco a poco fue prosperando y su salud mejoró. Le proporcionó educación, y la fe cristiana. El niño enfermo se transformó en un joven inquieto que empezó a sentir la llamada de Dios para servirle y acabó ingresando en el seminario de la diócesis de Kampala.

En 2013, gracias a una beca de Centro Académico Romano Fundación (CARF) comenzó sus estudios de Teología en el Seminario Bidasoa en Pamplona después de que su obispo se lo propusiera porque creía que tenía mucho potencial. 

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Tadeo, durante su estancia en Pamplona, en el Colegio Bidasoa, gracias a la beca de CARF

La vuelta a su pueblo como sacerdote

Finalmente, en 2017 se ordenaba de diacono en Pamplona y poco después su obispo lo ordenaba presbítero en Uganda.  Aquel día de 2018 con el alma encogida, el padre Tadeo miraba a todos los feligreses congregados para su primera misa en la parroquia de su pueblo natal. Todos querían ver y saludar a aquel sacerdote.

Era uno de los huérfanos de la epidemia de SIDA de los años 80, era aquel niño enfermo y lleno de llagas que un día la tía María se llevo del pueblo y daban por muerto, pero que hoy regresaba como sacerdote del Señor a celebrar la santa misa para todos ellos.

En estos momentos, este joven sacerdote sirve en la Diócesis de Kasana-Luweero, que tiene 8.500 kilómetros cuadrados, 17 capillas y 16 colegios diocesanos. El padre Tadeo es el capellán de todos los centros escolares, por lo que no tiene ni un minuto libre y debe estar constantemente de un lugar a otro impartiendo los sacramentos. Misas, confesiones, comunión para los enfermos… Y para moverse de la manera más rápida se mueve en moto recorriendo así los polvorientos y kilométricos caminos de su diócesis.

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Tadeo da la comunión a su tía María, que le cuidó cuando estaba enfermo y le transmitió la fe

Una ingente labor en Uganda

Su parroquia, situada en el pueblo de Mulajje está ubicada en una zona de mayoría protestante, por lo que el número de católicos en la diócesis se sitúa en torno a los 200.000 feligreses. La mayoría son campesinos muy humildes que cultivan maíz, patatas dulces, café, piñas o bananos, “cultivos que apenas les da para subsistir”. Según explica “es una zona empobrecida, muchos no son capaces de cultivar lo suficiente como para que les sea rentable. Todavía se sufren las consecuencias, ya que la zona quedó muy afectada por la guerra civil que hubo en los años 80”.

El padre Tadeo atiende espiritualmente a los niños y jóvenes de 16 centros escolares. También supervisa la formación cristiana que ofrecen los maestros: dos colegios de secundaria, con estudiantes de 13 a 20 años, y 14 escuelas primarias, con niños de entre 3 y 13 años. Celebra los sacramentos, principalmente la Eucaristía y la Confesión y también da Catequesis. Dirige un retiro trimestral para profesores y para alumnos, para esto cuenta con la ayuda de otro sacerdote.

Con lo que gano como sacerdote, les ayudo a algunos a pagar los estudios, porque sus padres no tienen dinero, costear un trimestre son unos 10 euros. También les compro uniformes a bastantes alumnos porque a veces sus camisas tienen agujeros o no tienen zapatos. Cómo no hacerlo, cómo no darlo todo, si yo estudié en España gracias a la generosidad de tantas personas que nunca conocí, aunque todos los días rezo por ellos”.

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