Martes, 19 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Ven, Espíritu Santo, dulce huésped del alma, y renuévalo todo


por Monseñor Demetrio Fernández

Opinión

La fiesta de Pentecostés es como el culmen del año litúrgico. Jesucristo es el centro de la vida cristiana, y a lo largo de todo el año celebramos los misterios de la vida de Cristo: su nacimiento, su vida de familia, su vida pública, su predicación, su pasión, su muerte y resurrección y su ascensión a los cielos. Al final del año, celebraremos su venida gloriosa al final de los tiempos. La fiesta del Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, porque Jesús al despedirse nos prometió que nos enviaría de parte del Padre el Espíritu Santo para que fuera nuestro abogado y nos llevara a la verdad completa. Y Jesús cumplió. Cincuenta días (pentecostés) después de su resurrección, y diez días después de su ascensión a los cielos, envió el Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en oración con María.

“De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en la casa donde se encontraban... Se llenaron todos de Espíritu Santo” (Hech 2,2). El Espíritu Santo irrumpió con fuerza como un viento recio, como llamas de fuego. Pero el Espíritu Santo es una persona divina, no una cosa, ni una fuerza, ni algo impersonal. Es la tercera persona de Dios, que brota del aliento del Padre y del Hijo, del amor que envuelve al Padre y al Hijo. Es el Aliento, el beso de amor que abraza al Padre y al Hijo, una persona divina. Como tal persona entabla relaciones personales con cada uno de nosotros y espera nuestra correspondencia de relación personal. Él es amor de Dios que entra en nuestros corazones y nos enseña interiormente quién es Dios -Padre, Hijo y Espíritu Santo-, nos lo hace saborear, nos infunde el espíritu de piedad hacia el Padre, nos da conocimiento interno de Jesús y capacidad de imitarle reproduciendo en nosotros sus mismos sentimientos, sus mismas actitudes.

El Espíritu Santo nos recuerda las palabras de Jesús, nos va enseñando por dentro a comprenderlas y vivirlas y nos va conduciendo a la verdad completa. “Ahora no podéis con todo, cuando venga el Espíritu Santo Él os conducirá a la verdad completa” (Jn 16,13). Una de las verdades más hondas es la conciencia de ser hijos de Dios. “Este Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios” (Rm 8,15). Es el Espíritu Santo el que nos da a saborear las cosas de Dios y el que nos hace experimentar a Dios mismo con el don de piedad. El Espíritu Santo es el autor de toda la vida espiritual, porque la vida espiritual consiste en dejarse mover por el Espíritu Santo. Es el autor de la gracia, de las virtudes y los dones en nosotros. Y es el que nos une en un mismo Cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo -la Iglesia-, que prolonga a Cristo en la historia, cuya alma es el Espíritu Santo.

La fiesta de Pentecostés es una gran fiesta de Iglesia, en la que se celebra la Iglesia como comunidad universal, que vive y camina en cada Iglesia particular o local. Esa universalidad de la Iglesia se concreta en cada una de nuestras diócesis y comunidades locales, en nuestras parroquias, grupos, comunidades, movimientos, etc. Allí donde hay vida cristiana es porque está presente y actuante el Espíritu Santo, allí donde está el Espíritu Santo necesariamente hay vida en todos los niveles. Es, por tanto, la fiesta de la Iglesia en sus pequeñas comunidades extendidas por toda la tierra y especialmente la fiesta de la Iglesia donde ésta todavía no está del todo implantada, en los territorios de misión. Hoy esos territorios o zonas donde es preciso el anuncio misionero, no sólo se encuentra a miles de kilómetros de nosotros. Hoy esa misión es necesario volver a vivirla en nuestros ambientes descristianizados, hay que volver a proponer la fe de la Iglesia, la experiencia de comunidad con su testimonio en nuestra generación, en tantos lugares de Occidente, de donde partió la primera evangelización y donde hay que volver a anunciar a Jesucristo con el primer anuncio que hicieron los Apóstoles.

En la fiesta de Pentecostés celebramos el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, con el lema Somos misión. Es decir, la presencia viva de laicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos que viven su pertenencia a la Iglesia en torno a la parroquia -Acción Católica General- o a los ambientes específicos -Acción Católica Especializada-. Es un día para vivir la comunión de todos los miembros de la Iglesia, pastores, religiosos y seglares. Y de todos los grupos donde el Espíritu alienta la vida cristiana. Conocerse, alentar la vida, alegrarse de la existencia de tantos carismas en la Iglesia: un solo Cuerpo y un solo Espíritu en las distintas diversidades de carismas que el mismo Espíritu ha suscitado.

Ven Espíritu Santo, dulce huésped del alma, y renúevalo todo con el Aliento de Dios. Que todos experimentemos esa profunda renovación que necesitamos en nuestros corazones y en nuestro mundo de hoy, para instaurar en este mundo la civilización del amor.

Publicado en el portal de la diócesis de Córdoba.

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