Lunes, 29 de abril de 2024

Religión en Libertad

Acabar con el sacerdocio


por Rubén Tejedor

Opinión

Once de junio de dos mil diez. Ocho de la mañana. Más de veinticinco grados y un elevadísimo grado de humedad. Plaza de San Pedro del Vaticano. El Santo Padre Benedicto XVI está a punto de clausurar el Año Sacerdotal por él convocado doce meses atrás. Quince mil curas le esperan para decirle, como lo han hecho la noche anterior en la Vigilia de oración por él presidida, que le quieren, que están muy unidos a él y que con él -y por amor a la Iglesia y a la humanidad- quieren renovar la promesa de cargar sobre sus hombros el yugo suave y ligero de la tarea evangelizadora.
 
Después de la lección magistral dada en la Vigilia de la noche anterior (en la que Benedicto XVI respondió desde el corazón a las preguntas de cinco sacerdotes de los cinco continentes) todos los ojos, como sucedía con Jesús en la sinagoga, «estaban fijos en él» (Lc 4, 20) Una vez más el Papa, en su homilía, se muestra como es: un hombre sabio, un hombre de Dios que tiene los pies en la tierra y los «ojos del corazón» clavados en el cielo.
 
A los pocos minutos de empezar su alocución el Santo Padre sorprende con una afirmación que levantó un gran aplauso en la Plaza: «[…] era de esperar que al «enemigo» no le gustara que el sacerdocio brillara de nuevo (durante el Año Sacerdotal); él hubiera preferido verlo desaparecer para que al fin Dios fuera arrojado del mundo».
 
En efecto, el Enemigo (y uso la mayúscula) se ha afanado en este Año por hacer ver las miserias de la Iglesia, que las hay y cuántas, y de sus sacerdotes. «Así ha ocurrido que, precisamente en este Año de alegría por el sacramento del sacerdocio, han salido a la luz los pecados de los sacerdotes, sobre todo el abuso a los pequeños, en el cual el sacerdocio, que lleva a cabo la solicitud de Dios por el bien del hombre, se convierte en lo contrario» afirma el Papa. Y, nuevamente, una pública, sincera y hermosa petición de perdón en nombre de toda la Iglesia con el compromiso de mostrar aún un mayor cuidado en la elección de los futuros sacerdotes y, no menos importante, en el acompañamiento a los ya presbíteros.
 
Benedicto XVI invita, así, a cuidar todo lo posible la vasija de barro (cfr. 2 Cor 4, 7) en la que se guarda el maravilloso tesoro del sacerdocio ordenado. Cuidar la vasija, nuestra vida, para que resplandezca el mayor tesoro que hombre cristiano alguno puede recibir. Cuidar la vasija para mostrar al mundo en nuestra forma de pensar, hablar, obrar, vestir, etc. que somos sacerdotes de Cristo y que estamos muy orgullosos de serlo.
 
El día once de junio de dos mil diez, cerca del mediodía, en la Plaza de San Pedro sonó por tres veces, de forma atronadora como respuesta a las preguntas del Papa para renovar las promesas sacerdotales, la palabra «volo» pronunciada por quince mil sacerdotes. «Volo». «Quiero». Fue una manifestación pública, rotunda, verdadera de que, a pesar de nuestra pobres vasijas de barro, a pesar de las acechanzas del Enemigo que «como león rugiente ronda buscando a quien devorar» (1 Pe 5, 8) queremos vivir nuestro sacerdocio no como un oficio, como una profesión humana, sino como un don de Dios, de un Dios que confía con audacia en seres humanos para que digan sus palabras de perdón y lo hagan presente en el mundo con su Cuerpo y su Sangre.
 
Ciertamente el Enemigo y los enemigos serían un poco más felices si el ministerio ordenado desapareciera ante sus ojos. Si tuvieran la capacidad y la fuerza para que la presencia de Dios en el sacerdote (presencia interna y externa) fuera borrada de un plumazo vivirían aparentemente algo más contentos porque, como le sucedía al rey Herodes, encontrarían una voz profética menos que denunciara su error con el anuncio del auténtico Camino, de la Verdad que libera y de la Vida que no acaba.
 
Por eso el Enemigo y los enemigos están en permanente «lucha» con la Iglesia y sus ministros porque saben que si viven como deben son luz que iluminan las tinieblas y dejan al descubierto las vergüenzas de un mundo tantas veces anclado en la mentira, en la fachada, en la soberbia. Por eso están en permanente combate. Sin embargo que no tiemble nuestro corazón… ya lo dijo el Señor: «en el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33).
Comentarios
5€ Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
10€ Gracias a tu donativo habrá personas que podrán conocer a Dios
50€ Con tu ayuda podremos llevar esperanza a las periferias digitales
Otra cantidad Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Si prefieres, contacta con nosotros en el 680 30 39 15 de lunes a viernes de 9:00h a 15:30h
Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter

¡No te pierdas las mejores historias de hoy!

Suscríbete GRATIS a nuestra newsletter diaria

REL te recomienda