Lunes, 29 de abril de 2024

Religión en Libertad

Mi nombre es Legión…


Creo que la Legión, a pesar de Maciel, es obra de Dios. Sus frutos, a pesar de la perversión de su fundador y de la aparente complicidad de algunos de sus allegados, son abundantísimos y llenan de orgullo a la Iglesia.

por Rubén Tejedor

Opinión

Los discípulos del Maestro, cuenta el evangelista Marcos, acaban de quedar atónitos. Desde la barca Jesús ha calmado la violenta tempestad que se había levantado de noche y amenazaba con hundir la -suponemos- pequeña embarcación («la barca estaba a punto de hundirse» dice Marcos).

Cuando desembarcaron, «al llegar a la región de los gerasenos», Jesús es abordado por un violento endemoniado que vivía entre los sepulcros (cfr. Mc 5, 2) y que reconoce en Jesús al «Hijo de Dios altísimo». Es en ese momento cuando el espíritu, increpado por el Nazareno para que abandone aquel cuerpo, pronuncia su nombre: «Mi nombre es Legión porque somos muchos» (Mc 5, 9). Y le pide que lo mande a una piara de cerdos cercana que termina ahogada en un lago tras lanzarse desde el precipicio. Al recordar este pasaje del Evangelio viene a mi mente el diabólico momento por el que está pasando la Legión de Cristo por culpa de su fundador, Marcial Maciel Degollado, cuyos «comportamientos gravísimos y objetivamente inmorales» -y en ocasiones constitutivos de «verdaderos delitos»- configuraron «una vida carente de escrúpulos y de auténtico sentimiento religioso», según ha afirmado la Santa Sede en una nota publicada el pasado 1 de mayo.  

Los cinco obispos que han llevado a cabo la visita apostólica a la Legión, ordenada por Benedicto XVI en el verano de 2009, entregaron sus informes a las autoridades vaticanas a mediados del pasado mes de marzo tras siete meses de exhaustivas averiguaciones en las casas de la congregación que visitaron. De esta manera, sobre la base de sus informes y convocados al Vaticano, los cinco visitadores trabajaron al más alto nivel durante toda la jornada del viernes 30 de abril y la mañana del sábado 1 de mayo bajo la presidencia del cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado vaticano, y junto al cardenal William J. Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, al cardenal Franc Rodé, prefecto de la Congregación para los Religiosos, y al arzobispo Fernando Filoni, sustituto de la Secretaría de Estado. Benedicto XVI asistió a los trabajos del grupo la mañana del viernes 30 de abril.

Nuevamente este gran Papa ha tomado la iniciativa para intentar limpiar la suciedad de la Iglesia sin querer meter la basura debajo de la alfombra. Pero es que, además, en el caso de los legionarios de Cristo éste ha sido sólo uno más de los actos protagonizados en primera persona por Joseph Ratzinger. A finales del 2004 (y Dios juzgará severamente a quienes -si así sucedió- no le dejaron hacerlo antes) él ordenó una investigación sobre su fundador contra la convicción general de inocencia imperante en toda la curia de la época y en el mismo papa Juan Pablo II, según afirma un prestigioso vaticanista. Fue él, como Papa, quien emitió en mayo de 2006 la sentencia de condena de Maciel. Y fue él, en el verano de 2009, quien ordenó la visita apostólica a la Legión. Tras los trabajos del 30 de abril y el 1 de mayo la Santa Sede emitió un durísimo comunicado sobre el asunto. En él se explicitan, por primera vez en un documento vaticano oficial, las culpas del fundador de los Legionarios, culpas que ni siquiera había formulado la condena del año 2006. Severísimo -y también sin precedentes- es el juicio que el comunicado emite sobre el «sistema de relaciones» elaborado en torno a Maciel, sobre el «silencio de los que estaban a su alrededor» y sobre el «mecanismo de defensa» de su vida indigna. 

Pero la Iglesia, como auténtica madre con el Papa a la cabeza, no quiere dejar solos a los miembros de la Legión. Es consciente del «gran número de religiosos ejemplares» animados por un «celo auténtico para la difusión del Reino de Dios». Sin embargo ahora es tiempo de recorrer un «camino de profunda revisión» al que ayudarán una visita apostólica suplementaria a Regnum Christi, la asociación laical que acompaña a los Legionarios, también fundada por Maciel; la creación de una comisión independiente para estudiar las Constituciones de la Legión, en particular para «revisar el ejercicio de la autoridad»; y el nombramiento de un delegado papal que asumirá plenos poderes en la fase de reconstrucción de la Legión.

Maciel era un depravado. La obra por él fundada es una bendición para la Iglesia. Como en el pasaje del geraseno, parece ser que también dentro de la Legión había una gran cantidad de inmundos «espíritus encarnados» que han sido los que, como aquellos cerdos de la piara, han tirado por el precipicio sin el menor escrúpulo -hasta morir ahogados- los principios evangélicos y la confianza que la Iglesia había depositado en sus manos.

Tras este nuevo escándalo, la barca guiada por Pedro parece estar «a punto de hundirse». Sin embargo es nuevamente Pedro el que «saliendo afuera» (cfr. Lc 22, 62), a la palestra de la Historia y de la sociedad, llora amargamente por unas culpas ajenas que la divina Providencia ha querido poner en sus manos para sanar de raíz.

Cuando los judíos, ante la predicación de los apóstoles, debatían sobre cómo proceder con aquella “secta” que acababa de nacer, llegando a decidir condenarlos a muerte, hubo un hombre sabio -Gamaliel- que, levantándose en el Consejo, afirmó: «si el proyecto es cosa de hombres, fracasará; pero si es cosa de Dios, no podréis destruirlos y estaréis luchando contra Dios» (Hch 5, 38-39). Creo que la Legión, a pesar de Maciel, es obra de Dios. Sus frutos, a pesar de la perversión de su fundador y de la aparente complicidad de algunos de sus allegados, son abundantísimos y llenan de orgullo a la Iglesia.

Rubén Tejedor es sacerdote diocesano de Osma Soria y formador del Seminario Santo Domingo de Guzmán.

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