Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

Aborto: un crimen incohonestable

Globo con la inscripción Life.
La defensa de la «vida» no puede dejar de lado que el aborto es también una violación de la ley de Dios. Foto (contextual): Maria Oswalt / Unsplash.

por Eduardo Gómez

Opinión

Una verdad que puede ser legítimamente atacada no puede ser plenamente defendida. Aunque los hay que sostienen que no es necesario poner a Dios por norma o razón, lo cierto es que sin Él, cualquier verdad, por preclara que sea, antes o después puede ser atacada. La mayor abominación de nuestros días no se encuentra tanto en perpetrar crímenes, como en cohonestarlos, en darles carta de naturaleza moral. Esto último es lo que realza a las sociedades terminales.

Dirán que “obras son amores y no buenas razones”, pero sin buenas razones, a saber dónde irán a parar las acciones. Ninguna de las posiciones oficiales contrarias al aborto se atiene a lo primigenio, a lo que es Ley antes de la ley. Hasta los católicos rechazan el aborto haciendo del humanismo, o de la civilidad, su hombre de armas. Soslayando la cuestión religiosa, simplemente claman “a favor de la vida“. Una cursilería moral (otrora solo enguantada por plañideras) con la que los católicos quedan aún más empequeñecidos en lo que a su fe se refiere.

Al posicionarse a favor de la vida, desde el secularismo, se desvanece la posibilidad de aducir toda autoridad sobrenatural sobre los actos humanos, más aún, se desautoriza a Dios y la Iglesia. Ni que decir tiene, que los que no han conocido la gracia pueden asumir la obligación de enfrentarse al homicidio del nasciturus desde otras coordenadas. Pero los cristianos tenemos la obligación de oponernos, por encima de todo, exigiendo el cumplimiento de la Ley de Dios, en lugar de actuar como feligreses mindundis, capaces a lo sumo, de objetar cierta solidaridad con los de la propia especie.

El Papa, en su etapa de cardenal, prohibió terminantemente el aborto en Argentina, incluso en el supuesto de violación. Salvedad que a buen seguro en España levantaría ampollas en el catolicismo liberal y el catolicismo Bambi. Aquella imposición del por entonces cardenal Bergoglio causó estupor. ¿Cosas del Espíritu que no entienden los hombres, o cosas que hace el Espíritu para que los hombres entiendan? En las situaciones límite, la solución siempre es teologal: dar la vida al concebido, en esas circunstancias, es un acto de reparación efectiva, de derrota de todo mal. Noción teologal, inimaginable en la ya maltrecha fe del catolicismo liberal, o del catolicismo Bambi, ambos instalados en el discurso humanitario.

El aborto es ante todo, un crimen contra Dios y subsecuentemente contra la Patria que ha de gloriarle y servir a sus miembros. Primero afrenta la ley divina, al actuar (sin embarazo alguno), contra la dación y voluntad del Creador. En segundo lugar, despedaza el bien común al superponer unas vidas humanas sobre otras. Y finalmente sacrifica a seres humanos cuya inocencia no es presunta, sino probada de antemano. Rubricado con la impronta jurídica de la modernidad: la yuxtaposición del positivismo y el subjetivismo, de la arbitrariedad y la conveniencia de las emociones cínicas.

Pocas cosas hay tan antitéticas al bien común como la filosofía abortista. Su oficialidad consolida la usurpación del bien común por el “interés general“, entendido a la manera de la política moderna, es decir, de los enredos del Estado y sus tahúres. Segun el Catecismo de la Iglesia Católica, el bien común es “el conjunto de condiciones de vida que permiten a los grupos y a cada uno de los miembros seguir plena y fácilmente su propia perfección“. Ya imaginarán sus señorías que el interés general de las masas saturadas de género, que, con tanto mimo, ceba el Estado, poco tiene que ver con el bien de todos y cada uno de los hombres, tal como enseña el Catecismo.

Siendo condición sine qua non del bien común, el bien de todos y cada uno de los hombres, entonces es menester un principio universal previo, el Bien del Hombre, que solo puede ser designado de antemano por una autoridad superior. Ese Bien del Hombre es la Ley Divina (la ley primera), dada por Quien se da el ser a sí mismo. Don que no está al alcance del hombre, que, por haber recibido el ser, no es fuente de sí mismo y tampoco puede serlo del Derecho. El Bien del Hombre surte un conjunto de bienes compartidos, sin los cuales es imposible que el bien común no de paso a un mal común como el aborto.

No hay guerra de verdad que no sea una guerra por la verdad, lo demás es barbarie, incivilidad, selvatismo.

En la conflagración contra el aborto, el enemigo trata de cohonestar lo incohonestable: el homicidio de la inocencia probada, la derogación del Bien del Hombre y la desaparición de la Patria. Si sus señorías aún no se han decidido a apearse de la defensa secular “a favor de la vida“, no se olviden de que sin Ley de Dios, la suerte temporal de la criatura más inocente del mundo corre a cargo del positivista que lanza los dados del derecho.

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