«Este es mi cuerpo»: el aborto como «sacramento» de Satanás
Meses atrás, nos referimos a la necesidad de que los provida sumemos a los argumentos médicos, legales, filosóficos y sociológicos el argumento religioso. Decíamos entonces que Dios ayuda a los que creen en Él y declaran abiertamente su fe, sin dejar de argumentar desde la razón y desde la ley natural en defensa de la vida humana.
Hace unos días me llegó un video del gran provida estadounidense Seth Gruber, en el que sostiene que el aborto es el sacramento de Satanás. ¿Por qué? Porque Nuestro Señor Jesucristo murió en la cruz para redimir a los hombres, de manera que, por su muerte, cada uno de nosotros pueda -si quiere- alcanzar la vida eterna. Por el contrario -dice Gruber citando al filósofo católico Peter Kreeft- “el aborto es la parodia demoniaca de la Eucaristía que hace el anticristo. Por eso usa las mismas santas palabras: 'Esto es mi Cuerpo', pero en el blasfemo sentido contrario”. En efecto, las partidarias del aborto dicen “este es mi cuerpo” para “salvarse” ellas, entregando a la muerte al hijo o a la hija de sus entrañas.
Las palabras de Seth Gruber sobre el aborto.
“¿Es una coincidencia –se pregunta Gruber- que toda la industria del aborto y la cultura de la muerte, use las mismas palabras que el Señor en la Eucaristía?” Y responde que Planned Parenthood, no sólo es “la multinacional del aborto”, sino que es además el mayor proveedor mundial de “drogas transgénero”. Y tanto al aborto como a las mutilaciones y hormonizaciones, las denominan “cuidado de la salud”...
La justificación última de estas prácticas, dice Gruber, “es la autonomía corporal: 'este es mi cuerpo'. Si quiero matar al ser que hay dentro de mi cuerpo, ¿a quién le importa? ¿Acaso no lo dijo la serpiente en el capítulo 3 del Génesis: 'Seréis como dioses'? El aborto es el sacramento de la religión del 'progresismo secular'”.
El aborto como sacramento del progresismo laicista, según Seth Gruber.
Por eso -concluye Gruber-, "cuando Cristo dice 'Esto es mi Cuerpo', lo parte y lo entrega, queda claro que todo el conflicto humano, en el fondo, es teológico. Y no es mera coincidencia que en uno y otro caso se usen las mismas palabras”.
Hace más de 25 años que milito en la causa provida, y nunca había advertido tan obvia “coincidencia”. Pero es muy cierto lo que dicen Gruber y Kreeft: es la consecuencia lógica de quitar a Dios de en medio, y de poner al hombre como centro del universo. Es lo que ocurre cuando caemos en el grave error de creer que nuestra “libertad” no sólo nos permite obrar el mal, sino que incluso, nos da patente de corso para llamarle bien, independientemente del juicio de Dios.
La madre que entrega a la muerte a su hijo es lo más opuesto al Hijo que entrega su vida en redención por muchos, con la aprobación del Padre. Si bien el Hijo clama al Padre al sentirse abandonado en el momento de su muerte, el caso de una madre que entrega a su hijo a la muerte es radicalmente distinto. Dios Padre no manda a la muerte a su hijo: es Dios Hijo quien dispone consciente y libremente de su vida, entregándola por amor a quienes lo crucificamos con nuestros pecados, para que muchos se salven.
¿Puede haber amor más grande que el de un Dios que muere por amor a sus hijos (en sentido propio, hijos de Dios, son los bautizados)? ¿Puede haber un contraste más grande con quien mata a su hijo para salvarse a sí mismo? Y esto aplica tanto a la madre como al padre que paga o presiona para que la madre aborte. En este caso, para “salvarse” de la responsabilidad que implica traer un hijo al mundo.
Además, mientras el Señor pide que la Eucaristía se celebre en memoria suya, el cuerpo del bebé abortado es matado para ser olvidado. Paradójicamente, cada aborto queda grabado a fuego en la memoria de las madres que se lo practicaron. Obrar el mal nunca libera: esclaviza.
Las reflexiones de Gruber y Kreeft dan probablemente, para mucho más. Pero como no soy teólogo y no pretendo ser original, no me atrevo a ir más allá de lo que resulta más o menos obvio a la luz del Evangelio y de las enseñanzas del Magisterio. Cada uno podrá, gracia mediante, sacarle más y más jugo al genial aporte de estos grandes hombres, y sumar argumentos para las batallas culturales que se libran hoy, en el marco de esa brutal guerra espiritual que los hombres venimos librando desde el pecado original.
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