Lunes, 07 de octubre de 2024

Religión en Libertad

El Concilio que une a los santos


la luz del Concilio Vaticano II la que ilumina y une, medio siglo después de su celebración, las dos canonizaciones

por Giovanni Maria Vian

Opinión

Nunca en la historia de la Iglesia de Roma un obispo proclamó santos a dos de sus predecesores tan próximos en el tiempo como sucede ahora con la canonización de Angelo Giuseppe Roncalli y Karol Wojtya.

Sin duda alguna, Juan XXIII y Juan Pablo II fueron los protagonistas de la segunda mitad del siglo XX a través de sus pontificados –el primer corto, el segundo larguísimo, pues finalizó a comienzos del nuevo siglo–, de los cuales ya se percibe hoy su importancia, incluso antes de que pase el tiempo pertinente para que una perspectiva histórica permita una evaluación fundada. No obstante, el sentimiento de los fieles –también la percepción del exterior, incluso de mundos lejanos– ha precedido al reconocimiento de la Iglesia al advertir de forma súbita la extraordianaria trayectoria de estos dos figuras cristianas, tan diferentes una de la otra. El uno, arraigado en el catolicismo campesino lombardo de finales del siglo XIX, enviado tras su formación
romana a territorio extranjero, un Papa tradicional y revolucionario. El otro, fruto maduro y nuevo de una fe añeja y afi anzada por los regímenes totalitarios del siglo XX, el primer obispo de Roma no italiano después de casi medio milenio La santidad personal de Roncalli y Wojtyla -aprobada por los procedimientos canónicos iniciados por el Papa Pablo VI y el Papa Benedicto XVI, pero completada por la decisión de su sucesor Francisco–
tienen, sin embargo, un significado especial. Es, de hecho, la luz del Concilio Vaticano II la que ilumina y une, medio siglo después de su celebración, las dos canonizaciones.

Y simbólicamente las únicas imágenes fotográficas que recogen juntos al Papa Juan XXII y al joven obispo auxiliar de Cracovia pertenecen a una audiencia en el episcopado polaco pertencientes a la víspera del concilio. Su santidad se entiende, por tanto, en el contexto del Vaticano II: Roncalli lo intuyó y con sereno coraje lo inició, Wojtyla lo vivió apasionadamente como el obispo. El gesto de su sucesor Francisco –primer obispo de Roma que ha reafirmado el Concilio con convicción sin haber participado– subraya ahora no sólo la ejemplaridad de dos cristianos llamados a ser Papas, sino que indica el camino común, que indicaron ellos, de renovación y simpatía por los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

© La Razón
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