Un nuevo aniversario del «dies natalis» de Montse Grases

Montse Grases, en una tertulia en Villa Sacchetti (Roma) en 1958.
La joven catalana Montse Grases (1941-1959) falleció con fama de santidad después de una larga enfermedad provocada por un cáncer de huesos el 26 de marzo de 1959, su dies natalis, precisamente en un Jueves Santo.
El Santo Padre Francisco declaró la heroicidad de sus virtudes el 26 de abril de 2016 y, desde entonces, han dejado de celebrarse misas de difuntos para hacerlo de acción de gracias pues ya está considerada por la Iglesia como un modelo de santidad y de virtudes. Indudablemente quienes la conocieron tienen un recuerdo imborrable de ella y sus amigas del colegio, ya octogenarias, se siguen reuniendo para recordar la sonrisa y el buen humor de Montse que les ha servido siempre de estímulo en sus vidas.
Desde la publicación de la exhortación apostólica Gaudete et exultate del Papa Francisco el 18 de marzo de 2018, no ha hecho más que aumentar el número de nuevos modelos de santos de la puerta de al lado, de santos de barrio: ¡santos de proximidad! “Ella es de las nuestras”, “una como nosotras”, exclaman las amigas del colegio de Montse con toda naturalidad.
Hace unos días, comentando con un grupo de periodistas la próxima canonización de Carlo Acutis, el 27 de abril de 2025 en la Plaza de San Pedro, uno de ellos, la directora de comunicación de la Universidad Católica de Valencia preguntaba con gran acierto: si Carlo Acutis hubiera vivido hasta los 55 años, ¿de qué hubiera sido modelo para el pueblo cristiano?
La respuesta me salió de inmediato: de los mismo que lo será ahora: de oración de complicidad. Todos los santos, y más los jóvenes, que son propuestos como modelos de santidad, tienen de común la oración de complicidad.
Efectivamente, en la Iglesia de Dios existen dos modos muy distintos de oración, de diálogo amoroso con nuestro Dios: en primer lugar, la oración de misericordia. Acudir a Dios con sencillez y con humildad para pedirle que nos ayude en nuestras necesidades. Precisamente el Santo Padre Francisco, nos habla en la Gaudete et exultate de acudir a Dios y a su infinita misericordia. Muchas veces nos ha insistido: “Dios no se cansa de perdonar, es el hombre el que se cansa de pedir perdón”. De la misma manera Dios, en su corazón misericordioso, no se cansa de atender nuestras súplicas y necesidades, en su corazón misericordioso.
Pero, y en esto son modelo los santos, a algunos da más gracia y tiene con ellos complicidades divinas y humanas. De hecho, los santos son los que gozan de la confianza y la complicidad de Dios. Tener oración de complicidad es compartir con Dios la vida y las circunstancias de la vida.
Montse Grases procuraba desde joven, y más especialmente desde que descubrió la llamada de Dios al Opus Dei, a buscar la intimidad con Él, a estudiar con Jesús, hablar mucho con Él, compartir las alegrías y preocupaciones. Hablaba con Dios mientras disfrutaba con sus amigas, ayudaba a su madre -era la chica mayor de nueve hermanos- o mientras iba de excursión.
La clave de la vida de Montse, lo que le llevó a la santidad heroica fue aceptar la invitación divina, diaria, a la comunión y al diálogo con Dios lo más constante y real posible, pues, como afirma el Catecismo de la Iglesia católica, “la oración es el encuentro de la sed de Dios con la sed del hombre” (n. 2560). Esa sed se saciaba en la conversación con Dios mientras vivía con él las actividades ordinarias, los días de cada día.