Religión en Libertad

El escritor concluye su gira el viernes en Oviedo, donde peregrinará a Covadonga

Kwasniewski ensalza en Madrid la misa tradicional, «lo más bello que hay en este lado del Cielo»

"La Divina Providencia no ha estado ajena al lento desarrollo de la belleza de la liturgia, dotada de un poder magnético para atraer a las almas", dijo Kwasniewski.

José María Carrera Hurtado

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Uno de los elementos que más llama la atención de quienes descubren y conocen la misa tradicional es el de su belleza. Eruditos como Frederick Faber, compañero y amigo de John Henry Newman, llegaron a definir el rito hoy conocido como “tradicional” como “lo más bello que hay en este lado del Cielo”. Y precisamente en torno a esa sentencia, el reconocido escritor y liturgista estadounidense Peter Kwasniewski pronunció este martes la tercera conferencia de su gira por España en torno a la misa tradicional. Un periplo que concluye este viernes 25 en Oviedo, en el marco de la V edición de la peregrinación a Covadonga de Nuestra Señora de la Cristiandad, conocida por seguir la liturgia tradicional en sus celebraciones.

Este rito es también el gran hilo conductor al que Kwasniewski ha dedicado su trayectoria académica y divulgativa, encontrándose entre sus principales obras El Rito Romano de Ayer y del Futuro o Buena música, música sagrada, silencio: Tres dones de Dios a la liturgia y a la vida, entre otros. 

Buscando responder a si es o no necesaria la belleza de este rito, descubrir lo que esconde para que su “atracción y magnetismo” pervivan con el paso de los siglos o por qué la misa tradicional cautiva, convierte y acerca a la fe a las almas alejadas, el escritor comenzó aludiendo al elogio de John Henry Newman cuando dijo que nada como ella era “tan reconfortante, conmovedor, emocionante y sobrecogedor”, “la mayor acción que puede haber en esta tierra”.

"Esplendor de la verdad"

Para el escritor, la belleza de este rito se encuentra en su definición misma, que Santo Tomás sintetizó como la presencia simultánea de tres propiedades, integridad o totalidad, proporción adecuada o armonía y brillo o claridad de forma.

En los abarrotados salones de la Parroquia de la Sagrada Familia de Madrid, explicó que la misa en latín tiene estas tres propiedades en abundancia: “La belleza «surge» siempre que hay una gran claridad sobre lo que una cosa es. Lo que vemos y lo que oímos en la liturgia tradicional nos atrae porque hace que la realidad de la misa, el sacrificio de la cruz, sobresalga con una claridad que nos sacia. Las cualidades superficiales (o «accidentes») armonizan tan bien con la naturaleza del misterio que el resultado es veritatis splendor, el esplendor de la verdad”.

Verdad y esplendor son dos conceptos a su juicio clave para los fieles, pues “no nos basta con saber que ciertas cosas son verdaderas, ni con que se nos diga que son verdaderas. Necesitamos, de alguna manera, ver y oír representaciones convincentes de ellas”.

La cultura más rica que el mundo haya conocido

Remontándose a los antecedentes de la liturgia, el escritor observó que lo que hoy se llama “misa tradicional” es el resultado de tres milenios de desarrollo. Un vasto periodo de tiempo en el que ha sido “recibida, adornada, rezada y transmitida por innumerables almas santas”.

“Es por ello que en el venerable rito romano experimentamos tal sentido de profundidad, sacralidad, seriedad y atemporalidad. El uso del canto gregoriano, que es el más grande corpus melódico de la música occidental, contribuye de manera particularmente poderosa a la belleza general del rito”, detalló.

En varios momentos, el escritor expresó su convicción de que la pérdida de fe en la Presencia Real eucarística se debe, en parte, a la pérdida del sentido y presencia de la belleza. Una belleza que, en el pasado, era inseparable de la música, pinturas, esculturas, iglesias, santuarios y altares imponentes, haciendo innecesarias las “explicaciones muchas veces verbosas y tediosas” a los fieles.

Esta relación tenía también un poder cautivador. Tras sus investigaciones en torno al arte, estética y música sacra, el escritor corrobora que “la fe católica desarrolló la cultura más rica en belleza que el mundo haya conocido”, poniéndola “al servicio de señalar más allá de sí misma, hacia Dios”.

Un poder magnético para acercar y despertar la fe

Es por ello que, siglos después de su elaboración, “las bellísimas iglesias católicas, las bellísimas formas artísticas y las bellísimas liturgias invitan a los creyentes a una conversión más profunda e influyen en los no católicos o en los católicos alejados de la fe para que se conviertan”. 

Hablando del “magnetismo” de la belleza de la misa, Kwasniewski refirió casos de fieles habló de fieles de a pie para los que “toparse con ella ha supuesto el inicio de un renacer en su fe o incluso el despertar de la fe”, como el de un católico estadounidense que relató así su experiencia:

“En mi primera misa tradicional, lo que me impactó fue la belleza. ¿Dónde ha estado la belleza todos estos años? Especialmente fueron los cantos melismáticos (cantos en los que se cantan varias notas en una sola sílaba, generando un efecto sonoro fluido y ornamentado) los que me sumergieron en lo etéreo... Solo pude concluir que me encontraba en presencia de la Belleza misma. Esto yo lo comprendí intuitivamente al tener la experiencia de Dios en la misa romana tradicional. Solo más tarde empecé a leer y a estudiar y a comprender mejor lo que estaba sucediendo”.

No solo sucede en fieles anónimos. También a personalidades como David Clayton, estudioso de la vía pulchritudinis o la consideración de la belleza como camino directo a Dios. Tal y como mencionó el escritor, el artista sacro también afirmó que su interés por el catolicismo tuvo lugar en una primera misa solemne en el Oratorio de Londres que tuvo un impacto definitivo: “Hay algo más, infinitamente más, que todo aquello que has concebido previamente en tu vida. Ábrete a ello”, pensó.

Las descritas son solo dos de muchos casos conocidos por Kwasniewski que se sintieron atraídos a la Iglesia al presenciar una misa en latín o escuchar el canto gregoriano. Lejos de sorprenderse, considera evidente que “la Divina Providencia no ha estado ajena al lento desarrollo de la belleza de la liturgia, dotada de un poder magnético para atraer a las almas, para elevar y reconfortar a las que ya creen, y para despertar y convencer a las que aún no creen”.

"Colofón" de la educación a los hijos en la belleza

La belleza que integra este rito supone, además, un elemento con importantes implicaciones para la vida familiar y la educación de los hijos.

A medida que un niño crece en el seno de la familia, recordó que sus padres tienen “la grave obligación” de formarlo en el amor por lo bello. Entre otras formas, leyendo buenos cuentos, poniendo buena música, mostrando obras de arte buenas, creando juntos arte y música, invitando a memorizar poemas y, como colofón, asistiendo a una liturgia que sea bella sensiblemente.

“Todas estas cosas forman parte de una educación sutil y que transforma y afina el gusto, la sensibilidad, el instinto y la intuición. Cuando se nos educa en la belleza, adquirimos un sentido de lo correcto y apropiado, el respeto, la nobleza y la dignidad”, asegura.

Una misa para los cinco sentidos

De especial interés fue el análisis de cómo la belleza de la misa tradicional involucra de lleno a los cinco sentidos:

“Ofrece a nuestra vista la imagen de un sacerdote orientado hacia el este, absorto en la oración, vestido con una casulla reluciente, y los movimientos ordenados de los ministros que sirven al Señor como ángeles alrededor de su trono. Ofrece a nuestro oído las frases latinas que no cambian, las incomparables melodías del canto gregoriano; incluso los silencios resuenan. Ofrece a nuestro olfato el perfume del incienso, que asciende por el santuario como oraciones llevadas por las manos de los ángeles. Con mucho más tiempo de estar arrodillados, ofrece a nuestro tacto la sólida humildad de las rodillas sobre los reclinatorios, culminando en el gesto de caer de rodillas para comulgar, con nuestra lengua dichosa por el privilegio de poder recibir el pan de los ángeles”.

El cardenal Müller, presidiendo la misa de clausura de la peregrinación tradicional de París a Chartres.

El cardenal Müller, presidiendo la misa de clausura de la peregrinación tradicional de París a Chartres.

La misa tradicional, icono de Cristo

Pero, ¿de dónde procede esta belleza? En sus estudios y ponencias, el escritor apunta a Cristo mismo como fuente más profunda de la belleza del rito antiguo, en el que “cada oración, cada lectura, cada antífona, cada gesto y cada ceremonia están dirigidos a su adoración”.

Una consideración que ha llevado a que liturgistas occidentales de todas las épocas hablasen de ella como “una imagen en movimiento de la Historia de la salvación, que muestra lo eterno y divino entrecruzándose con lo temporal y lo humano e impregnándolo”.

“La misa es lo más bello que hay en este lado del Cielo porque es el icono principal de Cristo”, respondió.

“Para intelectuales y también para analfabetos”

Con frecuencia se afirma que, en el pasado, solo los intelectuales y pudientes podían comprender la lengua y sabiduría de la Iglesia. Algo que Kwasniewski niega de raíz, pues la liturgia se dirigía “no solo a intelectuales, sino también a campesinos analfabetos, a los que vidrieras, homilías, cantos populares y devociones privadas les habían enseñado a reconocer la constante interacción entre símbolo y verdad”.

De hecho, durante toda su historia, y hasta las revoluciones protestantes, los cristianos vivían en un mundo lleno de iconos o imágenes que apuntaban constantemente a los misterios de la fe cristiana. Pero si las dos puertas para acceder a la Iglesia eran las de la razón y las de la belleza, la supresión iconoclasta de las imágenes y el simbolismo no hicieron sino cerrar una de esas puertas.

“Por todo esto cualquier ataque a la liturgia tradicional de la Iglesia es una forma de iconoclasia. Las tres oleadas de iconoclasia o destrucción de imágenes —la bizantina, la protestante y la moderna— se basan en un rechazo fundamental del concepto de tradición, por la cual debemos recibir en su totalidad todo aquello que se nos ha transmitido por el sentir unánime de la Iglesia”.

Kwasniewski concluyó evocando la belleza como “el primero, el último y el más eficaz mensajero de Dios”: “Los hombres aprendemos que el mundo es bueno y ordenado gracias a la belleza de la naturaleza, que experimentamos a través de los sentidos, y que solo más tarde llegamos a comprender intelectualmente. Y de la misma manera en que nosotros vemos la belleza interior del ser humano en las grandes obras del arte humano, también llegamos a conocer al Dios personal a través de sus obras más bellas; de las cuales una de las más grandes es, sin duda, el rito romano clásico”. 

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