Miércoles, 24 de abril de 2024

Religión en Libertad

La violencia y los saqueos, hijos de la ideología del Gran Rechazo

El «sí» de María, modelo para una cultura de la gratitud y antítesis de la cultura de la destrucción

Comisaría ardiendo en Minneapolis.
Incendio de una comisaría en Minneapolis por manifestantes de Black Lives Matter, en mayo de este año. Una oleada de violencia que va más allá de lo político y se fundamenta en una rebelión contra Dios.

ReL

El "sí" de María es una expresión extraordinaria de receptividad y de gratitud, la aceptación alegre y humilde de algo que ella no había escogido pero que era la voluntad de Dios.

Los filósofos Graham Dennis y Harrison Kleiner plantean en The Public Discourse una lectura más amplia, cultural, de la actitud de la Santísima Virgen por contraposición al espíritu de rebeldía de la cultura moderna. (Los ladillos son de ReL.)

O el Gran Rechazo o el Fiat de María

Antaño, ser tolerante con los puntos de vista distintos o contrarios a los propios era considerado una virtud fundamental para el desarrollo de una democracia liberal sana. Parece que esta tradición está en peligro. Últimamente, parece que se ha abierto camino una intolerancia antiliberal que va en aumento.

Marcuse y el Gran Rechazo

En su famoso ensayo de 1965 La tolerancia represiva, el teórico crítico Herbert Marcuse expresa la justificación antiliberal para esta inversión: "No se pueden decir ciertas cosas, ni expresarse determinadas ideas, ni proponerse ciertas medidas políticas, ni permitirse un determinado comportamiento, sin convertir la tolerancia en un instrumento de la prosecución de la esclavitud".

Según Marcuse, una sociedad represiva permite a los poderosos utilizar la tolerancia como un instrumento para perpetuar la hegemonía y el sometimiento. En consecuencia, y según esta perspectiva, favorecer a las minorías y a las voces marginadas exige una limitación antiliberal de la libertad de expresión y de la libertad religiosa. Marcuse llama a esta limitación antiliberal el Gran Rechazo: el rechazo a las normas establecidas para crear una sociedad nueva y más liberada.

Este relato teórico de la izquierda progresista antiliberal revela un fisura en el progresismo. Escritores y editores prominentes como Bari Weiss y Andrew Sullivan afirman que los ambientes de trabajo en los medios de comunicación se han convertido en lugares intolerantes donde ya no es posible la libertad de expresión. La izquierda progresista tal vez argumente que Weiss y Sullivan no están teniendo en cuenta el punto principal de lo que Marcuse entiende como liberación. Hay que acabar con la libertad de expresión de manera instrumental y subordinarla a la realización del objetivo de un nuevo orden social liberado. Como explica Zach Beauchamp, "[los defensores de los trans] no son censores hegemónicos con el poder o la intención de cerrar el debate sobre cuestiones de interés público". Lo que intentan, sostiene, es promover una limitación de la libertad de expresión "necesaria para corregir los efectos silenciadores de siglos de la falta de libertad".

Eliminar los efectos de la falta de libertad requiere, según Beauchamp, la creación de espacios culturales para que los marginados y los oprimidos puedan expresar sus identidades libre y abiertamente. Vicky Osterweil, autora de In Defense of Looting: A Riotous History of Uncivil Action, afirmó en una entrevista en la NPR [Radio Pública Nacional, por sus siglas en inglés] que los saqueos y los disturbios son formas de golpear las estructuras de opresión, entre ellas la propiedad, los blancos y la policía.

Las escenas de saqueos y violencia que sacudieron Estados Unidos a mediados de este año responden a una ideología concreta del rechazo de la tradición, de la moral y de la naturaleza. Imagen: disturbios en Seattle, cadena King 5.

Osterweil también afirma que saquear y amotinarse proporcionan un "sentimiento creativo de libertad", por lo que llevar a cabo esas acciones "es una forma de alegría y liberación". Para Osterweil, dichas acciones no solo anticipan una sociedad futura, sino que también son instrumentos revolucionarios para liberar a los oprimidos de las garras ocultas del poder represivo que han penetrado y distorsionado todas las relaciones sociales. La intolerancia revolucionaria jacobina parece ser el requisito obligatorio para una verdadera sociedad progresista.

Los mecanismos de opresión

Para identificar el poder represivo, primero hay que hacerlo visible. Esta formación en la visibilización fue emprendida por los miembros de la Escuela de Frankfurt de teoría crítica. Figuras como Adorno, Horkheimer y Marcuse actualizaron y ampliaron significativamente la comprensión tradicional marxista de las estructuras de opresión. En lugar de articular los mecanismos de opresión en relaciones puramente económicas, ahora también podían hacerse visibles en la compleja red de las relaciones sociales constitutivas de la cultura y la identidad.

Christian Fuchs identifica tres formas de relaciones de poder en la sociedad: económicas, políticas y culturales. Fuchs define las formas culturales de poder, a menudo descuidadas por los marxistas tradicionales, como aquellas que tienen suficiente autoridad para controlar la formación del significado y la identidad. Consideremos los ejemplos siguientes: grupos religiosos, instituciones y publicaciones académicas, organizaciones civiles y partidos políticos. La teoría crítica tiene como objetivo ayudar a sus seguidores a ver cómo la formación del significado y la identidad es manipulada de manera represiva por esas instituciones culturales que tienen el poder de construir la identidad y crear e imponer los límites morales asociados a la misma. Concebida como una lucha, el objetivo no es solo visualizar la opresión, sino también una transferencia de poder. Según este punto de vista, una sociedad liberada se logra solo si el poder para crear el significado y la identidad pasa a las voces reprimidas y marginadas.

El papel del lenguaje

Si bien fue la Escuela de Frankfurt la que ayudó a ampliar la teoría marxista para incluir las estructuras socioculturales, fue la obra de Michel Foucault y los postestructuralistas la que identificó el papel del lenguaje en la creación y el establecimiento de relaciones de poder represivas. Según estos estudiosos, las relaciones de poder inherentes al lenguaje debe ser deconstruidas, y desarrollaron unos relatos ingeniosos y dramáticos para descubrir y revelar esas relaciones represivas.

Según Foucault, los conceptos de agonismo y transgresión exigen ir más allá de la simple sustitución de un orden social por uno mejor y más brillante. Sin una resistencia activa y un rechazo transgresivo, la formas de opresión socialmente construidas volverían a surgir de inmediato. El avance transgresivo en Marcuse, Foucault y los postestructuralistas requiere intentos continuos de desestabilización y, en última instancia, de destrucción de los límites sociales y morales recibidos o heredados. Este proyecto liberacionista llega a una afirmación de la negación como un bien en sí mismo. De nuevo, es el Gran Rechazo de Marcuse: revolución abierta contra cualquier orden establecido.

Obviamente, la acción de contestar y transgredir las relaciones de poder que imponen los límites opresivos presupone sistemas de reconocimiento y clasificación. Se ha encargado a legiones de científicos sociales la realización de taxonomías de la opresión, imaginando cada vez nuevas y más pequeñas clases de ciudadanos oprimidos. Estas clases se delimitan siguiendo unos estatus de opresión intersectorial cada vez más complejos, expresados según la raza, el género y la orientación sexual. Esta nomenclatura de la opresión también se emplea en las aulas, los medios de comunicación, la industria del entretenimiento e incluso la jerga laboral cotidiana en las salas de descanso y en los congresos.

La normalización de estos nuevos juegos del lenguaje transgresor forma la base de una coherente, convincente y reconocible revolución identitaria progresista. Para la nueva izquierda, cada vez más intolerante, la poderosa alianza entre el marxismo cultural y los juegos del lenguaje postestructuralista ayuda a crear ciudadanos que no solo sospechan del poder, sino también de las normas culturales heredadas o recibidas. Este ejército ciudadano progresista y vigoroso busca abrir espacios para las voces marginadas y oprimidas con el objetivo de erigir una nueva cultura, con normas nuevas y más liberalizadoras.

El contraste con la Anunciación

La imagen de una humanidad liberada a través de la transgresión y el rechazo es un contraste sorprendente con una humanidad que entiende la libertad como algo orientado más allá del yo y abierta, de manera receptiva, a recibir o heredar los límites. El Adviento nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre este contraste. En uno de los textos más característicos del Adviento, María, la madre de Jesús, dice: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (cf Lc 1, 26-38).

«La Anunciación» (detalle) de Bartolomé Esteban Murillo (1660). Museo del Prado.

«La Anunciación» (detalle) de Bartolomé Esteban Murillo (1660). Museo del Prado.

Hagamos un experimento. Imaginemos que ese hecho ocurriera ahora, en el siglo XXI. E imaginemos que la conciencia de María ha sido sensibilizada para sospechar de las relaciones de poder, sobre todo de las que implican una relación de poder vertical (por ejemplo, del fiel respecto al sacerdote; del ser humano respecto al ángel; de la humanidad respecto a Dios). María estaría entonces bien preparada para ver el sentido histórico opresivo del patriarcado que lo envenena todo. Y no solo el patriarcado, sino también las estructuras jerárquicas, convertidas en armas, de la Torá, la tradición rabínica, las fiestas y las celebraciones, además de la construcción y mantenimiento de la vida religiosa en el hogar y la comunidad. Ha despertado de la opresión.

Sin contexto o precedente ninguno, se acerca a María un poderoso ángel guerrero que no solo simboliza el patriarcado, sino que también manifiesta todos los signos de la relación de poder vertical cuyo fin es oprimir a la mujer.

Consideremos que:
– ha aparecido sin ser invitado;
– abruma a una pobre y humilde doncella con su presencia y poder;
– le anuncia la voluntad divina, incansable e inexorable de Dios;
– le dice: "La fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra".

Todo lo que ella puede hacer es resistirse. Una María educada según el gran rechazo de Marcuse diría "No" a la iniciativa del ángel.

Es obvio que narrar la historia de este modo es irreverente. María no responde con un gran rechazo, sino que pronuncia su humilde fiat. En el momento en el que el Universo está expectante, una joven pobre, vulnerable e indefensa actúa ofreciendo el don humilde de su fiat: "Hágase en mí según tu palabra".

¿Qué había en lo más hondo de su ser para que esta joven doncella del Señor revirtiera el crimen de nuestra primera madre? La fe cristiana enseña que la suya fue una actitud de sometimiento humilde y honesto a la voluntad de Dios. La salvación del mundo no la inauguró un gran rechazo, sino un gran fiat, una bendita aceptación. Más o menos treinta y tres años después, el hijo de María dijo con valor inagotable: "Que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42).

Un contraste ilustrativo

Comparar el fiat de María con el gran rechazo de Marcuse nos ayuda a ilustrar un relevante tema de la guerra cultural. Los progresistas insisten cada vez más que la afirmación de la negación del gran rechazo exige, como sugiere Marcuse, un rechazo a todo lo que ha sido recibido, a todo lo establecido, ya sea la voluntad de Dios, la naturaleza y sus límites, o la cultura heredada. El objetivo es liberar a la humanidad de todo lo recibido, puesto que todo se considera un constructo arbitrario del poder social. La tarea, reducida a acción política, es una revolución en marcha contra los límites del tipo que sean. Pero esta revolución debe surgir de la arbitrariedad de nuestros deseos, puesto que las revueltas contra lo establecido dejan a la humanidad sin un orden tradicional, mental o natural que sea identificable o sustantivo. Es, utilizando la frase de C.S. Lewis, "la abolición del hombre". Es la tiranía de los impulsos, de los caprichos, de los deseos.

El fiat de María, en cambio, es la expresión magnánima de la receptividad y la gratitud, no de la revuelta. Es la acogida humilde e incluso feliz de lo recibido (en su caso, de la voluntad de Dios). En un sentido cultural más amplio, adoptar la receptividad de María implica una actitud agradecida y acogedora hacia el rico patrimonio cultural, la tradición heredada y, desde luego, la naturaleza dada. Implica una contención agradecida y una caridad acogedora de miles de bienes para disfrutar, en vez de ir acumulando imposiciones que rechazar. La de María era un alma engrandecida por la gratitud, no marchita por la amargura. Acoger significa heredar, aceptar y desarrollar. Rechazar, en cambio, implica socavar, vaciar y destruir.

Esta diferencia ilumina la crisis actual de las sociedades progresistas. ¿Deben estas sociedades buscar la libertad ordenada por la tradición, la naturaleza y la razón, o deben buscarla como un rechazo transgresor de lo establecido? Si buscan esto último, nuestra cultura está en peligro de convertirse en un vacío que se vacía a sí mismo continuamente, o en un cuento relatado por un idiota, lleno de ruido y furia, sin ningún significado.

Pero el fiat de María -una apertura receptiva a la generosidad de Dios, a la naturaleza y a la tradición- permanece siempre abierto para nosotros. Ante el rechazo y la disolución cultural, el Adviento nos recuerda que siempre hay esperanza.

Traducido por Elena Faccia Serrano.

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