Miércoles, 24 de abril de 2024

Religión en Libertad

El sacerdote Gabriel Calvo rebate los mitos de la propaganda anticatólica

«El "perdonismo" conduce a que los enemigos de la Iglesia se sientan ratificados en sus calumnias»

«El "perdonismo" conduce a que los enemigos de la Iglesia se sientan ratificados en sus calumnias»
Gabriel Calvo Zarraute, sacerdote, teólogo e historiador, durante una presentación de «Verdades y mitos de la Iglesia católica».

Carmelo López-Arias / ReL

En tiempos de gran desconocimiento de la teología y la filosofía, la historia se ha convertido en una pieza clave de la apologética. Para sostener que la Iglesia es la institución fundada por Jesucristo como custodia de la Revelación y transmisora de la gracia redentora, antes hay que pagar el peaje de limpiarla de la suma de acusaciones sobre su pasado que han vertido contra ella sus enemigos para minar su credibilidad presente.

Es lo que ha hecho el sacerdote Gabriel Calvo Zarraute, licenciado en Teología Fundamental y doctorando en Historia de la Iglesia, con su libro Verdades y mitos de la Iglesia católica (Actas Editorial), al abordar de forma documentada y convincente las falsedades más comunes que moldean esa imagen distorsionada de la Iglesia que conviene a sus adversarios y que también muchos en su interior han "comprado".

-¿Cuál es el origen histórico de estas mentiras y mitos en torno a la Iglesia?

-En primer lugar, de la maquinaria propagandística de la revolución religioso-política del protestantismo durante el siglo XVI en tres focos sucesivos y complementarios. El primer frente será abierto por el luteranismo. En 1517, a lo largo de su primera fase y, que después del desbordamiento de su segunda fase con las matanzas que se produjeron durante la Guerra de los Campesinos (1524), se consolidará a partir de su tercera fase en 1525 al ser apoyado por gran parte de los príncipes alemanes. Esto fue la consecuencia de la proclamación de Lutero de la expropiación de todos los bienes de la Iglesia (parroquias, monasterios, catedrales, etc.) en beneficio de los príncipes seculares que así acrecentaron, de forma gratuita, sus posesiones extraordinariamente. Hoy muchos clérigos abrían aplaudido esta medida por la consecución de «una Iglesia pobre para los pobres».

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-¿Y el segundo gran foco al que hacía referencia?

-El segundo frente lo constituye el anglicanismo cuando en 1534 Enrique VIII hace votar al Parlamento el Acta de Supremacía por la que el rey y sus sucesores son proclamados única cabeza de la iglesia inglesa. La causa fue que el Papa Clemente VII se negó a sus insistentes reclamaciones a fin de declarase nulo su matrimonio con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos. Por supuesto, Enrique VIII también pasó a desamortizar todos los bienes de la Iglesia que fueron entregados a la clase acaudalada a fin de que ella y sus descendientes sostuvieran esta revolución religioso-política.

-Es decir, compró a una clase adicta...

-Sí, con el surgimiento de esta clase social beneficiada por las depredaciones a la Iglesia, Inglaterra quedaba vinculada definitivamente al anglicanismo y de ahí el motivo de que los intentos de la vuelta al catolicismo se encontraran condenados al fracaso pues dichos nobles habrían perdido todo lo que habían conseguido, también gratuitamente, a costa de los bienes eclesiásticos.

-¿Qué añadió el calvinismo a estos dos focos protestantes?

-La tercera modalidad protestante, el calvinismo, será la más fanática debido a que desarrolla hasta sus últimas consecuencias la doctrina latente en Lutero que él mismo no se atrevió a afrontar atemorizado por las consecuencias que se abrían ante él. La revolución religiosa iniciada en Suiza con Zwinglio será decisiva por sus repercusiones internacionales debido a la intervención del luterano francés Juan Calvino (1509-1564). Desde Ginebra envió a los Países Bajos y Francia miles de pastores calvinistas que difundieron la propaganda a la que antes aludíamos.

-¿Qué papel jugó Francia?

-Lamentablemente, la católica Francia bajo el gobierno de cardenal Richelieu en el siglo XVII también será parte activa de la borrachera de mentira y odio destilados contra la Iglesia católica, de forma indirecta, al denigrar a la Monarquía Católica española por medio de las calumnias lanzadas contra la Inquisición y la evangelización de América. A esto hay que añadir la estrategia, iniciada con el rey francés Francisco I, contemporáneo de Carlos V, continuada y aumentada por Richelieu, de aliarse con los protestantes para abatir la hegemonía hispánica en Occidente, que no era otra cosa que la hegemonía católica. Lo cual condujo a Francia al apoyo militar del protestantismo en la segunda fase de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) que concluyó con la consumación de la destrucción de la Cristiandad medieval institucionalizada con la Paz de Westfalia.

El cardenal Richelieu, retrato de Philippe de Champaigne (1602-1674).

-¿Qué movió a una potencia católica a ese comportamiento?

-La "razón de Estado", es decir, la primacía de los intereses políticos nacionales se impuso en Francia a la fe católica.

-Antes mencionó tres focos: el protestantismo, Francia, y…

-En último lugar, y esto fue lo realmente decisivo, dicha ofensiva protestante de mentiras se solapará y continuará creciendo y asentándose en las mentes de los europeos por medio la Ilustración francesa a partir del siglo XVIII y su natural despliegue en la Revolución de 1789.

-¿Cree que existe una coordinación o sistematicidad en estas mentiras sobre la Iglesia?

-Es evidente, y consiste en la sustitución de la verdad por la ideología. De este modo se niega la realidad, lo que equivale a la negativa de las fuentes documentales primarias, es decir las propias de la época, pues no importa lo que demuestran, lo único que importa es que «el fin justifica los medios». Así, la denigración del catolicismo implica la negación de sus logros.

-¿Cuáles serían esos logros?

-La Inquisición española evitó a la nación de las cruentas guerras civiles entre católicos y hugonotes (protestantes) que desangraron los Países Bajos y Alemania durante el siglo XVI y Francia durante el siglo XVII. Además de su baja tasa de condenas comparada con la de los tribunales civiles y los protestantes de la época.

-Todo eso, al tiempo que se evangelizaba América...

-La extraordinaria obra civilizadora de la Monarquía Hispánica y la Iglesia católica en América, mezclándose genética y culturalmente con los pueblos indígenas, importando la igualdad jurídica de todos los españoles en la organización política con los virreinatos, creando hospitales, universidades y salvaguardando las lenguas primitivas por la acción misional. Todo lo cual resalta, más todavía, en comparación con la campaña de depredación y aniquilación de indígenas llevada a cabo por las potencias protestantes y que culminará en la dedicación al esclavismo con la Ilustración, heredera intelectual del protestantismo.

-Todas estas mentiras parecen tener un objetivo común: la autoridad de la Iglesia y el poder que dimana de esa autoridad...

-El motivo se debe a la negación protestante, con el principio antitradicional de la Sola Scriptura [solo la Escritura], de que la Iglesia católica sea la salvaguarda y transmisora del depósito revelado, de la verdad divina, la única mediadora que Jesucristo fundara entre Dios y los hombres para su salvación.

-¿Cuándo y por qué hemos interiorizado los católicos las leyendas negras de la Iglesia? 

-A nivel nacional, la interiorización de la leyenda negra anticatólica comienza en las minoritarias élites ilustradas del siglo XVIII influenciadas por la mentalidad ilustrada francesa y por la incipiente masonería. Su popularización vendrá después del desastre de 1898 con la pérdida de Cuba y Puerto Rico. A raíz de este acontecimiento un nutrido grupo de intelectuales que se convierte en hegemónico, influenciados por la supuesta superioridad intelectual, política y económica del protestantismo, achacará al catolicismo español el anquilosamiento y atraso que habría conducido a la profunda decadencia en que se hallaba sumida España.

-Se refiere a la llamada “generación del 98”...

-Sí. Por ejemplo, Ortega y Gasset con su ensayo España invertebrada. Jugaron frívolamente a erigirse en jueces de la historia cuando se encontraban bastante escasos de conocimientos historiográficos y muy sobrados de prejuicios filosóficos. La Institución Libre de Enseñanza formó una élite intelectual que acentuó el sentimiento de fracaso y lo llevó al paroxismo debido al lastre que habría supuesto para España la fe católica. A nivel eclesial, el Concilio Vaticano II consagró el cambio de rumbo en la mentalidad de la jerarquía pareciendo que la Iglesia naciera con dicho concilio y toda la historia anterior no fuera más que un cúmulo de despropósitos.

-¿Tiene sentido que la Iglesia pida perdón por el pasado?

-Ninguno. La primera cuestión es determinar qué es la Iglesia, porque el error consiste en considerar que las decisiones equivocadas de algunos jerarcas son constitutivas, propias de la Iglesia, como si fueran dogmas de fe. El Espíritu Santo ilumina progresivamente a la Iglesia, donde a lo largo de su historia se han producido una serie de decisiones en el orden práctico, especialmente en medidas concretas, que pudieran ser oportunas para un determinado momento y que posteriormente ya no resultaban adecuadas y otras que nunca fueron coherentes con el Evangelio. La Iglesia es instrumento de santificación, sin embargo, en este mundo su santidad no es perfecta y no es capaz de evitar que todos sus hijos, también los constituidos en jerarquía, cometan pecados que dañan el testimonio y actuación de la Iglesia.

-Pero entonces, ¿qué hay de malo en pedir perdón por ello?

-Resulta absurdo e injusto, por anacrónico, condenar las actuaciones de nuestros antepasados por compartir la cosmovisión de su época histórica concreta y carecer de la mentalidad supuestamente filantrópica del hombre contemporáneo. En cualquier caso, tales decisiones lo fueron de las personas que las tomaron, no de la Iglesia en cuanto tal, y por supuesto han de ser situadas en su contexto histórico.

-¿Qué conduce a esta actitud “perdonista”, de obsesionarse en pedir perdón?

-Es la estrategia derrotista y acomplejada del «perdonismo» por la que la jerarquía católica ha optado desde el Vaticano II y que solo conduce a que los enemigos de la Iglesia de Cristo se sientan ratificados en sus calumnias. De este modo la sociedad ve confirmados los prejuicios que han inoculado en su mente la corrupta clase política, el sectario sistema educativo y los medios de adoctrinamiento o manipulación de masas como el cine, los documentales, las series, etc. Es suicida asumir las mentiras, objetivamente falsas, que sobre ti lanza el enemigo.

-Sin embargo, hubo y hay católicos pecadores que sí merecen reproche…

-Los pecados de los miembros de la Iglesia no recaen sobre ella que es santa, la Iglesia carece de pecados. Que un padre tenga la desdicha de que uno de sus antepasados fuera un asesino no lo criminaliza a él porque ni el Papa ni nadie puede ser responsable de los pecados de las personas que nos precedieron.

-Responsable, no, pero el tiempo transcurrido ¿no permite una mejor perspectiva?

-Conceder valor absoluto a las decisiones de la Iglesia implica un grave error teológico al divinizar voluntades humanas falibles elevando cualquier decisión eclesiástica a la categoría ex cathedra, infalible, sustituyendo la verdad por la autoridad entendida en clave fideísta. Así se comprende la decisión de Juan Pablo II cuando durante el Jubileo del 2000 realizara la denominada purificación de la memoria: una petición de perdón ambigua y contraproducente que solamente produjo una mayor confusión.

-Es una cuestión compleja…

-El principio de unidad en la Iglesia, y por el cual el Papa tiene autoridad, es la gracia del Espíritu Santo que Cristo concede por los medios que ha establecido, mientras que los pecados y errores, ya sea de fieles, ya sea de pastores, no tienen por principio el Espíritu Santo. Con lo cual, carece de sentido, en rigor, ese tipo de petición de perdón; como mucho se podrá reconocer que algunos eclesiásticos actuaron mal, o que faltó fidelidad al Evangelio, siempre, por supuesto, aclarando adecuadamente el contexto histórico. En todo caso, la oportunidad de ese tipo de explicaciones debería realizarse dentro de un ámbito académico, en el que se puede establecer un debate riguroso.

La encarnación expuesta a los hombres: La Adoración de los Magos, de Pedro Pablo Rubens (Museo del Prado).

-¿Qué papel juega la historia de la Iglesia, entendida apologéticamente, en el apostolado y la evangelización?

-El cristianismo es la religión histórica por excelencia, ya que Dios ha entrado en la Historia con la encarnación del Verbo y por esta razón Jesucristo es el Señor de la Historia, ya que la conduce hacia su culminación en la Parusía. Por consiguiente, conocer la Historia de la Iglesia equivale a conocer la historia de santidad del Cuerpo Místico de Cristo, el contexto en el que discurrió la vida de los santos, la historia del martirio de miles de hombres que sufrieron y derramaron su sangre por conservar la verdad de la fe. Es la historia de la gracia de Dios que se sirve de pobres criaturas pecadoras para seguir transmitiendo la verdad eterna en medio de los convulsos y cambiantes tiempos. De este modo se comprende que leer la Historia de la Iglesia es una verdadera lectura espiritual que alimenta, no sólo el corazón, sino también la mente del católico.

-¿Tiene la Historia el protagonismo que merece en la formación de los cristianos?

-Hoy muchas parroquias y comunidades ofertan «cursos de Biblia» donde se ponen en común las variadas opiniones de cada uno acerca de la Palabra de Dios, pero nadie oferta cursos de la Historia de la Iglesia. Un rasgo característico del protestantismo es la preferencia por el conocimiento bíblico (interpretado arbitrariamente por cada persona) en detrimento o desprecio del conocimiento histórico.

-Más allá de las falsas acusaciones, ¿hay algún hecho del que la Iglesia sí deba realmente arrepentirse?

-Debemos volver al principio anterior: lo que procede de la Iglesia, en sentido estricto, proviene del Espíritu Santo, otra cosa son las decisiones de los eclesiásticos, que proceden de su propia decisión, y pueden estar más o menos, o nada, asistidas por el Espíritu Santo, pero en modo alguno pueden considerarse un elemento esencial de la Iglesia. En este sentido hay que reconocer que fue lamentable el pacto, en agosto de 1962, en la ciudad francesa de Metz, por el que la Iglesia no condenaría del comunismo en el Concilio Vaticano II. Juan XXIII y Pablo VI se negaron a renovar las condenas de Pío XII y sus predecesores en nombre de los "signos de los tiempos" olvidando, precisamente, el "signo de los tiempos" que constituía el tercio de la humanidad que se encontraba siendo oprimido y exterminado por el terrorismo o la tiranía marxista: la Unión Soviética con sus satélites de Polonia y Hungría entre otros. Además de China, Cuba, Perú, Vietnam, Camboya, Corea, Etiopía, Angola, Mozambique, etc. Lo cual supuso una gran victoria de la URSS de Kruschef y de la ideología más criminal que ha existido en la historia de la humanidad con más de cien millones de víctimas en su haber, entre ellas también millones de católicos.

-¿Qué consecuencias tuvo este hecho para la Iglesia?

-La negativa a condenar el comunismo en el Vaticano II abrió las puertas de la Iglesia a la Teología de la Liberación que ha arrasado la fe católica en Iberoamérica. Lo acaecido en el reciente Sínodo de la Amazonia da prueba de ello.

La consagración de Carlomagno, cuadro de Friedrich Kaulbach (1861).

-Concluyamos con la otra cara de la moneda: ¿de qué periodo histórico debe la Iglesia sentirse particularmente orgullosa?

-De nuevo hay que recordar que el orgullo de la Iglesia es transmitir la fe y la gracia divina con el perdón de los pecados: en eso no ha fallado nunca. No obstante, si nos fijamos en algunas realizaciones históricas, puede citarse al Papa León XIII en su evocación de la Edad Media como la edad dorada del cristianismo y de Europa: "Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados. Entonces aquella energía propia de la sabiduría cristiana, aquella su divina virtud había compenetrado las leyes, las instituciones, las costumbres de los pueblos, impregnando todas las clases y relaciones de la sociedad; la religión fundada por Jesucristo, colocada firmemente sobre el grado de honor y de altura que le corresponde, florecía en todas partes secundada por el agrado y la adhesión de los príncipes y por la tutelar y legítima deferencia de los magistrados; y el sacerdocio y el imperio, concordes entre sí, departían con toda felicidad en amigable consorcio de voluntades e intereses. Organizada de este modo la sociedad civil, produjo bienes superiores a toda esperanza. Todavía subsiste la memoria de ellos y quedará consignada en un sinnúmero de monumentos históricos, ilustres e indelebles, que ninguna corruptora habilidad de los adversarios podrá nunca desvirtuar ni oscurecer" (Inmortale Dei, n. 28).

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