Religión en Libertad
Mano-paloma-luz

Mano-paloma-luz

Creado:

Actualizado:

El Señor nos hace una pregunta, ¿a quién estás sirviendo?

Muchas veces tenemos la necesidad de entregarnos sin reservarnos nada. Hasta llegamos a la oración y le decimos al Señor: Te entrego mi corazón para que hagas con él lo que quieras. No me importa donde me envíes. Solo quiero ser fecundo y dar fruto.

A veces realizamos entregas al Señor desmedidas, que queremos llevar hasta lo más radical. Pero yo creo que a veces, buscamos nuestro propio interés y no nos dejamos mover por el amor de Dios. Entonces, cuando nos piden este u otro servicio, empezamos a discernir cual es el más adecuado para nuestra vida y para que podamos ser fecundos en medio del mundo.

En muchas ocasiones, queremos ser administradores de los bienes que el otro nos pide, pero desde nuestro propio deseo de entrega. Buscamos darnos a los demás, pero desde nuestro criterio personal, no desde lo que realmente el Señor por medio de su Espíritu, nos reclama, y los hermanos están necesitando de nosotros.

Queremos un servicio que se adecue a nuestra formación y nuestra personal capacidad de entregarnos. Pero, a veces no somos capaces de reconocer los dones que tenemos, y nos comparamos con los demás, que según nuestra forma de ver las cosas, creemos que tienen un servicio mejor que el nuestro.

En ocasiones, despreciamos el servicio del otro, porque nos creemos superiores, o pensamos que según nuestro modo de ver, ese hermano no puede hacer el servicio que se le propone, y lo mejor que debería hacer es abandonarlo. Sino cuidamos el don del hermano, ¿cómo vamos a ser responsables de los regalos o dones que Dios nos ha dado a cada uno?

De modo continuo, nos creemos más capacitados para unos servicios que para otros. Creemos que tenemos unos bienes para compartir, pero no los usamos de manera adecuada para los demás, y por ello, ni para nosotros mismos. Cuando nos reclaman nuestra entrega de modo particular, rebajamos nuestro propio listón y exigimos al otro un servicio desmedido, que le tiene que suponer, según nuestro modo de ver, el don más radical de su corazón, hasta el olvido total de sí, pasando desapercibido para los otros. Así, queremos ser reconocidos nosotros mismos, dejando en segundo lugar al que tenemos a nuestro lado, porque le vemos de una categoría inferior.

Ante los demás, somos capaces, de incluso reducir aquello que quieren ofrecer. O también, disminuir su deseo de entrega, y que dejen de dejar de dar sus bienes, por aquello que han recibido. Muchas veces actuamos de esta manera ante los hermanos. Pero si el Señor nos pide a nosotros esta entrega del corazón, lo que hacemos es elegir, para no dar lo que hemos recibido, y exigir que lo que tengamos que ofrecer por el bien recibido, se nos rebaje, porque es bueno para nosotros y para nuestros dones, que también el Señor nos puede pedir darle a cambio, por todo lo que él nos ha dado.

Entonces, yo me lanzo una pregunta para ti y para mí. Cuando el Señor por medio de su Espíritu, nos reclame ser buenos administradores de nuestros bienes, para poder así gestionar aquello que nos pidan los demás, ¿los veremos como hijos de la luz? Porque muchas veces los hijos que se dejan llevar del poder del mal, reconocen lo que los demás les pueden dar, mejor que los que somos hijos de la luz, y que queremos ponernos a servir al otro.

Porque si en distintos momentos, un hermano, nos dice que tiene este trabajo que a nosotros nos parece de menor rango, le damos la espalda. Cuando una persona según nuestro modo de proceder se dedica exclusivamente a su trabajo y no puede realizar tareas que consideramos más apostólicas, ya emitimos un juicio. Cuando una persona se dedica a tener una mayor vida de oración, por ella misma y por toda la Iglesia, decimos muchas veces que no hace nada.

Según las actividades que hagas, eres mejor o menor valorado, en tu entorno. Muchas veces tienes que agrandar tu propio currículo para que te puedas sentir reconocido. En ocasiones, pensamos que cuanto más haces, más vales, olvidando que lo importante es lo que eres: un hijo amado de Dios.

A veces en el servicio Dios nos puede pedir cosas muy pequeñas, pero que son muy necesarias para la vida de la comunidad. Otras veces, nos reclaman una entrega que requiere una mayor elaboración y un mayor desarrollo. Pero, siempre Dios nos va a demandar algo, según nuestros dones y que no exceda nuestra propia capacidad.

No desprecies lo que haces, porque creas que tiene menor valor, sino valora siempre lo que eres: hijo amado de Dios. El Señor, te dispone para administrar su campo por medio de los bienes que él te ha regalado a ti y al hermano. Todo es necesario. Lo más pequeño y lo más grande. Pero lo mejor es que Dios lo ve todo. Tu deseo de entregarte y el amor que pones en ello. ¡Ánimo¡ Con Dios lo podemos todo, porque para él todo es posible. Así, veremos milagros en nuestras vidas y en las de los hermanos a los que Dios nos llama a servir.

Belén Sotos Rodríguez

tracking