Con Cristo, un sabor nuevo

Flor-agua-hojas
Comulgar el Cuerpo de Cristo es disfrutar del mejor de los sabores. Adorar el Cuerpo de Cristo es poder ver con los ojos al mejor de los señores. Recibir su Cuerpo es el mejor de todos los regalos y dones que puedes acoger. La bendición con su Cuerpo te enamora por completo de él.
Recibir al Señor en la Sagrada Forma te transforma en lo que recibes. Vivir cada eucaristía siendo consciente de quien está, llena la vida de amor, belleza y alegría. Comulgar, estar en su presencia y adorar al que te ha creado, es hacer de tu vida el cielo.
En cada eucaristía si vas con un corazón arrepentido y postrado se te borran los pecados veniales. En ella, es como si estuviéramos de nuevo en la Última Cena del Señor. Él es la ofrenda que presentamos al Padre. El alimento que nos transforma en Él mismo. Él, en su cuerpo, se entrega por cada uno.
Contemplarle nos permite poner toda nuestra existencia en sus manos. Dejarle a él todo lo que nos preocupa, lo que nos angustia, para poder en él, vivir una vida nueva que te lleva a la entrega y a seguir caminando.
Tomar a Jesús cada día, te renueva la jornada, y te da alas para poner la mirada en el cielo, con los pies en la tierra. Sentir su presencia en la Sagrada Forma nos ayuda a vivir desde un amor entregado, sin reservas, que solo busca donarse.
Contemplar el Cuerpo de Jesús hace que te sientas amado, por lo que eres, y por quien eres. De él solo puedes recibir amor, y entrega. Recibir su Cuerpo es sentirte querido con pasión por el Señor, que se convierte en el amor de tu vida.
En la adoración y en la Eucaristía te dejas llenar del cuerpo resucitado del Señor, que solo puedes ver bajo la apariencia del pan. Pero sabes que por la efusión del Espíritu y las palabras del sacerdote en la consagración recibes al Señor que tiene poder, aunque se muestra en debilidad, en la forma consagrada.
Cuando recibes a Jesús en la comunión su presencia lo invade todo, y te toma por completo. En la intimidad gozas del Señor que viene a ti. Desde la debilidad en que él se manifiesta, recibes fuerza, ánimo, ganas de seguir viviendo.
Cuando las cosas no cambian, o los planes se truecan, la mejor opción es a ir a disfrutar de la adoración. En ella se llena el tiempo, o todo adquiere un matiz nuevo. Cuando no puedes más, y ya no tienes fuerza, recibir a Jesús te levanta. Él lo hace todo nuevo. Con él llegas bien cuando quedas, los metros vienen a tiempo. Todo se renueva.
En la frustración y ante la prueba con él las puedes superar. Él te lleva donde lo puedes adorar, aunque te lleve más tiempo. Hay veces que las cosas que ocurren a tu alrededor, cambian, hay que emplear más tiempo en llegar a los sitios, pero con él, vas como en las alas de la águilas. Pero si en tu debilidad te sientes abatido, sabes que él tienes fortaleza, aunque hay veces que las cosas te pueden superar. Eso también le pasó a él. Cuando a veces no lo sientes, o piensas que no está, él en el Sagrario siempre te acompaña, y te está esperando. Cuando oras ante él, te va cambiado.
Recibir a Jesús es una gracia inmerecida, pero Él entra en tu pecado, y lo limpia. Da igual la edad en la que lo hayas recibido, comulgar a Cristo nos hace una criatura nueva.
Con Cristo podemos saborear la vida. En su cuerpo podemos tener un sabor renovado a lo que vivimos. Hay momentos en los que podemos estar tristes o mal, pero poder recibirlo hace que el corazón cambie, y la vida tenga un nuevo sentido.
En la adoración podemos encontrar el motivo para poder vivir. Nos postramos ante el Señor que nos ama, y a él le rendimos nuestra existencia. Podemos ver a Jesús, y decirle todo lo que amamos. Ante los problemas que muchas veces no tienen solución, se pueden ver y recibir con un gusto distinto.
El cuerpo de Cristo es el tesoro de los cristianos. En los momentos de persecución la Iglesia nunca ha cesado de celebrar la Eucaristía, para que nos podamos seguir alimentando de él.
El Cuerpo de Cristo, no solo se hace presente en el sacramento, sino que de un modo distinto, la Iglesia es también Cuerpo de Cristo (cf. 1 Cor 12). Un cuerpo formado por muchos miembros, que están llamados a la caridad y la comunión entre ellos. En este cuerpo Cristo, nosotros sus miembros, que unidos a él, formamos este pueblo de adoración y alabanza a Dios (cf. Rm 12).
Recemos para que un día podamos unirnos todos los cristianos de todas las confesiones, para poder comulgar el Cuerpo de Cristo, y viéndonos unidos el mundo pueda proclamar que Dios está vivo y ha resucitado.
El día del Corpus nos ayude a saborear a Cristo, para adorarle y participar de su misma vida.
Belén Sotos Rodríguez