Dios se hace carne
Noche. Silencio. Sosiego… y de repente… ¡Luz! ¡Cantos! ¡Parto! Dios se hace hombre… Es algo para meditar durante mucho tiempo… ¡Se hace carne! Sin dejar de ser Dios toma carne humana en las entrañas de una virgen, de María. Esto ahora lo podemos entender algo mejor, pero… cuando sucede tal acontecimiento en medio de la noche y los pastores de los alrededores son los primeros en conocer el Nacimiento y acudir a adorar a Dios hecho carne, es todo muy distinto. Ellos lo ven, lo adoran y llevan a todos la noticia. Pero vayamos más allá. Entremos en la realidad misma de lo que significa y es en sí mismo el Nacimiento de Dios en Belén:
“En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios….” Existía, estaba y era, todos los verbos nos hacen poner la mirada en Dios hecho carne de un modo desconcertante, en un niño nacido en una cueva a la afueras de Belén. ¡Dios es eterno! Dios eterno toma carne humana para que los hombres entremos en la eternidad… Dios sin dejar de ser Dios, siendo eterno, se hace hombre en lo más secreto de la noche. Dios, que existe desde siempre, quiere darse a conocer. Lo hace en la Persona del Hijo, de aquí tenemos que aprender a entrar en esa divina unión entre el Padre y el Hijo. Es algo que no se puede concebir en nuestra mente de una manera objetiva. Hay que entrar más adentro en la espesura del misterio divino para asumir profundamente que el niño que nace en Belén es Dios. Un Dios que siendo niño, crece, se hace adulto y al final de sus días de vida terrena muere en una cruz.
Hay alguien que ha sabido narrar ese Nacimiento de una manera singular, acercándose a la poesía y como testigo de primera línea de lo que supone ver a Dios cara a cara. San Juan Evangelista en el prólogo a su evangelio nos muestra lo que es para él esa Encarnación de la Palabra. Lo hace después de escuchar el latido del corazón del Hijo. Esa Palabra que existe desde siempre, que está junto al Padre y que es Dios, la escucha, la siente y la ve expirar. Quedémonos en el sentir la Palabra. No sólo escuchar, sino sentir. ¿Qué sería sentir el palpitar del Sagrado Corazón de Jesús antes de comenzar la Pasión? Juan se recuesta en el pecho de Cristo y ahí descansa. Descansa en Dios hecho hombre. El Corazón de Dios hecho carne tiene alguien que puede hablar de él. ¿Somos conscientes de ello? ¿Entramos en el privilegio de San Juan Evangelista para amar más a Dios? ¿Leemos su evangelio desde esta perspectiva?
Leer, meditar y hacer nuestro el prólogo del evangelio de San Juan debería ser uno de nuestros compromisos espirituales cada año durante las fiestas de Navidad. Así entramos en diálogo con Dios y de paso con el mismo San Juan. Leer un evangelio teniendo de fondo a su autor nos ayuda a entenderlo de un modo más íntimo, cercano y provechoso. Nos unimos a San Juan, caminamos con él al lado de Jesús paso a paso, hasta el Cenáculo y luego al Calvario; y después seguimos a su lado con María y los demás apóstoles. Así es como podemos llegar a paladear mejor esos primeros versículos de su evangelio que recrea y enamora. Y descubrimos con gozo que es verdad eso que dice que “vino a su casa y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder para ser hijos de Dios”.
¡El poder de los hijos de Dios! ¿Nos damos cuenta lo que esto significa? ¡Tenemos mucho poder! ¡Nada nos puede separar del amor de Dios hecho carne! Y si no sigamos a los santos que no tienen la dicha de San Juan Evangelista, pero sí la de descansar en el Corazón de Cristo en oración. La oración contemplativa es capaz de todo. Transforma a la persona y la une totalmente a Dios. El alma se queda en Dios y Dios en el alma. Y eso se nota cuando uno arde en amor de Dios al recordar malos momentos y se sabe amado por Dios hecho carne que antes ha sufrido mucho más que cualquiera de los hijos de Dios. Los hijos de Dios tenemos el poder de ser eso, hijos de Dios, pero eso no nos quita que por eso mismo nos unamos a la Pasión de Cristo o a la miseria de su Nacimiento en Belén. Y si además nos apoyamos en la Sagrada Escritura nacen obras sublimes como sucede en muchos místicos. Hablemos de uno de ellos que en 2026 celebramos 300 años de su canonización y 100 de su doctorado eclesial. Se trata de mi querido padre San Juan de la Cruz.
En uno de sus poemas nos presenta una recreación del prólogo del evangelio de San Juan y continúa narrando todo en verso desde los orígenes hasta que llega la plenitud de los tiempos con el Nacimiento de Dios en la carne. Son 9 romances que van acercándonos con maestría singular a la esencia misma de Dios y al final al momento cumbre del Nacimiento. En el primero nos mete de lleno en el amor del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Uno lo puede atisbar cuando reza, pero cuando se deja llevar por el místico doctor puede elevarse y poner la mirada en Dios de otro modo mucho más vivo al entrar en el misterio de la Trinidad:
“Como amado en el amante/ uno en otro residía,/ y aquese Amor que los une/ en lo mismo convenía/ con el uno y con el otro/ en igualdad y valía.
Tres Personas y un amado/ entre todos tres había./ Y un amor en todas ellas/ un amante las hacía;/ y el amante es el amado/ en que cada cual vivía”.
¿Hace falto algo más? Mejor callemos. Hagamos silencio. Dejemos hablar a Dios hecho carne en Belén en medio de la noche y en lo más escondido. Así llegaremos hasta el final de estos romances para cantar con gozo unidos a los ángeles:
“Los hombres decían cantares,/ los ángeles melodías,/ festejando el desposorio/ que entre tales dos había;/ pero Dios en el pesebre/ allí lloraba y gemía,/ que eran joyas que la esposa/ al desposorio traía;/ y la Madre estaba en pasmo/ de que tal trueque veía:/ el llanto del hombre en Dios,/ y en el hombre la alegría,/ lo cual, del uno y del otro,/ tan ajeno ser solía”.
Quedan por recordar muchas maravillas de San Juan de la Cruz como maestro insigne para acercamos a Dios hecho carne, niño que nace en Belén. El santo de Fontiveros no es testigo del Nacimiento, pero teniendo a San Juan Evangelista sí se mete de lleno en esa cueva de Belén para ver a Dios recién nacido. Y además cuenta con la compañía del único testigo de ese momento que queda para siempre en el silencio de la historia porque no sabemos los detalles, pero sí lo que sucede: ¡Dios se hace carne! San Juan de la Cruz seguro que pregunta a San José en oración más de una vez cómo se puede acercar a su Hijo. Y San José calla y le hace poner la mirada en el prólogo de San Juan para que diga con él y con el evangelista que “de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia”. San José calla, trabaja y cuida del Niño recién nacido. No cuenta nada. Se lo guarda para cuando llegue el momento en que podamos estar cara a cara con él, con su esposa y con su Hijo y con San Juan Evangelista y San Juan de la Cruz y con los ángeles y todos los santos escuchando de María y San José cómo Dios se hace carne.