Religión en Libertad
El poder transformador del perdón


Creado:

Actualizado:

El otro día viví una experiencia que me ha dejado pensando profundamente. Fui a almorzar con unos amigos a la hospedería del Valle de los Caídos. Mientras estaba sentada a la mesa, se me acercó una antigua compañera del colegio. Aunque no estuvo en mi misma clase, compartimos COU, lo que hoy sería segundo de bachillerato. Nuestra amistad, en su momento, terminó de forma abrupta, y he de admitir que mi actitud no estuvo a la altura; me comporté de manera egoísta y dejé mucho que desear. Desde entonces, no habíamos vuelto a vernos en cuarenta años, y ese sentimiento de no haber actuado bien siempre había pesado sobre mi conciencia.

Cuando nos encontramos, nos dimos un abrazo muy grande. Ella estaba allí en un retiro espiritual. Tras saludarnos y charlar un rato, no pude dejar pasar la oportunidad de pedirle perdón. Le confesé que había sido egoísta, soberbia, y que lamentaba profundamente mi comportamiento. Con toda sinceridad, le pedí perdón. Su respuesta me sorprendió: “No lo recuerdo”. Sorprendida, le dije: “Pues yo sí lo recuerdo, y te pido perdón de todo corazón”.

Comprendí que su “no me acuerdo” no era olvido, ni desinterés. Lo que ella realmente expresaba era: “Me alegra infinitamente verte. Mi cariño y amistad están por encima de lo que ocurrió. Tus errores no te definen; eres mucho más que lo que hiciste o dijiste en el pasado, y estoy feliz de reencontrarme contigo”. Sus palabras y su actitud me conmovieron profundamente. Fue un reencuentro precioso que me llenó de alegría y paz, y al despedirnos quedamos en vernos pronto para ponernos al día después de tanto tiempo.

Lo sorprendente ocurrió tres días después. Esta vez, los papeles se invirtieron. Me encontré con una persona que, quince años atrás, no había actuado bien conmigo. Al igual que yo hice con mi compañera, ella también había cortado toda comunicación tras ese incidente. Pero ahora, se acercó a mí y, con palabras llenas de sinceridad, me pidió perdón. Me dijo que no entendía cómo había podido comportarse de esa forma conmigo.

Entonces, le conté lo que me había sucedido tres días antes y, con una sonrisa, le respondí: “Al igual que mi amiga, yo tampoco me acuerdo”. También hubo abrazos, reconciliación, y deseos de mantener el contacto para recuperar el tiempo perdido.

Este segundo encuentro no habría sido igual sin el primero. El ejemplo de magnanimidad y generosidad que recibí de mi amiga fue lo que me permitió perdonar de la misma manera. Ni un manual de teología del perdón de setecientas páginas, ni trescientas charlas, ni el esfuerzo más riguroso habrían logrado lo que ella me enseñó con su ejemplo: que el perdón sincero y generoso, libre de reproches, tiene un poder transformador que trasciende el tiempo y las heridas del pasado. Doy gracias a Dios por haber puesto a estas amigas en mi camino.

tracking