Dios, el tráfico y un armario desordenado

Los atascos
Dicen que la santidad se alcanza en lo extraordinario… pero Mat descubrió que no: que también se cocina en los semáforos eternos y en las peleas conyugales frente a un armario lleno de camisetas viejas.
Autopista: el valle de lágrimas (y bocinas)
Cada mañana, Mat se lanza al purgatorio motorizado: la autopista de las 8:00 AM. El GPS promete 15 minutos. Ella sabe que son 40 en años bíblicos. El coro trasero de sus hijos no ayuda: “¿Cuánto falta?”, “¡Mamá, me mira mal!”, “¡Pon la otra canción!”. Mientras tanto, los mandamientos del buen conductor parecen borrados de la tabla de la ley: nadie pone el intermitente, todos tocan el claxon como si anunciaran el Apocalipsis, y algún faraón invade el carril exclusivo cual Moisés abriendo el Mar Rojo. Mat respira, aprieta el volante y recuerda su mantra: “Bienaventurados los pacientes, porque ellos llegarán… eventualmente.”
Virtudes en el atasco
El tráfico, con todo y sus horrores, es una clase intensiva de espiritualidad: paciencia, como pide San Pablo; alegría en la adversidad, como recomendaba el Papa Francisco; y caridad, cuando en lugar de gritarle al del claxon uno decide rezar: “Perdónalo, Señor, no sabe lo que hace.” Porque no se trata solo de llegar al destino, sino de cómo viajamos. Y si se logra sonreír en medio del caos, eso ya es casi un milagro.
Armario: campo de batalla conyugal
Cuando no está en la autopista, Mat enfrenta otro tipo de tráfico: el de la ropa acumulada en el armario. Ella llega con bolsas para donar y espíritu de orden. Él, con mirada protectora, defiende cada camiseta como una reliquia.
—¿De verdad necesitas esta? —pregunta Mat, mostrando una prenda con agujeros sospechosos.
—¡Es historia! —responde él, abrazándola con solemnidad. Lo que debía ser limpieza se convierte en partida de ajedrez emocional. Al final, entre risas y concesiones, descubren que no se trataba de ropa, sino de paciencia, respeto mutuo y el arte de ceder.
El gran mensaje
La vida nos da pruebas que parecen triviales: un atasco eterno, un claxon desafiante, una camiseta de campeonato del siglo pasado. Pero si en esos momentos practicamos la paciencia, el amor y hasta el humor, estamos caminando hacia la santidad. Como diría San Agustín: “Ama y haz lo que quieras.” Sí: ama incluso en el tráfico, en la cola del super y al pie de un armario que amenaza con desbordarse. Porque ahí, justo ahí, también está Dios.