Religión en Libertad
Vladimir Ilich Ulianov, alias 'Lenin' (1870-1924).

Vladimir Ilich Ulianov, alias 'Lenin' (1870-1924).

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La libertad no es que sea insoportable para el hombre, como dejó claro Dostoievsky en Los hermanos Karamazov, es que la libertad no es humana; es, repito, divina, y solo Dios puede manejarla bien. Es un don de unas dimensiones infinitas que el ser humano, al intuirlo por puro chispazo de la Gracia, intenta trocear: habla entonces de libertades, de derechos, de ideologías que, fundamentalmente, intentan domesticar la libertad poniendo unos límites que siempre parecen razonables: el bien común, la solidaridad universal, el activismo social, el progreso, la ciencia, etc. Por supuesto, en el peor de los casos, el don divino de la libertad se presenta como mera conquista humana, con lo cual llegan a justificarse los crímenes más horrendos.

En el mejor de los casos, la libertad se descafeína llamándola "libre albedrío" y así entra en conflicto con una potencia del alma que llaman "voluntad": la voluntad y la Gracia. Este es un conflicto irreal e irrelevante, puesto que, como dijo San Juan Pablo II "el hombre se parece más a Dios que a la naturaleza"; y puesto que la esencia del ser de Dios, el Amor, es imposible sin la libertad -"Dios es Amor"- Dios es también y a la vez libertad absoluta, eterna, infinita. Dios es libertad.

Este regalo divino forma parte de la "imagen y semejanza" del Génesis. Sin embargo, se comprende fácilmente que es un, digamos, poder tal, que solo Dios puede manejar amorosamente, plenamente, sin sombras. Este regalo, pues, debe ser devuelto a Nuestro Señor porque es peligroso que el ser humano lo manosee a su antojo: la manzana de Eva, la Torre de Babel, Hiroshima, el aborto, en fin, ya saben.

Lo más sensato es decirle a Dios:

-Mira, Señor, toma esta libertad que me has regalado y haz con ella lo que quieras. Es un don que me viene tan grande, tan grande, que solo tú podrás llevarlo bien y hacer el bien. Yo, no. Porque, como nos dices: "Sin Mí no podéis hacer nada"; y como le dijiste a Santa Teresita: "Todo es Gracia". De modo que te doy mi libertad, y con ella mi amor, que es el de una bacteria comparada con el universo entero, tan pequeño, pero a tí te gustan las cosas pequeñas. La humildad es la verdad, y la verdad es que la libertad nos supera: tan inmensa y hermosa es, como tú mismo, que viendo mi libertad solo puedo ser muy humilde. Insisto, Dios, tómala con todo mi amor y haz lo que quieras.

Regalar la libertad de uno a Dios significa exactamente confiar en Él, abandonarse en Él, aprovechar Su fuerza y no la nuestra -que no la tenemos- y dejar que Él haga y deshaga a su gusto. Eso sí, sabiendo siempre que "todo coopera al bien de los que aman a Dios". Es decir, desde el más lejano quásar a la galaxia más próxima y la próxima tormenta solar, y el vacío cuántico, y el vuelo de aquel gorrión y la muerte de aquella anciana, y la fuerza de las aguas y el desvelo de una madre, todo, ahora, aquí, contribuye a ese bien que es tu designio.

"¿Libertad para qué?", dicen que preguntó Lenin.

Y tenía razón. No cabe duda de que los comunistas captaron, mucho más hondamente que los cristianos, el valor infinito de la libertad.

Por eso es tan triste y tan torpe encadenar la libertad a la voluntad. Todo lo que podemos, lo puede Dios en nosotros. Todo lo hemos recibido de Su Infinito Amor. Y, si todo lo recibimos de Él, ¿de qué presumimos? Él nos ha elegido sin mérito alguno por nuestra parte. ¿Juzgamos a aquel a quien no ha elegido, o juzgamos a aquel que será elegido en la hora undécima? ¿Pretendemos anticipar el plan de Dios? No sabemos si ese anticipo que nos parece bueno creará una explosión termonuclear en un sol lejanísimo, o un maremoto aquí en este planeta. ¿Acaso lo sabemos? ¿Tenemos la estúpida presunción de que sí lo sabemos?

Afortunadamente, Dios está al mando. Porque si lo estuviéramos nosotros… ¡Ay!

Libertad, sí, pero mucho cuidado: o es para Dios, o mejor pónganse a cubierto

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