Por esto llevamos la casulla azul
Cuando en el mundo católico se dijo “Amén”, en España se dijo: “¡Por fin!”

María, Madre de Dios
El documento acerca de la corredención de María no habla de prohibición del término sino de desaconsejado uso. Por eso podemos seguir defendiéndolo.
Para entender esto os cuento la historia del día en que España se peleó amablemente con Roma por defender que la Virgen María fue concebida sin pecado original. La historia del dogma de la Inmaculada Concepción. Con este dogma la Iglesia enseña que María desde el primer instante de su vida fue preservada del pecado original. Una gracia única, preparada por Dios en previsión de los méritos de Cristo.
Calma. No hay que escandalizarse de las discusiones teológicas, son normales. Durante siglos este dogma ya proclamado fue motivo de disputa entre teólogos. Los dominicos decían que no podía ser. Los franciscanos defendían que sí.
Mientras Roma dudaba en España ardía de fervor. Desde el siglo XIV el país entero fue progresivamente abrazando e intensificando la causa de la Inmaculada: procesiones, templos, juramentos, fiestas… El pueblo, las universidades y hasta los reyes: todos “inmaculistas”. Los sacerdotes españoles eran los grandes defensores de la Inmaculada Concepcion.
En 1616, el Papá Pablo V dictó desde Roma normas que impedían predicar o escribir sobre la Inmaculada Concepción sin permiso. España ignoró el silencio con devoción. El rey Felipe II, inmaculista, promovió que en universidades se defendiera públicamente la Inmaculada. Bajo su patrocinio España llenó sus cátedras, libros y retablos con esa devoción. En El Escorial, mandó colocar imágenes y altares dedicados a la Virgen Purísima. Tenía claro que María Inmaculada era la patrona espiritual de su imperio. Así promovió la siembra del amor a la Inmaculada Concepcion en el corazón de España y de ahí a América.
En 1617, las Cortes de Castilla dieron un paso insólito: juraron defender la Inmaculada Concepción, “hasta derramar la sangre si fuera necesario.” Ningún otro país lo hizo. Los embajadores y teólogos hispanos pidieron al Papa que definiera el dogma. Pero el Vaticano dudaba temiendo dividir aún más a la Iglesia entre dominicos y franciscanos. Era cuestión de prudencia en el gobierno.
En 1661, el Papa Alejandro VII dio un paso intermedio. Promulgó la bula Sollicitudo Omnium Ecclesiarum. En ella reconocía la doctrina como “piadosa y probable”, pero sin declararla dogma. A España le supo a poco. Durante dos siglos más, el mundo hispano siguió celebrando la Inmaculada. Era símbolo nacional:
“María Inmaculada, Patrona de España".
Finalmente el 8 de diciembre de 1854 el Papa Pío IX proclamó el dogma en la bula Ineffabilis Deus. El mundo católico dijo: “Amén”.
En España se dijo: “¡Por fin!”.Durante siglos España como nadie defendió el dogma con pasión y unidad. Mientras Roma dudaba prudentemente el pueblo sencillo había creído y celebrado.
De esta historia deriva que solo algunos sacerdotes en la Iglesia podemos vestir casilla azul en el altar. Este privilegio lo tenemos en España, en algunas tierras hispanoamericanas y lo tienen también los franciscanos. Lo concedió el Papa Clemente XI en 1708 como reconocimiento al amor hispano y franciscano por la Inmaculada Concepción.
Ese azul no es adorno, es símbolo de la victoria de María. Mientras Europa debatía el dogma, España lo celebraba y los franciscanos lo predicaban. Por eso el Papa nos permitió vestir el color del cielo en la liturgia. No os sorprendáis pues que tantos sacerdotes del mundo hispano defendamos y hagamos exégesis ahora de la corredención. Es normal. Como dije, de esto no se ha prohibido hablar. No es por desobediencia, es que corre por nuestra sangre un amor especial por dar la máxima honra a la Virgen María.
¡Viva la Madre de Dios!