De ese cura español que fundó los montes de piedad para prestar a los pobres
Sí señores, porque tal día como hoy pero del año 1739 moría uno de esos personajes cuyo nombre adorna las calles de tantas de nuestras ciudades y nadie sabe de quien se trata, aunque, como tan a menudo ocurre, se trate de uno de esos hombres de iglesia con los pies bien en la tierra y capaz de desarrollar una de esas obras cuya importancia transciende los tiempos y los espacios.
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Francisco Piquer Rodilla nace en Valbona, en la provincia de Teruel durante el año 1666. Hijo de José Piquer y de Úrsula Rodilla, y el menor de cuatro hermanos, Francisco queda pronto huérfano, pues apenas un año después de nacer él, moría su padre, lo que traería las lógicas dificultades a la familia. Tras ingresar en el Seminario de Teruel y luego en la orden de los franciscanos, obtiene plaza de capellán cantor contralto en el Convento de las Descalzas Reales, razón que le trae a Madrid, donde se instala en el Hospital de la Misericordia. Entra entonces en contacto con la amplia labor que contra la usura desarrollan sus hermanos franciscanos en Italia, mediante los montes de piedad, los "monti di pietà", para que los más necesitados, labriegos, pequeños artesanos, accedan a préstamos sin hacer frente a intereses exorbitantes y deshonestos, entre el 20 y el 200% entonces. Perusa, Mantua, Savona y Florencia son las primeras ciudades en disponer de los montes, todas ellas en el s. XV. Existen también algunos precedentes españoles de la obra de Piquer. En el año 1550, en la localidad palentina de Dueñas, Fadrique de Acuña, Conde de Buendía, aporta 300 ducados para préstamos. En 1636, Agustín Daza, deán y canónigo de la catedral de Segovia y secretario del Rey Felipe IV, impulsa una nueva institución con parecida finalidad en el monasterio de San Francisco en Cuéllar, provincia de Segovia. El mecanismo del préstamo es muy sencillo. Se trata de un crédito prendario o pignoraticio, en el que la garantía que el prestatario entrega al prestamista para que éste desembolse el dinero es una "prenda", a saber, un objeto mueble de valor similar a los fondos liberados, el cual queda depositado como garantía de que la deuda será repuesta. Si el prestatario no realiza la devolución en el plazo acordado, la prenda se vende o se subasta, para que la entidad recupere el crédito otorgado. En 1515, el Concilio de Letrán aprobará que se pueda añadir un pequeño interés en el préstamo, necesario para poder mantener el sistema. En cuanto a los fondos para desarrollar la actividad, acostumbraban a provenir de alguna o todas estas tres fuentes: el gobierno de las ciudades donde radica el monte, aportaciones privadas y/o colectas realizadas con la expresa finalidad.
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