De nuestro sufrido ángel de la guarda: una reseñita de regalo en el día de su fiesta, que es hoy
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Monumento al Angel de la Guarda en el Cementerio de Comillas. Si el pasado día 29 de septiembre hemos celebrado a los siete arcángeles que tienen la visión de Dios, bien que, como ya hemos tenido ocasión de conocer (pinche aquí si no lo recuerda), sólo tres de ellos tengan nombre en el cristianismo, Gabriel, Miguel y Rafael, hoy celebramos a unos angelitos más domésticos, más de andar por casa, muy cercanos, y de los que tanto se ha escrito: los santos ángeles custodios, el ángel de la guarda, para que nos entendamos. La idea de seres espirituales o ultramundanos que velan por la seguridad terrenal de los seres humanos es una idea antigua en el mundo de las religiones. En el paganismo la encontramos en los escritos de Menandro (342-292 a.C.), Plutarco (h. 50-h. 120) o Plotino (205-270). Entre los babilonios, las Crónicas de Babilonia que relatan el reinado de Nabopolasar (m. 605 a. C.), padre de Nabucodonosor, conquistador de Jerusalén, recogen esta afirmación de su protagonista: “Él [el dios Marduk] envió una deidad tutelar de gracia [¿ángel de la guarda?] para ir a mi lado; en todo lo que yo hice, él hizo que mi trabajo tuviera éxito”. Y desde luego, con una morfología muy concreta cual es la de ángel, forma parte dicha idea del depósito de la fe del cristianismo, con alguna expresión magisterial muy clara, como por ejemplo, la contenida en el Catecismo de la Iglesia Católica de 1992, en el que podemos leer: “Desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión [de los ángeles]” (núm. 336) ¿Forma parte dicha creencia del acervo judío, y en consecuencia precristiano, de nuestra religión? Probablemente sí, pero en parte, sólo en parte. Y es que la sola existencia de los ángeles, cuanto más la de ángeles que velan por la seguridad de los hombres, es objeto de controversia entre los judíos contemporáneos de Jesús, como nos informa Flavio Josefo, quien diferencia a los fariseos de los saduceos, entre otras cosas, precisamente porque mientras aquéllos creen en los ángeles, éstos no.
Y sin embargo, en el mismo Antiguo Testamento existen menciones que permiten atisbar la creencia judía de que los ángeles auxilian a los seres humanos. Sólo a modo de ejemplo, en el Libro primero de los Reyes encontramos este relato de lo acontecido al profeta Elías: “Anduvo por el desierto una jornada de camino, hasta llegar y sentarse bajo una retama. Imploró la muerte y dijo: «¡Ya es demasiado, Yahvé! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres!» Se recostó y quedó dormido bajo una retama, pero un ángel le tocó y le dijo: «Levántate y come.» Miró y a su cabecera había una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a recostar. El ángel de Yahvé volvió segunda vez, lo tocó y le dijo: «Levántate y come, pues el camino ante ti es muy largo.» Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb” (1Re. 19, 3-8) En el libro de los Salmos, encontramos éste muchas veces invocado para defender la presencia del ángel de la guarda en el Antiguo Testamento: “Tú que dices: ‘Yahvé es mi refugio’, y tomas a Elyón por defensa. El mal no te alcanzará, ni la plaga se acercará a tu tienda; que él ordenará a sus ángeles que te guarden en todos tus caminos. Te llevarán ellos en sus manos, para que en piedra no tropiece tu pie; pisarás sobre el león y la víbora, hollarás al leoncillo y al dragón” (Sl. 91, 913) Aunque quizás ésta que hallamos en el libro de Job sea la más clara de todas: “Mas si tiene un ángel de su parte, un mediador entre mil, que recuerde al hombre su deber, que se apiade de él diciendo: ‘Líbrale de bajar a la fosa, que he encontrado rescate por él’” (Jb. 33, 23-24) En el Nuevo Testamento, en el que la presencia de los ángeles es omnímoda, también se pueden encontrar referencias que se relacionan estrechamente con la del ángel de la guarda. Muchas en el caso de Jesús, a quien los ángeles acompañan en todos los momentos decisivos de su vida, su nacimiento, las tentaciones en el desierto, la oración en el huerto… No digamos en el de su padre “en la tierra”, José, un verdadero especialista en el diálogo con los ángeles... Pero también en el caso de los personajes que no son ni Jesús ni su familia.
Así por ejemplo, en los Hechos de los Apóstoles cuando Pedro escapa de la prisión en la que le había recluído Herodes Agripa gracias precisamente a la acción de un ángel que no tiene porqué ser precisamente “su” ángel de la guarda. Pero cuando buscando refugio lo halla en casa de María, la madre de Marcos en quien muchos ven al evangelista de ese nombre, vean Vds. lo que ocurre: “Llamó él a la puerta del vestíbulo y salió a abrirle una sirvienta llamada Rosa; quien, al reconocer la voz de Pedro, de pura alegría no abrió la puerta, sino que entró corriendo a anunciar que Pedro estaba a la puerta. Ellos le dijeron: ´Estás loca´. Pero ella continuaba afirmando que era verdad. Entonces ellos dijeron: ‘Será su ángel’” (Hch. 6, 1215).
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