Defender la vida, salvar el alma
En medio de discursos que relativizan el derecho a la vida y lo reducen a un cálculo político, miles de personas trabajan cada día para acompañar a las madres, proteger a los no nacidos y defender la dignidad humana. Este artículo celebra su entrega y recuerda que la verdadera libertad empieza cuando elegimos amar.
Reconocimiento especial
En este camino de compromiso silencioso y defensa de la dignidad humana, quiero rendir un especial homenaje a Manuel Fernández, por todos conocido como Manolo Provida, de Mairena del Alcor, recientemente fallecido. Su vida fue un testimonio de entrega incansable en favor de los más vulnerables. Con valentía, constancia y una profunda fe en el valor de cada ser humano, dedicó su tiempo y su corazón a acompañar, proteger y defender la vida. Su ejemplo permanece vivo como inspiración para quienes continúan esta misión. Su recuerdo no es solo memoria: es impulso.
En el primer artículo hablábamos del valor de vivir, de cómo cada vida humana, desde su inicio hasta su final natural, tiene una dignidad que nadie puede otorgar ni quitar. Hoy damos un paso más: queremos mirar a quienes hacen posible que esa vida se mantenga en pie, especialmente cuando se encuentra en riesgo.
Médicos, voluntarios, madres valientes y organizaciones de la sociedad civil son los guardianes silenciosos del derecho más elemental: el derecho a la vida. En un mundo donde este derecho se discute, se relativiza o se usa como herramienta política, defenderlo se convierte en un acto de amor, de coherencia y de esperanza.
Cuando el apoyo llega a tiempo
Hay mujeres que viven su embarazo con miedo. Miedo a la soledad, a la falta de recursos, a la presión social o familiar. Ante ellas, surgen personas y organizaciones que ofrecen algo más que palabras. Ofrecen tiempo, acompañamiento y ayuda concreta.
Allí donde el sistema falla, llegan personas que escuchan, que acogen, que dan esperanza. Brindan atención médica, asesoramiento legal, apoyo psicológico, vivienda o recursos básicos. Pero sobre todo, les recuerdan a esas mujeres que no están solas.
Gracias a ese acompañamiento, miles de niños han nacido y miles de madres han descubierto que su fuerza era mayor que sus miedos. Han comprendido que la maternidad no las limita, las engrandece; que decir “sí” a la vida no es una condena, sino una victoria del amor sobre el temor.
Sin embargo, en varios países, entre los que se incluye España, se están promoviendo leyes que buscan penalizar o restringir la labor de estas organizaciones. Se acusa a sus voluntarios de “coaccionar” a las mujeres solo por ofrecer información o apoyo emocional. Paradójicamente, en nombre de la libertad, se intenta silenciar la ayuda que nace del amor. Esta criminalización del acompañamiento es una señal alarmante: cuando una sociedad castiga la compasión, está perdiendo –o ya ha perdido– su rumbo moral.
Médicos que honran su vocación
También hay médicos que, en medio de un entorno cada vez más hostil, siguen fieles a su conciencia. Profesionales que saben que la verdadera medicina no elimina la vida, sino que la cuida y la acompaña.
Muchos de ellos afrontan presiones o leyes que intentan obligarlos a actuar contra su ética. Sin embargo, continúan defendiendo la dignidad humana desde su consulta, con cada gesto, con cada decisión.
Cada vez que un médico escucha el latido de un corazón en la ecografía, está escuchando la voz de la vida. Cada vez que sostiene a una madre en un embarazo difícil, reafirma que la ciencia y la
conciencia no pueden separarse. Defender la vida no debería ser un acto de resistencia, pero hoy lo es. Y su fidelidad silenciosa es un faro que ilumina.
El derecho a la vida no se vota
El derecho a la vida no se otorga ni se quita: se reconoce. Es el cimiento sobre el que descansan todos los demás derechos. Sin él, la libertad se convierte en una palabra vacía.
Por eso duele ver cómo este derecho se usa como instrumento político. Unos lo utilizan para movilizar a sus bases; otros lo ignoran por conveniencia. En medio de ese juego, la mujer y el no nacido se convierten en piezas de un tablero ideológico.
A la madre se la presenta como enemiga de su hijo. Al hijo, como un obstáculo para la libertad. Y a la sociedad, se le ofrece una solución falsa: eliminar al más débil. Pero la auténtica justicia no suprime al inocente, sino que lo protege. No enfrenta a madre e hijo, los une.
La ciencia muestra lo que el corazón ya sabía.
Las ecografías 3D y 4D nos han permitido ver lo que durante siglos solo podíamos imaginar. Hoy observamos cómo el bebé se mueve, sonríe o se lleva el pulgar a la boca dentro del vientre materno.
Cuando la madre espera con ilusión, esas imágenes se comparten, se enmarcan, se celebran. Pero cuando el embarazo es visto como un problema, se evita mirar. Sin embargo, la realidad no cambia: es el mismo niño, con su ADN único, con su historia ya comenzada.
La ciencia, una vez más, da testimonio de la verdad. No se trata de “una potencial vida”, sino de una vida con potencial. Y frente a esa evidencia, cada corazón humano se conmueve, porque la verdad se impone con la fuerza de lo evidente.
Elegir la vida es elegir el amor
Defender la vida no es una postura política: es una actitud espiritual. Es afirmar que toda persona tiene valor, que ninguna vida es un error, que cada ser humano tiene un lugar en elcorazón de Dios.
Cuando una mujer, en medio de sus miedos, dice “sí” a su hijo, está afirmando el poder del amor sobre el dolor. Cuando un médico actúa según su conciencia, está dando testimonio de la verdad. Cuando una comunidad acompaña, sostiene y acoge, está mostrando que es una sociedad con alma.
Una sociedad sin alma puede tener leyes, tecnología y poder, pero pierde su humanidad. El alma de un pueblo se mide por cómo trata a los más débiles, por cómo acoge a quien sufre, por cómo protege la vida que nace y la vida que envejece.
Cuando una nación olvida su alma, convierte a las personas en números, a los hijos en problemas y a la compasión en un gesto opcional. Pero cuando una sociedad reconoce la dignidad de cada ser humano mantiene viva su alma. Y sin alma, ninguna sociedad puede perdurar.
La vida es un don, no una carga. Cuidarla, protegerla y celebrarla es la forma más alta de gratitud. Frente a la cultura del descarte, los cristianos estamos llamados a ser testigos de esperanza.