El cristianismo no es costumbre, sino...
Desde el principio, y esto es tremendamente llamativo, el cristianismo ni se relacionó ni se encuadró entre las religiones de su tiempo. No se concebía a sí mismo como una religión, sino que buscó el diálogo y la relación con la filosofía, ya que se concebía a sí mismo como "filosofía". ¿Cuáles eran las diferencias para que el cristianismo hiciese una opción así?
Las religiones de aquel tiempo eran un culto exterior, unos sacrificios rituales, vinculados a la vida del propio Estado. En nada incidían en la vida ni había una componente existencial: entraban en el marco de lo político, de la res publica, garantizando el orden social. Tampoco tenían nada que ver ni con la verdad ni con Dios mismo, pues el panteón admitía absolutamente todo en igualdad de condiciones. Estaba, pues, más relacionado con la costumbre social que con la verdad de la adoración. La filosofía, por el contrario, marcaba el estilo de vida del filósofo que vivía buscando la Verdad, con una ética concreta. Su discurso estaba marcado por la razón y el diálogo. Aquí el cristianismo encontró un camino trazado: el Logos era Jesucristo, el diálogo era la controversia razonable para buscar la Verdad, y aquí los seguidores de quien es la Verdad desarrollaron su acción. El componente ético, elevado, de los filósofos, con un peculiar estilo de vida cuadraba más con lo nuevo del cristianismo: éste era la verdadera filosofía y enseñaba un modo elevado, moral, de vivir. El cristianismo, profundamente razonable -no racionalista, no confundamos-, dialoga o puede dialogar con quienes buscan la Verdad mediante la razón. Es el diálogo fe y cultura, o, dicho de otra manera, el diálogo con nuestro mundo para mostrarle a quien es la Verdad, el Camino, la Vida. El cristianismo ni es costumbre ni son ritos religiosos vacíos en un orden social, sino la Verdad entrando en la historia. Un párrafo antológico, realmente hondo y yo diría que revolucionario ante los fideístas y ante el pensamiento post-moderno ilumina esta reflexión de manera potentísima:
Por eso hemos de considerar el diálogo de la Iglesia con el mundo de la cultura y del pensamiento como un elemento de primera urgencia, tanto para comprender el fin de la misma teología como para un recto concepto de "pastoral" en la vida hoy de la Iglesia.
Toda esta cuestión ya fue tratada por Ratzinger años atrás, como uno de los puntos constantes de su reflexión teológica. Ante un cristianismo que se vuelve costumbre, algo externo a uno con ribetes culturas (o folclóricos), o ante un cristianismo secularizado que se convierte en sentimiento privado y cálido, o ante un cristianismo en su versión secular que lucha por una ética social y justa como un humanismo ideologizado, ante estas reducciones del cristianismo, es bueno volver a su núcleo fundamental, la Verdad que es Cristo, y que encauza la vida de otro modo, nuevo, razonable, bello, verdadero, bueno.
Como el cristianismo es así, el diálogo con la cultura y el pensamiento es una tarea normal de su propio ser sin cerrarse ni a la razón ni a la cultura. Salvará así a la propia razón que, en la cultura post-moderna, es una razón débil, considerada incapaz de descubrir y llegar a la Verdad instalándose en sí misma, adaptándose al relativismo.
Aparentemente esta catequesis puede parecer elevada y alejada de cosas prácticas pastorales y de vida espiritual. Si la releemos varias veces y la pensamos sacando sus consecuencias, veremos que está realmente relacionada con la vida de la Iglesia y la existencia del cristiano en el mundo.