Religión en Libertad

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En ocasiones, los esquemas de las religiones se infiltran en nuestra mentalidad casi sin darnos cuenta. Más aún, si lo mezclamos con el moralismo reinante, hablando de "valores". Esto nos influye hasta el punto de vivir muchas veces con una angustia que no sabemos expresar: tenemos que ser buenos para que Dios nos quiera, porque si no nos puede castigar o nos puede rechazar. Se disparan los niveles de exigencia personal, se vive con un cierto terror a Dios.

Pero es que el proceso es, justamente, al contrario. Dios nos ama porque Él es Amor y al amarnos nos va transformando en buenos y virtuosos. Su Amor es transformador, su Amor es absolutamente gratuito. Ya no se trata de que nos ame porque somos buenos (¡que no lo somos!), sino porque Él es Bueno, el único Bueno. Ser amados por Dios responde a la gratuidad de Dios, no a nuestros méritos.

Escribía Ratzinger en "Ser cristiano":

"Él no nos ama porque seamos particularmente buenos, particularmente virtuosos, particularmente meritorios, porque seamos de algún modo útiles o necesarios para él. Nos ama, no porque seamos nosotros buenos, sino porque él es bueno. Nos ama aunque no tengamos nada que ofrecerle; nos ama aunque nuestro vestido sean los harapos del hijo perdido, que no lleva consigo nada digno de ser amado".

¡Cómo cambia todo entonces!

La pregunta moral para el cristiano ya no es qué tengo que hacer, sino quién tengo que ser. Se abre entonces el panorama de la libertad y del amor en respuesta a Jesucristo y a su seguimiento, el conocimiento interno del Señor, mi respuesta de amor a Cristo que va transformando la vida, haciéndola buena, verdadera, bella.

La vocación es el amor, la respuesta la adhesión a un Amor mayor; la moral, el resultado del Amor de Cristo en mí, un amor que es incondicional.

Porque Él es Bueno me ama, no porque yo sea Bueno y tenga miedo de Dios.

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