¡No olvidemos a la Madre de Dios!
Es constante la presencia de la Virgen María en el ciclo natalicio, y ella misma es celebrada como Madre de Dios, en el rito romano, con la fiesta del 1 de enero.
La Virgen Santísima es mencionada en las lecturas evangélicas, en algunas oraciones colectas, en los himnos litúrgicos, en las antífonas del Benedictus y del Magníficat y en algunas preces del Oficio de Laudes y Vísperas. ¡Es un tiempo santo donde reconocemos en ella a la zarza ardiente de Moisés que arde sin consumirse, como María, que conserva intacta su virginidad siendo al mismo tiempo Madre de Dios.
La consideración mariana de este tiempo nos la ofrece el gran papa Pablo VI en la Marialis cultus (¿por qué no releerla?)
"El tiempo de Navidad constituye una prolongada memoria de la maternidad divina, virginal, salvífica, de aquella que, conservando intacta su virginidad, dio a luz al Salvador del mundo; efectivamente, en la solemnidad de la Natividad del Señor, la Iglesia, al adorar al divino Salvador, venera a su Madre gloriosa; en la Epifanía del Señor, al celebrar la llamada universal a la salvación, contempla a la Virgen, verdadera Sede de la Sabiduría y verdadera Madre del Rey, que ofrece a la adoración de los Magos el Redentor de todas las gentes; y en la fiesta de la Sagrada Familia (domingo dentro de la Octava de Navidad), escudriña con veneración la vida santa que llevan en la casa de Nazaret Jesús, Hijo de Dios e Hijo del hombre, María, su Madre, y José, el hombre justo.
En la nueva ordenación del período natalicio, nos parece que la atención común se debe dirigir a la renovada solemnidad de la Maternidad de María; ésta, fijada en el día primero de enero, según una antigua sugerencia de la liturgia de Roma, está destinada a celebrar la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y a exaltar la singular dignidad de que goza la Madre santa, de quien hemos recibido al Autor de la vida; y es, asimismo, ocasión propicia para renovar la adoración al recién nacido Príncipe de la Paz, para escuchar de nuevo el jubiloso anuncio angélico, para implorar de Dios, por mediación de la Reina de la Paz, el don supremo de la paz. Por eso, en la feliz coincidencia de la Octava de Navidad con el principio del nuevo año, hemos instituido la “Jornada mundial de la Paz”, que goza de creciente adhesión y que está haciendo madurar frutos de paz en el corazón de tantos hombres”.
(PABLO VI, Marialis Cultus, nº 5)