Religión en Libertad

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Querido Teófilo,

inicio hoy mi correspondencia epistolar contigo. Agradezco a Alex del Rosal -fundador, inspirador y sostenedor de este portal-, por animarme a colaborar.

Es mi propósito escribirte una carta al mes. Y quisiera que el tono sea más familiar que formal. Y, sobre todo, personal. Dirigida a Ti, en particular…. y no a un “vosotros indeterminado”. Por ello, creo conveniente que nuestra comunicación sea un tanto íntima. Además, otra razón se añade. Y es que trato de fomentar la vieja costumbre -hoy tristemente arrinconada- de escribir a un amigo.

Al ser toda carta personal y como no sabía de qué modo llamarte, me acordé del Prólogo del Evangelio de San Lucas, en el que el evangelista se dirige al "ilustre” Teófilo (en otras traducciones se dice “óptimo”) para decirle: “…después de investigarlo todo diligentemente desde el principio he resuelto escribírtelo por su orden, oh, ilustre Teófilo” (Lc 1, 3.). Los escrituristas sostienen, de forma mayoritaria, que el personaje no es real, no es un amigo o conocido de Lucas, sino que quiere representarse en él, a todo hombre que ama a Dios, de acuerdo con la etimología de este nombre griego. Teo es Dios y filo designa a quien ama. En ese mismo significado, me ha parecido bien, que Teófilo sea tu nombre.

Esta primera carta pretendo que sea una epístola cargada de esperanza, en este Jubileo que ha convocado el Papa Francisco bajo el lema “Peregrinos de esperanza”. Bien necesitamos todos -en estos momentos tan convulsos que estamos sufriendo-, una fuerte dosis de esta virtud teologal, revestida de alegría y tranquilidad. De acuerdo con este ánimo me propongo hablarte del cielo.

Los comerciantes de nuestro mundo -nunca el mundo tuvo tantos mercaderes y tantos ansiosos destinatarios de sus mercaderías- ofrecen el "paraíso" a través de playas, bebidas, coches, viajes o barcos. Una botella de ron, un coche fantástico, una playa solitaria o un perfume embriagador son presentados como trozos de cielo y hasta ¡como el mismo cielo!

Es un "cielo", que se vende por unas monedas. Un "cielo" a través de placeres y sensaciones. Pero ese "cielo" defrauda, porque es un falso “cielo” pues, de satisfacer algo, solo agrada en la espera, ya que en el momento que se entra en su goce… pronto se comprueba “que no es para tanto”. Y la persona entonces comprende que los vendedores y voceadores le han engañado. A pesar de tanta promesa y de tanta ilusión en la espera, cuando llega… no llena. E incluso, a veces, la dicha esperada tiende a convertirse en desdicha. El hombre ha puesto excesiva esperanza en su goce y, sobre todo, ... se ha confundido de cielo.

Los cristianos -y, en general, todos los creyentes- tenemos un cielo. Es el único cielo, el verdadero, el que llena toda ansia de dicha y descanso. El que da paz y felicidad el que es para siempre. En ese cielo, ¡si se puede confiar y esperar con certeza!

Todo lo que tú imaginas, y aún más, es el cielo que te espera. Así, el cielo, en parte, podrá ser: como un gozoso “camino de Santiago” que se recorre sin cansancio y que nunca se acaba; como el batir de las olas oído a lo lejos; como el repicar de campanas en la montaña; como el ¡ay! de una saeta, mantenido sin aliento; como un olor, que embriaga, a romero y azahar; como una cena de Nochebuena con todos los tuyos y con ese vino que alegra la mesa; como un gozoso paseo esponsal, sin prisa y sin rumbo, con quien has querido compartir toda tu vida; como una Biblioteca que nunca se cierra; como una sinfonía de Mozart o una cantata de Bach; como un cuarto de estar con muchos juguetes; como una Liga que gana tu equipo; como una gaita quejumbrosa y melosa; como una escalada gozosa en la que, desde el comienzo, ya estás en la cima… pero que, sin embargo, continúas subiendo; como una sobremesa apacible, con dos amigos entrañables, que se alarga y se alarga; como ese pastel, o ese helado, que tanto le gusta y que, por más que lo comes, no te empalaga.

Y es que el cielo será, en parte, lo que más te gusta. La única dicha, sin sombra de desdicha. Aquí en esta tierra -tú lo sabes- la felicidad nunca es completa, siempre hay un motivo para el dolor, la tristeza o la preocupación. Aún en los momentos más felices, siempre planea una sombra de temor… aunque solo sea el miedo de perder esa dicha.

Todas las dichas son pasajeras, están condenadas a terminar y ello ensombrece el disfrute. Pero el cielo de los cristianos es eterno… para siempre, para siempre. Del cielo verdadero, inefable por excelso, se nos dice: "...ni ojo vio, ni oído oyó, ni llega a imaginarse en corazón del hombre, lo que Dios tiene preparado para los que le aman". (1 Co 2, 9).

En el cielo colmarás tus infinitas ansias de felicidad. Y no solo por todos esos momentos y aquellos motivos que te dan felicidad aquí en la tierra, sino por algo -mejor Alguien-, que es lo único, el Único, que, de verdad, de “verdad de la buena”, puede hacerte feliz. Y es el abrazo infinito y perenne de Tu Padre Dios, que creó el cielo para Ti. Para que goces en su presencia y te sientes a Su mesa, esa que te ha preparado desde la eternidad: “Venid benditos de mi Padre heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”. (Mt 25, 34). Ese cielo es para los que han amado a Dios, y por Él, han querido amar a sus hermanos. Por ello, está al alcance de todos.

Cuando te sientas cansado, cuanto te fallen las fuerzas y te agote el camino, cuando te encuentres con el sufrimiento y te agobie la tribulación, cuando flaquee tu ánimo y te invada la preocupación, piensa en el cielo y te verás reconfortado. Comprobarás que todo esfuerzo es poco, que vale la pena, pues el Señor pagará tu amor, con Su Amor.

El cielo es para todos, tanto para los que hayan amado desde la primera hora, como para los últimos, aquellos que se acerquen a Dios al final de su vida. Así se expone, en la celebérrima parábola de los jornaleros: “A la caída de la tarde le dijo el amo de la viña a su administrador: `Llama a los obreros y dales el jornal, empezando por los últimos hasta llegar a los primeros´. Vinieron los de la hora undécima y percibieron un denario cada uno…” (Mt 20, 1-16).

No creas que es innoble pensar en el premio. Así lo manifiesta, en primera persona, San Pablo cuando recapitula y se siente seguro al decir: “he terminado la carrera, he conservado la fe… me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor…”

(2 Tim 4, 7 y 8)

Es la gloria para los que han querido entrar en ella. Es la caricia amorosa de ese Dios que estrecha en sus brazos a su hijo peregrino en la tierra. Es la meta; es la Patria; es la Casa del Padre que aguarda.

Ya sé que es más puro ese “amor” que no espera nada más que alcanzar al “Amor”. Como dice el poeta: "no me mueve mi Dios para quererte, el cielo que me tienes prometido... ", pero de ese Amor absolutamente puro te hablaré, querido Teófilo, en otra carta. En ésta, quiero insistirte en que no te engañen y no te confundas de cielo. Añora, con toda tu alma, el cielo que Él nos promete, en el serás plenamente feliz.

Tuyo. Que Dios te guarde,

Federico Fernández de Buján

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