Viernes, 19 de abril de 2024

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Todo sobre la pandemia de 1918, mal llamada “gripe española”

por En cuerpo y alma

 

            En los días difíciles que vivimos en los que la especie humana se prepara para afrontar la más grave epidemia global producida en el último siglo, un precedente preclaro que cumple por estas fechas precisamente cien años se nos viene a muchos a la cabeza casi sin querer: nos referimos, claro está, a la que pasa a la historia como epidemia de la gripe española, que otros llaman con mayor justicia “pandemia de 1918”

 

            Algunas cifras

            La llamada, mal llamada como veremos, “gripe española”, es una enfermedad convertida en epidemia y luego en pandemia que atacó al ser humano entre los años 1918 y 1920, cuando el mundo se debatía en el terrible conflicto de la Primera Guerra Mundial. Va a ser tan letal que producirá una cifra total de víctimas la cual alcanza los 50 millones de personas sobre una población total de unos 1.800 millones, lo que quiere decir que afectará mortalmente a un 3% de la población mundial.

            En términos absolutos, esos 50 millones constituyen la cifra de mortandad más grande producida en la historia por una enfermedad, si bien en términos relativos dista mucho de ser la mayor, pues la peste negra de 1348 costó la vida, según se acepta generalmente, a más de un tercio de la población europea, bien que hablamos, eso sí, de una población muy inferior: en total, unos 25 millones de muertos sobre una población de 75.

            La mortandad de la gripe española ascendió a un porcentaje de entre un 10 y un 20% de los afectados, lo que quiere decir que finalmente, padeció la enfermedad, no necesariamente seguida de muerte, una cifra entre un tercio y la mitad de la población mundial, de 600 a 900 millones de personas.

            Otra estadística que da cuenta de la terrible mortandad de la llamada “gripe española” es que costó la vida, en un solo año, a cinco veces más personas que la propia Guerra Mundial, en cuyo período final se desarrolló, en cinco años. 50 millones de víctimas de la gripe entre 1918 y 1919, frente a 10 millones de víctimas de la guerra entre 1914 y 1919. Es decir, una mortandad relativa 25 veces superior a la de la propia guerra que, a su vez, había sido el más mortífero conflicto armado de la historia.

 

            Origen, expansión y declive

            El origen de la infección tuvo lugar en Estados Unidos. El primer caso se observó en Fort Riley (Kansas) el 4 de marzo de 1918. Tradicionalmente se considera el primer enfermo al cocinero del fuerte Gilbert Mitchell, aunque sólo horas después ya se contabilizaban decenas de casos. Si bien otras investigaciones afirman que ya se habían detectado brotes virulentos de la gripe meses antes en casi todos los cuerteles norteamericanos habilitados para enviar soldados a Europa en lo que constituye la participación estadounidense en la Primera Guerra Mundial. A estos primeros casos anteriores al de Kansas se les llama “la oleada heraldo”, es decir, la oleada “anunciadora”.

            La epidemia será tan grave que, según parece, Estados Unidos llegará a plantearse su participación en la guerra, si bien finalmente desestima la idea de no participar. De hecho, una de las ilustres víctimas de la pandemia es el que luego será el más duradero presidente norteamericano de la historia y artífice de la participación estadounidense en otra Guerra Mundial, la Segunda, Franklin Delano Roosevelt.

            Exportada la epidemia a Europa por los soldados norteamericanos, los primeros casos europeos se producen en Francia, concretamente en Brest, puerto al que llegan de forma masiva los ejércitos yankees, y de donde pasa al Reino Unido, después a Italia, después a Alemania, y por último, a España, un país que, no se olvide, no participaba en la conflagración.

            El pico de la epidemia se produce en 1918, y más concretamente en sus últimos cuatro meses. En 1919 será ya menos virulenta, y en 1920, aunque se detecta un repunte, declina definitivamente.

            Indudablemente, el hecho de hallarse el mundo en guerra influirá de manera decisiva en la importante difusión de la enfermedad. Primero, como es fácil comprender, por las condiciones higiénicas y sanitarias impuestas por la propia guerra y el desplazamiento de los recursos financieros y de cualquier otro tipo desde la sanidad pública hacia el esfuerzo militar. Pero también y no menos, por el movimiento demográfico sin precedentes que la guerra propició. Nacida como lo fue en Estados Unidos, sin el desplazamiento de millones de soldados norteamericanos a Europa la epidemia no habría viajado ni se habría diseminado a la velocidad y con la intensidad con las que lo hizo.

 

            La enfermedad

            Los síntomas de la dolencia van a ser los siguientes: pupilas dilatadas, fiebre superior a los 39, pulso superior a las 140 pulsaciones por minuto, respiración rápida, agotamiento extremo, exceso de líquido en los pulmones a partir de la cuarta hora... La muerte, cuando se producía, era rápida, sobreviniendo entre las 24 y las 48 horas de los primeros síntomas.

            Un rasgo característico de la gripe de 1918 es que va a afectar de una manera muy especial no sólo a los colectivos tradicionalmente más frágiles, recién nacidos, niños y ancianos, sino también a la población juvenil, la más resistente por lo general.

 

            Tratamientos aplicados

            El combate contra la epidemia lo va a realizar básicamente la propia naturaleza humana, mediante un proceso de autoinmunización que se desarrolla muy pronto y que, según se cree, está vigente en la actualidad, lo que quiere decir que un nuevo ataque hoy del mismo virus no tendría las mismas consecuencias que tuvo en 1918. De hecho, la no tan lejana gripe de 2009 parece que estuvo emparentada con la de 1918.

            Pero lo cierto es que es muy poco lo que la medicina pudo hacer contra la gripe de 1918. Se la intentó combatir a base de aspirina, el compuesto de ácido acetilsalicílico sintetizado por el alemán Felix Hoffmann veinte años antes, en 1897, si bien parece que la utilización del fármaco pudo ser hasta contraproducente por sus efectos antiagregantes, es decir, tendentes a dificultar la agregación plaquetaria y con ella la cicatrización y el fin de la hemorragia, que es justamente el efecto que la convierte en particularmente adecuada para la prevención de otras enfermedades como notablemente las de tipo cardiovascular.

            Se utilizaron también otros recursos, desde el antiguo arte de sangrar a los pacientes hasta la administración de oxígeno. Se intentó desarrollar sueros contra neumococos y hasta se realizaron las primeras transfusiones de sangre desde pacientes recuperados hacia nuevas víctimas, un procedimiento que cabe definir como muy innovador y realmente avanzado, cuya utilización es frecuente incluso en la medicina moderna. Recordemos que la última irrupción de ébola hace sólo unos pocos años fue combatida, allí donde se pudo, precisamente de esta manera.

            Por otro lado, en 1918 se estaba muy lejos de conocer nada parecido a una vacuna antigripal. Aunque la primera vacuna, -contra la viruela, como se sabe-, la descubre Jenner en 1796 y gracias a la Filantrópica Expedición de la Vacuna promovida por los españoles Balmis y Salvany y financiada por Carlos IV en los primeros años del s. XIX se desarrolla muy pronto y de forma muy eficaz, lo cierto es que la primera vacuna contra la gripe no se desarrolla sino en 1938, en que lo hacen los científicos norteamericanos Jonas Salk y Thomas Francis. Las primeras campañas masivas de vacunación contra la gripe se desarrollarán precisamente sobre el colectivo de soldados norteamericanos enviados a combatir en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.

            Sin embargo, si se había superado ya el concepto de “miasma” o conjunto de emanaciones fétidas de suelos y aguas como causa de la enfermedad, que fuera la única aproximación más o menos científica que se hiciera durante las grandes epidemias de peste de los siglos XIV en adelante, y se era muy consciente de la importancia de los contagios a través, por ejemplo, de la saliva. A la población se le pidió reiteradamente que evitara las grandes concentraciones en locales cerrados, que extremara la limpieza y ventilación de las casas y la higiene personal. No faltaron charlatanes que atribuyeran al tabaco o al alcohol efectos terapéuticos, los cuales fueron, sin embargo, severamente combatidos desde la medicina tradicional.

 

            ¿Gripe española?

            España, que como ya se ha dicho, no estaba involucrada en la guerra, no censuró en los medios de comunicación la información sobre la enfermedad, siendo el único país en actuar así en todo el mundo, lo que se convertirá a la larga en la razón por lo que ésta acabó recibiendo el ominoso nombre de “gripe española”. Un nombre a todas luces injusto, no sólo porque como hemos visto, la epidemia no nació en nuestro país, sino porque en España, gracias a no participar en la guerra y gracias a la abierta y correcta gestión sanitaria llevada a cabo, produjo una mortandad muy inferior a la que produjo en el resto del mundo.

            Los muertos en España por la gripe que lleva su nombre se estiman en unos 250.000 sobre un universo de 18 millones de personas, lo que equivale a un 1,4% de la población. Ese índice es justo la mitad del que se produjo a nivel mundial, con 50 millones de muertos sobre una población de 1.800 millones, un 2,8%.

            Aunque es el que finalmente se ha impuesto y por el que es conocida, transmitiendo en el subconsciente colectivo una responsabilidad en la pandemia que en modo alguno correspondió a España, el de “gripe española” no es el único nombre con el que la enfermedad será conocida. En España se la llamó “la gripe europea”, y de manera jocosa, también “el soldado de Nápoles”, por ser tan pegadiza como la pieza de la zarzuela “La canción del Olvido” del Maestro Serrano, estrenada también en 1918. Los más ecuánimes hablan de la “pandemia de 1918”. Se le llama también de un modo un tanto genérico IAV, acróstico del inglés “Influenza A Virus”, “gripe por virus A” en español, y de manera más específica, “influenza A H1N1 de 1918”. “Pandemia de 1918” es el que mejor la describe y el que mejor nos puede ayudar a conocerla, analizarla, investigarla y combatirla.

           Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

 

            ©L.A.

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