Jueves, 25 de abril de 2024

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Mi querido Palafox

Mi querido Palafox

por Sólo Dios basta

Hace 10 años, el que fuera obispo de El Burgo de Osma a mediados del siglo XVII, llega por fin a ser proclamado beato. Su causa de canonización es una de las que más se ha prolongado a lo largo de la historia. Juan de Palafox y Mendoza es beatificado en la catedral de El Burgo de Osma el 5 de junio de 2011.

En aquellos momentos el que escribe estas líneas todavía no había sido ordenado sacerdote. Iba a participar como acólito en la celebración, pero debido a un acontecimiento familiar tengo que renunciar a este sueño de estar presente en la beatificación de este gran obispo del que tanto tenemos que aprender. Pero Dios es tan grande que paga toda deuda de modo inmejorable: ¡lo que nunca hubiera llegado a pensar es que mi primer destino como sacerdote carmelita descalzo fuera precisamente la villa episcopal de El Burgo de Osma!

¡Qué sorpresa! ¡No podía pedir más! ¡Cuánto alegría envolvía mi corazón! Una renuncia realizada de modo personal que luego redunda en un gozo y agradecimiento desbordante al poder empezar a ejercer el sacerdocio bajo la atenta tutela del beato Palafox.

Desde entonces quedamos muy unidos. Ya lo estábamos, pero este hecho nos une para siempre de modo singular. En los casi dos años que estoy en el convento de esta localidad visito con mucha frecuencia la capilla de la Inmaculada de la catedral donde, bajo el altar, en un arca, reposan sus restos.

Allí en soledad y silencio tenemos nuestras confidencias. Éstas se mantienen en el tiempo una vez que dejo el convento tras ser suprimido, pero dado que hay carmelitas descalzas, vuelvo con cierta frecuencia para atenderlas espiritualmente. ¡Ir a El Burgo de Osma es ir a visitar a las carmelitas descalzas y al beato Palafox! Varias veces al año. ¡Y qué regalo de Dios son estas dos visitas!

El tiempo pasa y se cumplen 10 años de la beatificación. La diócesis prepara en el día de su fiesta litúrgica, 6 de octubre, un recuerdo especial para potenciar su devoción y recordar lo vivido en la catedral en aquel momento. La tarde del 6 de octubre de 2021 nos reunimos todos en la iglesia del extinto convento del Carmen para rezar el rosario. ¡Cuántas veces vendría aquí el beato Palafox a confesarse y a rezar el rosario!

Al terminar el cuarto misterio se organiza la procesión para ir hasta la catedral donde tiene lugar la solemne eucaristía presidida por el obispo de la diócesis. Abre la procesión el incensario, la cruz con los ciriales y el estandarte, todo ello llevado por los seminaristas menores. Entre la cruz y el estandarte vamos los sacerdotes; al estandarte le sigue un cuadro del beato Palafox llevado en alto. Detrás va Don Abilio, el obispo, acompañado de dos sacerdotes y a continuación todos los fieles devotos que participan del rezo del rosario.

De camino a la catedral, mientas cantamos las avemarías del quinto misterio, revivo esas idas y venidas del obispo Palafox a su querido convento del Carmen donde reza, se confiesa y se pone a los pies de la Virgen del Carmen. Allí recibe la invitación de publicar y comentar las cartas de Santa Teresa de Jesús.

Una hazaña más dentro de su gran historial como obispo de Puebla de los Ángeles (México) y virrey de México hasta que regresa a España como obispo de Osma, donde entrega su alma a Dios el 1 de octubre de 1659. Esta tierra soriana es elegida por Dios para que un hombre tan singular en la historia termine sus días antes de emprender el camino hacia el cielo. Nos deja enjundiosos escritos que nos muestran con todo detalle cómo tenemos que caminar en la vida cristiana para ser siempre fieles cada uno desde su propia vocación.

Los cantos elevados al cielo, la silueta de los seminaristas con sus albas abriendo camino y la fe de todos los presentes que acompañan la procesión sirven de preparación perfecta para la misa donde presento todo lo que llevo dentro de mi ser.

La eucaristía discurre con solemnidad. Al llegar el momento de la comunión dejo que me invada el silencio lleno de vida al entrar el mismo Cristo en mi corazón. El beato Palafox en su Vida interior nos describe cómo vive el sacrificio eucarístico. Rememoro esos momentos y me callo. Todo es paz ¡Hay presencia! ¡Hay vida! ¡Hay esperanza!

Siempre que termino esos coloquios con el beato Juan de Palafox le pido lo mismo, que siga iluminando a los jóvenes primero y luego les acompañe, como hacía él mismo cuando era obispo, hasta llegar el día de la ordenación sacerdotal. En su tiempo como obispo de Osma seguro que hablaba y animaba a jóvenes indecisos a dar el paso para entrar en el seminario y a los ya decididos y formados, si era la voluntad de Dios, les imponía las manos para ordenarlos sacerdotes.

Ahora desde el cielo realiza esta misma tarea. ¡Y de hecho su obra continúa! ¡Hay que pedir con fe! ¡Hay que saber esperar en Dios! ¡Hay que amar de verdad! Luego todo sucederá como Dios quiera. Pero hay que rezar, hay que acercarse a los santos, hay que hacer un camino que nos lleva a la intimidad, donde se habla con un santo como con un amigo, se recuerdan vivencias, se le piden favores, se le agradece su cercanía y se le tiene siempre muy cerca del corazón en momentos importantes.

Si rezamos de este modo tan vivo nuestra vida cambia por completo. Hay que hacer la prueba, quien no crea que esto es así que tome por intercesor a un santo, por ejemplo el beato Juan de Palafox, y empiece a dialogar con él en oración. Luego es cosa de esperar, afianzar y mantener viva esa amistad. Lo expreso así  porque es lo que experimento y siento; además lo puedo confirmar con hechos reales.

Basta lo que vivo de camino de vuelta a Logroño cuando en lo alto de la sierra de Cameros, en esos prados de alta montaña, en torno al Sancho Leza, donde se separan los valles del Iregua y del Leza, veo a lo lejos una vacada y una gran yeguada. La carretera serpentea y pasa por ese prado donde cerca de un centenar de vacas y yeguas pastan con toda paz. Hay pocos animales al pie de carretera. Pongo la mirada en uno de ellos, es un potro que está en compañía de dos o tres vacas.

Reduzco la velocidad porque pisa un poco la carretera. Los demás ganados, inmutables, miran el paso del coche mientras sólo este potro, de entre todos ellos, deja lugar y compañía, atraviesa la carretera y sigue camino al trote. ¡Sólo un potro, en el que tenía puesta la mirada, se cruza en mi camino! Entonces recuerdo lo vivido la víspera en la ceremonia ya descrita y lo que he pedido a Dios por intercesión del beato Juan de la Palafox. No es casualidad que uno entre tantos potros y terneros quiera cambiar de terreno y emprender con ganas y alegría un nuevo camino.

Beato Juan de Palafox, cuida de ese potro en el que me has hecho poner la vista por algo. Tú, sabes su nombre, yo creo que también sé quién es. Ahora hay que dejar que siga el camino iniciado mientras goza del encuentro vivo con Cristo para ser feliz de verdad. Y lo bueno y mejor de todo es que había muchos potros, que seguro que más tarde también cruzarán la carretera para ir a otros prados donde se vive otra vida mejor. ¡Muchas gracias Juan de Palafox! ¡Cuánto me quieres! ¡Cuánto me ayudas! ¡Cuánto cuidas de los jóvenes!

Para llegar a esto hay que pasar ratos, horas, en algunos casos años, hasta que una amistad de este tipo se fragua del todo y las confidencias entre amigos son tan sublimes que pasan las horas sin darse cuenta; y se quiere volver cuanto antes a estar con ese amigo especial que nos espera bajo un altar, para ponernos de rodillas ante él, y sobre todo ante El que está reservado en el sagrario. Y si además se suma la presencia de la Madre Inmaculada ya no hace falta más. Eso sucede cada vez que acudo a la catedral de El Burgo de Osma para visitar, rezar y hablar en confianza con mi querido Palafox.

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