Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Consolad a mi Pueblo

por Creo, Señor, aumenta mi fe

Son las palabras del profeta Isaías cuando consuela al pueblo sumido en la aflicción. El papa Francisco las coloca como parte importante de la misericordia. Es la esperanza que viene del Señor Resucitado. Las pruebas nos acechan cada día; nunca debe decaer la esperanza de que siempre somos amados por Jesucristo. La presencia de los hermanos que nos acompañan en los días de aflicción expresan su misericordia. Compartir las lágrimas es una acción que rompe el círculo de la soledad en que podemos quedar encerrados. “Todos tenemos necesidad de consuelo, porque ninguno es inmune al sufrimiento, al dolor y a la incomprensión. Cuánto dolor puede causar una palabra rencorosa, fruto de la envidia, de los celos y de la rabia. Cuánto sufrimiento provoca la experiencia de la traición, de la violencia y del abandono; cuánta amargura ante la muerte de los seres queridos. Sin embargo, Dios nunca permanece distante cuando se viven estos dramas.. Una palabra queda ánimo, un abrazo que te hace sentir comprendido, una caricia que hace percibir el amor, una oración que permite ser fuerte…, son todas expresiones de la cercanía de Dios a través del consuelo ofrecido por los hermanos”.
   El papa Francisco resalta el valor del silencio ante situaciones en las que cualquier palabra se queda corta. Un abrazo, un beso es más consolador que un discurso. “A veces también el silencio es de gran ayuda; porque en algunos momentos no existen palabras para responder a los interrogantes del que sufre. La falta de palabras, sin embargo, se puede suplir por la compasión del que está cercano, del ama y tiende una mano. No es cierto que el silencio sea un acto de rendición, al contrario, es un momento de fuerza y de amor. El silencio también pertenece  al lenguaje de la consolación; porque se transforma en una obra concreta de solidaridad y unión en el sufrimiento del hermano”.
   Particular atención reclama el Papa para la familia. Es una gran vocación que se nutre de la gracia del sacramento para ser generosa, fiel y paciente. Puede interrumpirse por el sufrimiento, la traición y la soledad. La alegría de los padres está rodeada de las preocupaciones por la formación de sus hijos. La gracia del Sacramento del Matrimonio no solo fortalece a la familia para ser un lugar privilegiado en el que viva la misericordia, sino que compromete a la comunidad cristiana y con ella a toda la acción pastoral, para que resalte el gran valor propositivo de la familia. De todas formas, este año Jubilar nos ha de ayudar a reconocer la complejidad de la realidad familiar actual. La experiencia de la misericordia nos hace capaces de mirar todas las dificultades humanas con la actitud del amor de Dios, que no se cansa de acoger y acompañar”.
   Cada uno llevamos nuestra propia historia. El papa nos lo recuerda a todos y especialmente a los sacerdotes para que recibamos a todas las personas sin excluir a nadie.
   La consolación es necesaria especialmente en la hora de la muerte. La Resurrección de Jesucristo nos ha abierto el camino cierto hacia la vida futura.
 Tenemos un gran reto que afrontar, sobre todo, en la cultura contemporánea que, a menudo, tiende a banalizar la muerte; hasta el punto de esconderla o considerarla una simple ficción. La muerte, en cambio, se ha de afrontar y preparar como un paso doloroso e ineludible, pero lleno de sentido: como el acto de amor extremo hacia las personas que dejamos y hacia Dios, a cuyo encuentro nos dirigimos. En todas las religiones el momento de la muerte, así como el del nacimiento, está acompañado de una presencia religiosa. Nosotros vivimos la experiencia de las exequias como una plegaria llena de esperanza por e sufren por la ausencia del alma del difunto y como una ocasión para ofrecer consuelo a cuantos sufren la ausencia de la persona amada”.
   El papa Francisco termina este punto de la consolación con unas palabras que los sacerdotes deberíamos grabar en nuestro corazón: “Estoy convencido de que, en la acción pastoral animada por la fe viva, los signos litúrgicos y nuestras oraciones sean expresión de la misericordia del Señor. Es él mismo quien nos da palabras de esperanza, porque nada ni nadie podrán jamás separarnos de su amor. La participación del sacerdote en este momento (de la muerte) significa un acompañamiento importante, porque ayuda a sentir la cercanía de la comunidad cristiana en los momentos de debilidad, soledad, incertidumbre y llanto”.
 
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