“He aprendido que el sacramento hace la Comunión eterna”; “Encuentro a mi esposa en la Eucaristía”; “Amar es dar y perdonar sin esperar nada a cambio”; “No hay libertad fuera de la fidelidad al pacto conyugal”; “A pesar de que la doctrina es puesta en discusión, Cristo es claro en su enseñanza y la santidad no es sólo para algunos”.

Son sólo algunas de las afirmaciones del poderoso testimonio de Emanuele Scotti, un cristiano normal (antes de la separación era más bien un "fiel tibio"), que se separó de su mujer cuando ésta tenía apenas treinta años. Tenían un hijo pequeño. En esta entrevista a Benedetta Frigerio para La Nuova Bussola Quotidiana cuenta cómo descubrió, después de muchos años, que Cristo mantiene la promesa de donar, a través del Sacramento, el amor divino para amar como Él nos ama. 


 

-Repentina. Como sucede casi siempre, uno de los dos no se da cuenta. Esa noche, volviendo de un viaje de trabajo, tenía una sensación incómoda que no conseguía explicar a qué se debía. La mirada de mi esposa era huidiza, los gestos algo mecánicos. En un determinado momento se giró hacia mí y me dijo: "Creo que debemos separarnos…". Fue como un tsunami, una ola negra que rompe, arrastra y lo sumerge todo. Si hay una experiencia de "desierto", si hay una "noche oscura" que el alma del hombre puede conocer, para mí fue el momento de la separación de mi familia.

»Momentos de oscuridad y de soledad, en los que nada te consuela, en los que te sientes incomprendido por todos; momentos que nadie, efectivamente, puede comprender hasta el fondo. Te sientes rechazado, "descartado", sin identidad, en una situación de profunda desestabilización psicofísica, de enajenación del mundo. No conseguía encontrar dentro de mí ninguna culpa por lo que estaba sucediendo. Sólo después de mucho tiempo conseguí reconocer que, cuando el incendio estalla en la casa, alguien ha prendido el fuego, pero probablemente otro ha acumulado paja en las esquinas o, tal vez, debajo de las alfombras...
 

-Es verdad. Hasta entonces había sido un cristiano "tibio". Pero en ese momento la pregunta sobre la fe se convirtió en la encrucijada fundamental: por una parte, un dolor irracional, un mal recibido y causado, el fin de todo; por la otra, una misteriosa promesa de vida. Empecé a entrar en la iglesia por la mañana, antes de ir al trabajo, y a quedarme a los pies de la cruz. Ese estar allí, la mayoría de las veces sin conseguir decir o pensar nada, cambió mi corazón. En esa oscuridad, en esos "infiernos" míos, sentí por primera vez la presencia concreta y real del Señor.

»Esto fue cambiando la perspectiva interior de mi vida. Mi situación seguía siendo la misma, permanecían todos los problemas, nada cambiaba fuera de mí, mi sufrimiento seguía allí, pero al mismo tiempo nada era como antes. Y no lo volvería a ser. Tal vez fue en ese momento cuando empecé a comprender de verdad -como no lo había comprendido nunca antes-, el significado de esas palabras que había pronunciado el día de nuestro matrimonio: "Yo te recibo a ti como esposa y me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida".

»Serte fiel todos los días de mi vida… en la alegría y en el dolor. Esos días, que nunca pensé que llegarían, eran el momento del dolor, de la enfermedad del alma, del mayor sufrimiento que se pueda sentir en el amor, el que procede del darte la espalda, de decirte "ya no te amo". Y, sin embargo, sentí que tal vez la parte más verdadera de mi matrimonio empezaba en ese instante.
 

-Aquí está la grandeza del sacramento del matrimonio: la gracia que el Señor regala a los esposos va más allá de sus límites humanos, más allá de sus faltas y pecados. Y nos llama a amar como Él ama, sin esperar nada a cambio, hasta el final.

»Así, cuando sucede que desaparecen los aspectos afectivos y humanos más bellos y gratificantes, que la mayor parte de nosotros piensa que son las únicas razones para estar juntos, se descubre que hay un Amor más grande al que el matrimonio, ya sea un matrimonio exitoso o fracasado, nos abre el camino. Sí, en la Eucaristía, que es el sacramento de la unidad por excelencia, el milagro de Dios que nos une a su criatura abraza también a mi familia separada.


È proprio tutto finito? Fedeltà all'amore oltre la separazione [¿Realmente todo se acabó? Fidelidad al amor más allá de la separación] es el libro que firman juntos Emanuele Scotti y el sacerdote Renzo Bonetti. 


-Empiezo por la última pregunta: "Cómo se consigue amar así". Llegar a amar totalmente sin ser correspondido es una empresa imposible con nuestras solas fuerzas. No lo conseguiremos nunca. Sólo teniendo fe en Jesucristo, mirándole a Él e intentando imitarle, incluso en nuestra debilidad, podremos recorrer el camino del amor gratuito. Es verdad que hoy parece cruel, además de insensato, amar sin ser correspondido. Porque se considera justo que, si ya no siento nada, si esta unión ya no me da alegría ni emoción, es necesario tener la valentia, la honestidad -se dice- de romper esta unión. Si existe aún alguna duda al respecto, esto se supera generalmente cuando uno de los dos decide romper el pacto. Entonces, se acaba el juego y cada uno sigue su camino.

»Sin embargo, lo no se dice nunca es que el sueño de libertad ilimitada, la satisfacción por haber dejado atrás la vida que parecía mantenernos prisioneros, aplastando nuestras aspiraciones y nuestro derecho a ser felices, todo esto se desvanece antes o después debido casi siempre a una realidad muy distinta: el "divisor" se quita la máscara y nos hace caer en su soledad y en su tristeza. En realidad, sólo el amor gratuito, "hecho a la medida del amor de Cristo", da la verdadera alegría.
 

-Durante los primeros tiempos de la separación sucedió algo que me afectó profundamente. Estaba con mi hijo, que entonces tenía cinco años, y estaba absorto en mis pensamientos, me sentía deprimido. Estaba preparando algo para comer. No me dí cuenta de que me estaba observando y, en un determinado momento, me preguntó: "Papá, ¿por qué tienes esa cara tan triste?". En ese momento sentí como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago, pero comprendí que sus emociones y su estado de ánimo dependían de los míos.

»Desde entonces he sentido con fuerza la responsabilidad de recuperarme para, así, reconstruir un mundo positivo a su alrededor. No se puede fingir con los niños. No se trataba, por lo tanto, de mostrarse sereno, sino de estarlo; no de mostrar confianza, sino de tenerla plenamente; no de parecer en paz, sino de vivir realmente en paz. El camino del perdón, que no concluye nunca, empezó también a raíz de ese hecho.
 

-Puedo decir que esa situación nueva (que, al principio, lo confieso, me causó gran turbación y confusión) fue una ocasión para dar otro paso fundamental para mi fe y mi camino espiritual. Me hizo comprender que mi elección de fidelidad estaba llamada a purificarse de cualquier expectativa humana, a transformarse de verdad en un "sí para siempre", sin esperar nada a cambio, en un "sí hasta el final".

»También me ha llevado a una ulterior toma de conciencia sobre cómo, en tantas situaciones como ésta, no hay, humanamente, una vía de salida posible. He confiado, y confío, la historia de mi familia en las manos del Señor, el único que puede crear una belleza nueva de los fragmentos de nuestras vidas.  
 

-Habían pasado pocos meses desde la separación y tuve que mudarme de Génova a Parma por motivos de trabajo. Tenía poco más de treinta años y ya había perdido a mis padres, pero Sor Assunta fue verdaderamente una madre para mí. Era una religiosa anciana que entre sus carismas tenía, además de la pintura, la capacidad de escuchar y dar consejos.

»Incluso en los momentos más duros de la separación siempre me molestó esa forma de falsa solidaridad de quien, creyendo que me gustaba, expresaba juicios muy duros sobre mi mujer: era mi esposa y lo será siempre. Recuerdo que Sor Assunta, en cambio, me escuchaba, y a menudo decía: "¡Pobre hija!…". Pues bien, esa frase, esa actitud, siempre me ayudaron a mirar más allá de mi herida, a vernos a todos como pobres pecadores.

»Hoy, y desde hace ya algunos años, encuentro un apoyo concreto en el camino de espiritualidad Esposos para Siempre, nacido en el ámbito del proyecto Misterogrande, bajo la guía espiritual de don Renzo Bonetti, dirigido a personas separadas o divorciadas que eligen conscientemente la fidelidad al matrimonio-sacramento y que, con la ayuda de la Gracia divina, eligen vivir un amor "para siempre", más allá del desafío del fracaso humano. 


 

-Al respecto, cito al Beato Pablo VI: "No menoscabar en nada la saludable doctrina de Cristo es una forma de caridad eminente hacia las almas" (N.d.R., Humanae Vitae, 25 de julio de 1968, n. 29. Este pasaje fue citado por Juan Pablo II en Familiaris Consortio, n. 33). La enseñanza de la Iglesia, en su Magisterio perenne, siempre ha sido clara a este respecto, y a ello me atengo, a pesar de que hoy se ponga en discusión también dentro de la jerarquía eclesiástica.

»Tengo que decir que, personalmente, encuentro inaceptable la idea de que la santidad no esté al alcance de algunas personas y que para ellas la única vía de salvación, entendida en sentido legal, sea la de adaptar la ley a sus exigencias. En mi propia vida he experimentado que el Señor no retira su promesa ante nuestra fragilidad y nuestros pecados y, si lo pedimos, nos da la gracia para vivir coherentemente con la verdad del vínculo sacramental que Él ha querido.

Pincha aquí para leer el testimonio de Stefania Tanganelli, también de Esposos para Siempre: «Yo, separada, digo no a la comunión de los que se han vuelto a casar»: testimonio y coherencia
 
(Traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares).