Richard Maffeo nació en un hogar judío en Estados Unidos. Cuando tenía 22 años, en la Nochebuena de 1972, rezó una breve oración: "Dios, creo que Jesús es el Mesías". "Yo no entendía mucho lo que significaba comprometerse con el Mesías, pero entendía que necesitaba su perdón, su ayuda para cambiar mi vida".

Maffeo aceptó a Jesús como el Mesías prometido a Israel a la luz de distintas profecías del Antiguo Testamento que le señalaron unos cristianos protestantes que las conocían bien.

"Por ejemplo, me señalaron Isaías 7, que adelanta el nacimiento del Mesías de una virgen. Y el Salmo 22, que describía su crucifixión. Isaías 9,6 habla de un niño que será llamado Maravilloso, Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Daniel 7 profetiza sobre el Hijo de Hombre que recibirá del Anciano de los Días un dominio eterno", enumera.

Y por supuesto, el fragmento que abre la película de Mel Gibson sobre la Pasión, en Isaías 53, el "siervo sufriente": "fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades; por sus llagas fuimos curados".

"Después de leer y releer la Escritura del Antiguo Testamento, entendí la verdad de forma repentina. No sólo Dios me amaba, sino que había planeado desde el inicio de la Creación enviar a su Hijo para sobrellevar el castigo que mis pecados, que todos nuestros pecados, merecen. Al confiar en su muerte sacrificial, por mi, yo podía ser salvado", fue la conclusión del joven Maffeo.

Se consideró un judío mesiánico o un judío cristiano y durante más de treinta años acudió a iglesias evangélicas y estudió las Escrituras con pasión. Es un periodo que recuerda con sincero agradecimiento.

"Fue en iglesias evangélicas donde aprendí la necesidad de arrepentimiento diario. Aprendí que la santidad personal no se adquiere siguiendo una lista de normas, sino desarrollando un ansia profunda de agradar a Dios. Experimenté plenitud espiritual en adoración. Esperaba al domingo para perderme en adoración a Cristo. Mis maestros y pastores me ayudaron a adquirir un hambre espiritual por la oración y los carismas del Espíritu Santo. Centrados en la Escritura me enseñaron a amar y memorizar la Palabra de Dios", explica.

"Tengo una deuda enorme con el protestantismo evangélico, pero no comprendí la profundidad y amplitud más plena de la Presencia viva de Cristo en la tierra hasta que la descubrí en la Iglesia Católica", añade.

Con el paso de los años, conoció católicos que argumentaban las enseñanzas católicas desde la Biblia. Richard ya conocía de memoria muchos versículos, pero aislados. Cuando pensó en ellos de forma conjunta, cambió su forma de ver las cosas.

"Me di cuenta, como los Apóstoles y los Padres de la Iglesia se dieron cuenta, de que el Señor Jesús está con nosotros también físicamente en el altar de la Eucaristía, con Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad".

Ahí estaban las extrañas palabras de Jesucristo en el capítulo 6 de San Juan: "Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y le resucitaré en el día final". Y lo que enseñaba San Pablo a los corintios: "¿Acaso la copa de acción de gracias [eucaristía] no es una participación en la sangre de Cristo? ¿Y no es el pan que partimos una participación en el cuerpo de Cristo?" (1 Cor 10,16).

¿Cómo entendían esto los primeros cristianos? Desde luego, no como evangélicos del s.XX o XXI, no como un recuerdo simbólico. San Justino, converso de familia pagana y culta, que nació en Palestina hacia el año 100 d.C., es muy claro en sus textos: "el pan que recibimos no es pan común. Y la bebida no es bebida común. Nos han enseñado que así como el Verbo de Dios se encarnó por nuestra salvación, esta comida, sobre la cual proclamamos la acción de gracias con la palabra del Señor se ha transformado en la carne y sangre de ese mismo Jesús, y esta comida, así transformada, alimenta nuestro cuerpo".

Así, los católicos mantienen esa enseñanza: que realmente, el pan y el vino se convierten en esa Carne y esa Sangre de Jesús, la Jesús pedía que se comiese para tener vida eterna.


"Los protestantes que reciten el Credo Niceno reconocerán la frase: creo en la Comunión de los Santos", continúa explicando Maffeo. "Dios me hizo recordar esa escritura que había leído muchas veces al estudiar la Biblia durante años, y abrió mis ojos al significado más pleno de la frase nicena: los cristianos tienen el privilegio de pedir la intercesión de los santos que están al otro lado de la tumba".

A Maffeo le hizo pensar que Moisés, aunque había muerto muchos siglos antes, mantuvo una larga conversación con Jesús y Elías en la Transfiguración. Y en la parábola del rico Epulón, éste pedía la intercesión de Abraham, muerto en el pasado lejano, para que avisase a sus hermanos. "Pensé que si el rico pedía la intercesión de Abraham, ¿por qué he de dudar de que los santos interceden por nosotros? Si podía pedir a mis amigos vivos y a mi familia que rece por mí a Dios, ¿por qué no pedirlo también a nuestra familia cristiana que está mucho más viva en el Cielo?" Y entendió en ese sentido Lucas 20,38: "Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven".


"Durante 33 años me resistí a la interpretación católica de Mateo 16,18 (´tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos´), que el Señor eligiese a Pedro y sus sucesores para dirigir la Iglesia. No sabía que casi todos los doctores antiguos de la Iglesia -Ireneo, 198dC; Tertuliano 200d.C; Jerónimo, 383 d.C, Agustín, 402 d.C- reconocían la autoridad de Pedro basada en Jesús por este pasaje".

"Pero cuando busqué en la Biblia la palabra ´llaves´, descubrí que cuando no se usa como herramienta para abrir algo, la palabra representa la autoridad sobre algo, como en Isaías 22,22; o en Apocalipsis 1,18 y 3,7. En ese punto, mi memoria me llevó a Juan 21, y entendí por qué Jesús encargó específicamente a Pedro que alimentase sus ovejas".


"Como protestante me hacía retroceder lo que me parecía una adoración idolátrica de la madre de Cristo", explica Maffeo. Descubrió en el Catecismo (párrafo 971) que la veneración a la Virgen "difiere en esencia de la adoración debida al Verbo Encarnado, que es igual a la del Padre y el Santo Espíritu". Así, vio que María es venerada, no adorada.

Pero antes de llegar al Catecismo, Maffeo, pasó, como siempre, por la Biblia y los antiguos cristianos. Así, descubrió que para Justino (155dC), Ireneo (190dC) y Tertuliano (210dC) María era una "segunda Eva", "la que corrigió el error de nuestra primera Madre. La veían como la nueva Arca de la Alianza, cuyo vientre acunaba al Pan de Vida. La veían como la reina de los cielos, igual que los reyes de Judá honraban a sus reinas-madre (como en 1Reyes 2,19; Proverbios 31,1-9; Jeremías 13,18). Incluso Martín Lutero, padre de la Reforma Protestante, mantenía posturas católicas tradicionales sobre María, como su virginidad perpetua y su inmaculada concepción".


"En la Vigilia Pascual de 2005, fui recibido en la Iglesia Católica. Esa noche Dios tomó mi amor por la Escritura, la oración y la adoración y los combinó con la Eucaristía, la Comunión de los Santos, la Virgen María, la autoridad papal y otras doctrinas y sacramentos que Dios entregó al mundo a través de la Iglesia".

Hoy Maffeo y su esposa Nancy acuden a la parroquia de San Carlos Borromeo de Tacoma, Washington. Escribe en varios blogs en inglés sobre temas espirituales y de apologética (como www.equippingcatholics.blogspot.com) y ha escrito dos libros con su testimonio y lo que ha aprendido en su itinerario espiritual (www.richmaffeobooks.com).