Édouard tiene 32 años. Fue bautizado de pequeño y educado en una familia católica, pero apenas vivía la fe: “Iba a misa por costumbre y mi relación con la fe y con Dios era muy intelectual”.

No se planteaba mucho las cosas y “seguía la corriente”, confiesa a Découvrir Dieu. Eso le mantuvo en un ambiente cristiano durante la adolescencia y primera juventud, porque estaba en un grupo scout católico. Cuando empezó los estudios universitarios en la Escuela de Ingeniería mantuvo esa misma actitud de dejarse llevar, y como el entorno era otro, las consecuencias fueron las contrarias: “Desconecté por completo. Dejé de ir a misa y mi vida espiritual se fue apagando poco a poco”.

Laetitia

Así siguió durante casi diez años. Hasta que en 2015 conoció a Laetitia, quien hoy es su esposa. Empezaron a salir, y ella le hizo una propuesta: “¿Por qué no vas conmigo a unas charlas de formación para adultos, donde hay un tiempo para la oración, para la formación, para la catequesis? Me gustaría que me acompañases”.

Édouard aceptó: “¿Por qué no? Aunque para mí seguía siendo una cuestión intelectual, cultural”.

Duró dos meses. El miércoles de cada semana se reunían en grupos pequeños para hablar de cuestiones espirituales: “En torno a un bello icono, un sacerdote nos hablaba de Dios, de ese Dios a quien hemos olvidado -hablo por mí-. Me venían recuerdos de la catequesis de mi infancia, pero todo resultaba nuevo. De esta forma, semana a semana, seguí las charlas, que eran interesantes, pero más bien teóricas".

Rezar por ti

Hasta que, al concluir la penúltima sesión, uno de los jóvenes organizadores se dirigió a él:

-¿Qué tal, Édouard? ¿Te gustaron las charlas?

-Sí, sí.

-¿Quieres que recemos por ti la semana próxima, al finalizar la última sesión?

Édouard tenía clara la respuesta:

-Mira, no lo necesito. Gracias por las charlas. Fueron interesantes. Pero no creo tener necesidad de que alguien rece por mí, ni lo deseo.

Su interlocutor persistió:

-¿Y qué tienes que perder? ¿Es que temes algo? De verdad, te invito a dejarte guíar, a que nos dejes rezar por ti, a abrir tu corazón, y después… ¿quién sabe? Tal vez suceda algo bueno, algo positivo.

La insistencia dio fruto, y Édouard autorizó que en la última sesión se rezase por él.

"Estoy dispuesto"

Éste es su relato de lo que sucedió: “La semana siguiente me encontraba con nuestro pequeño grupo, en una pequeña capilla de la iglesia donde habíamos seguido el curso durante dos meses. Me pidieron que dijese algo. No sabía muy bien qué decir. No conseguía hablar. Así que simplemente dije algo así como: «Dios, si existes, estoy dispuesto a conocerte» No fueron exactamente esas palabras, pero sí el sentido. Fue una aceptación, un salto a lo desconocido. Acepté dejarme sorprender, a pesar de que seguía situándome en un plano muy intelectual respecto a la existencia de Dios, que para mí era solo una hipótesis. Pero acepté: «Señor, si existes, estoy preparado para conocerte»”.

Sus compañeros rezaron entonces por él: “Eso me impactó. No es que me sucediese algo revolucionario, ni que ardiese por dentro, ni una presencia trascendente… ¿Qué sé yo? No era nada de eso. Simplemente, me impactó, me conmovió por dentro que unas personas rezasen por mí”.

Desde aquel momento todo cambió: “Muy lentamente, sin darme cuenta. A partir de ese momento de oración, poco a poco mi corazón se transformó. Sentí la necesidad de volver a misa, y luego de rezar a diario. Empezamos también a rezar en pareja, y eso nos fortaleció mucho. Sentí que el vínculo entre nuestras almas crecía y que eso nos unía”.

Al cabo de un tiempo se plantearon casarse. Empezaron a colaborar con asociaciones de caridad: “Cambié de trabajo, porque hacía años que quería comprometerme con las personas de los barrios difíciles de Francia".

"Es una especie de fuego que ha crecido en mí", concluye: "Sentía esa sed de acercarme a Dios y a su amor a diario, porque Él me da realmente su amor a diario”.