Un muy indicativo indicio acerca de los tiempos que vivimos es el deslizamiento semántico de ciertas palabras de fuertes connotaciones morales, de esas que tienen la capacidad de caracterizar a un individuo, a una época o, incluso, a toda una nación. En su momento, allá cuando la penúltima crisis económica, me llamó la atención cómo la nobilísima “austeridad”, que desde nuestros clásicos era considerada una de las virtudes más deseables como forjadoras del carácter, y que nadie pretendía asimilable a la pobreza, la mezquindad o la miseria, se llenaba de sentido peyorativo casi de la noche a la mañana. ¿Qué decir de la palabra “orgullo” y de su casi antónima “modestia”? Modestos en su trato, maneras y estilo de vida se querían las buenas gentes, y la modestia ha sido considerada virtud fundamental en tanto el cristianismo ha informado los códigos personales y sociales. ¿Soportaría hoy alguien de buen grado que públicamente se alabara su modestia, se le calificara de modesto? Quizá ni siquiera un clérigo, tal vez ellos menos que ninguno.

No entraré en lo que me parece la explosión de mal gusto y peor escuela para jóvenes que supone el autoproclamado “orgullo gay”, que en estos días se pasea en triunfo por medio mundo. Quisiera llamar la atención sobre cómo, entre todas las palabras del diccionario, ha sido “orgullo”, una variante de la soberbia, la elegida para definir la actitud con la que todos aquellos que reniegan de la heterosexualidad desafían al mundo y a la vida. Pero el orgullo se opone, incluso más que a la mentada modestia, a la gracia, esa alada cualidad de cosas y animales, especialmente de los seres humanos, que convierte en sobrenatural todo lo que toca. La gracia, al contrario que el orgullo, es siempre gratuita, por eso un orgulloso pobre es siempre un pobre orgulloso, pues orgullo sin riqueza tiende al patetismo.

Confesarse hoy heterosexual, hombre o mujer, es abonarse a la modestia, nadie podría alardear de serlo sin concitar la burla o el reproche. Y es bueno que así sea porque ese alarde destruiría toda la gracia que tiene y otorga serlo. Una gracia gratuita, pero inmensa. La que ha permitido a la humanidad pasar de ser una solitaria pareja a una fratría de 8.000 millones de seres, incluidos todos los renegados de ella, en una porción mínima de tiempo, medido en términos zoológicos. A ver quién mejora la hazaña. Pero mantengamos nuestra modestia.

Publicado en Diario de Sevilla.