Hechos como el fusilamiento de Federico García Lorca en la Granada nacional asediada por tropas republicanas, y las eficaces campañas de propaganda diseñadas por el Frente Popular han servido para que se difundiera la idea de que el bando llamado "republicano" tuvo a su lado a los primeros intelectuales de España y de todo el mundo mientras que los alzados no habrían contado con ningún apoyo relevante en el terreno de la cultura.

"Sobre Lorca se ha cebado de tal forma la propaganda de la izquierda cultural en la posguerra y en la transición, con la cooperación sospechosísima de grandes órganos de la derecha, y con tal sentido de la unilateralidad y la manipulación, que provocan la hartura de la opinión pública y el propio desdoro del poeta, cada vez más convertido en instrumento y en tópico. Dígase tal cosa como muestra de respeto por su vida -ya tan lejana cuando llegaba a su tumba perdida el final de la guerra- y su obra, donde la militancia política sólo tuvo un lugar secundario" [Ricardo de la Cierva, La victoria y el caos. A los sesenta años del 1 de abril de 1939, Madrid: Fénix, 1999, p. 358].

En lo que a la violencia se refiere —y siempre según estas visiones parciales— los nacionales habrían tratado de eliminar a todos los relacionados con el mundo de la cultura, que se identificaba con el socialismo y el progresismo, ya que lo demás sería clericalismo y reacción.
 
En el colmo de la instrumentalización, se ha pretendido establecer un vínculo entre la llamada represión franquista y la persecución al mundo de la cultura por sí mismo. Así, en un libro sobre la guerra civil en varios pueblos de la provincia de Badajoz, no se dedica ni una línea al hablar de las “individualidades destacadas entre las víctimas de la represión en Don Benito” al ilustre escritor Francisco Valdés Nicolau. Poco más adelante, se dice que Severo Ramos Almodóvar, secretario del Ayuntamiento de Orellana la Vieja (“aficionado a publicaciones periodísticas y con incursiones en el campo de la literatura”) fue fusilado por los nacionales “seguramente por el peligro que representaba para el bando vencedor la cultura y la inteligencia de sus oponentes, no en vano Millán Astray había dirigido a Unamuno en Salamanca, al iniciarse el conflicto, el famoso grito de “¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!, lo que se convertiría más tarde en norma de conducta para los nacionalistas"[Jacinta Gallardo Moreno, La guerra civil en La Serena, Badajoz: Diputación Provincial, 1994, p. 180]Conviene advertir que Severo Ramos no fue fusilado por sus aficiones culturales: el sumario de la causa seguida contra el mismo le imputaba ser uno de los promotores del vandalismo desatado en la localidad de Orelllana. [Así se afirma en: José Luis Gutiérrez Casalá, La Guerra Civil en la provincia de Badajoz. Represión republicano-franquista, Badajoz: Universitas Editorial, 2003, p. 458].


 
Recogemos a continuación una nómina de personalidades eliminadas en zona republicana, aunque a ellos habría que añadir —además de otras figuras de relieve provincial y local— a los políticos que también destacaron por su valía intelectual como José Antonio Primo de Rivera, Ramiro Ledesma Ramos o Víctor Pradera y a eclesiásticos de relevancia también en este terreno como Zacarías García de Villada (18791936) jesuita que fue eminente historiador de la Iglesia en España y autor de importantes obras de investigación; Pedro Poveda Castroverde (18741936) sacerdote jienense que fundó en la segunda década del siglo la Institución Teresiana, especialmente dedicada a la educación y Julián Zarco Cuevas (18871936) agustino de El Escorial, donde llevó a cabo una importantísima tarea como investigador y bibliotecario. En cambio, sí aludimos a un notable grupo de políticos de trayectoria democrática, liberal e incluso al servicio de la República que fueron eliminados por los frentepopulistas. El simple hecho de su presencia en las cárceles pone en cuestión muchas de las justificaciones que se intentan acerca del régimen implantado en esta zona durante la Guerra Civil.
El caso de Ramiro de Maeztu es paradigmático. Consciente del peligro que le amenazaba, accedió a la reiterada invitación de José Luis Vázquez Dodero, uno de sus discípulos más jóvenes y más destacados, refugiándose en su casa en la noche del 17 de julio. Escribir y prepararse cristianamente para la muerte fueron aquellos días su ocupación principal. Y en aquel domicilio de la calle de Velázquez, ambos fueron descubiertos y detenidos el 30 de julio de 1936: «Podéis matarme cuando queráis... Tengo más de sesenta años y ya he hecho todo lo que tenía que hacer en la vida...», dijo a los milicianos que le prometían la muerte. La llegada oportuna de unos policías, todavía en activo, aunque afectos a la causa nacional, les libró de momento.

Después de unos días de detención, fue trasladado a la cárcel de las Ventas, donde, el 3 de octubre, sufrió los vejámenes de un grupo de anarquistas. Hasta una treintena de detenidos (entre otros, Santiago Magariños, el P. Romañá, Fernández Hontoria, Vázquez Dodero, etc.) presenciaron aquel día una escena inolvidable. Guillermo Huelin, con serenidad y arrogancia, dijo que era monárquico tradicionalista, y que estaba absolutamente identificado con el Movimiento Nacional. Impresionado ante tanto valor, Ramiro de Maeztu le felicitó, emocionado; él, por su parte, había ya expresado con plena entereza sus convicciones. Pocos días después apareció en El Sindicalista una nota recordando que Ramiro de Maeztu estaba preso y todavía con vida.


 
En la noche del 28 al 29 de octubre de 1936 se hizo en la cárcel de las Ventas, de Madrid, donde estaba encerrado Maeztu, una saca de treinta y dos presos políticos condenados, sin proceso, a muerte y fusilados en el Cementerio de Aravaca. Entre ellos figuraba el fundador de las JONS Ramiro Ledesma Ramos. Maeztu, percatado de que al fin había llegado su momento, pidió la absolución a un sacerdote, preso como él. Con seguridad plena no se tiene noticia de nada más. Se le atribuye, con grandes visos de verdad, una última frase: «¡Vosotros no sabéis por qué me matáis! ¡Yo sí sé por qué muero: por que vuestros hijos sean mejores que vosotros!»  [Cfr. Voz “Ramiro de Maeztu” en Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, Suplemento anual 19361939, primera parte, Madrid: Espasa-Calpe S.A., 1944, p. 474-475]. Sobre el asesinato de Ramiro Ledesma, deben leerse las importantes aportaciones hechas por Rafael Ibañez

Como se puede comprobar, en zona roja fueron asesinados intelectuales de primera fila como Ramiro de Maeztu, y toda una nómina de escritores y periodistas, miembros destacadísimos de las diversas Universidades, de las Academias, de las Escuelas de Ingenieros y Maestros, de la Asociación de la Prensa, de la Alta Magistratura Judicial, de los Colegios Profesionales y de multitud de centros culturales…
 
Si a ellos sumamos los que tuvieron que abandonar la retaguardia republicana por su propia seguridad como Ramón Menéndez Pidal, Manuel García Morente, Américo Castro, Claudio Sánchez Albornoz y Gregorio Marañón, por citar a algunos, el mito de la identificación entre el mundo de la cultura y la zona republicana resultará difícilmente sostenible. Como escribió Ortega y Gasset:
 
“Mientras en Madrid los comunistas y sus afines obligaban, bajo las más graves amenazas, a escritores y profesores a firmar manifiestos, a hablar por radio, etc., cómodamente sentados en sus despachos o en sus clubs, exentos de toda presión, algunos de los principales escritores ingleses firmaban otro manifiesto donde se garantizaba que esos comunistas y sus afines eran los defensores de la libertad” [José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, Madrid: Espasa-Calpe, 1972, p. 167].

Por cierto, que el trato que recibían intelectuales de la talla del mismo Ortega y Gasset en la prensa republicana, debería ser suficiente para que no se puedan vincular las causas del Frente Popular y de la cultura:
 
“Pepe Ortega y Gasset, taumaturgo averiado y filósofo de pacotilla, se ha equivocado. Ha cumplido, pues, su misión filosófica. Ahora, que siga de “espectador”. En nuestra compañía no le queremos; para actor no tiene categoría, y en cuanto a comparsa, los hemos suprimido” [Solidaridad Obrera, 10-abril1937].
 
Todo esto lleva a concluir, una vez más, que la represión practicada por los revolucionarios nada tuvo de espontánea ni de indiscriminada sino que buscaba descabezar a los elementos más representativos de la sociedad que ahora se pretendía sustituir por otra inspirada en los principios totalitarios. De estas víctimas se podría decir algo semejante a lo que concluye Carlos Gregorio Hernández ante la numerosa presencia de intelectuales y periodistas entre los asesinados por los frentepopulistas:
 
“Los “hombres de orden” que años atrás habían dado testimonio público de sus ideas, fueron detenidos desde las primeras horas del alzamiento. Los periodistas que escribían para “La Nación”, “ABC” o “Informaciones” fueron primero seleccionados, delatados por los que antes habían sido sus compañeros de profesión, luego perseguidos por los frentepopulistas que mantenían en sus retinas los artículos en que años atrás habían leído letras contrarias a la revolución y al régimen de caos imperante en el país y por último asesinados por los ejecutores del plan calculado desde los tiempos de la guerra civil antes de la Guerra Civil” [Carlos Gregorio Hernández Hernández, “Contribución a los estudios sobre la represión republicana. El entorno de Delgado Barreto”, Aportes 54 (2004), p. 42].